Saul

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La habitación se veía algo más brillante y distorsionada a lo que estaba acostumbrado cuando despertaba todas las tardes de sus cotidianas siestas post-facultativas.

Diablos, que mareado me siento, y también más ligero como si hubiese perdido peso– fue lo primero que paso por su mente y luego vocifero al exterior –Ah, fue por levantarme de un tirón…–

El cuarto tenía un tinte más claro, sin dejar de lado además las dobles franjas que le encontraba a todos los objetos y la forma en la que se movía, –fue una pésima siesta, pensaba– no se le ocurrió mirar sus pies para ver que movimientos articulaban. Sin dejar de fijarse en los muebles a su alrededor se dirigió desprovisto de vacilación hacia la puerta que permanecía cerrada, como la había dejado antes de liberarse a un buen sueño. Previo a que su mano llegue a apoyarse sobre la perilla de la puerta, ésta ya se estaba abriendo. Fue lo primero en lo que no presto la mínima atención. Siguió con su extraño andar, más suelto de lo que hubiera creído y dirigió su trayectoria hacia la heladera para engullir un buen trago de agua, tenía que despabilarse de alguna forma. Fracciones de segundo antes de que la abriera (o se abriera por sí sola, quién sabe) oyó un murmullo que provenía del comedor, un pensamiento pasó vivaz por su mente aún adormilada – Debe ser Seth –, luego como para retrucar a lo antes pensado –Saul, Seth murió hace semanas, olvídalo de una vez…

Seth, nombrado así por el Dios del inframundo de la mitología griega, Señor de lo que no es bueno y de las tinieblas. Un pequeño gato cubierto por un hermoso pelaje color negro, exceptuando una franja blanca que abarcaba parte de su ojo izquierdo y mitad de la nariz, constaba con un par de ojos muy claros color azul grisáceo, había días en que parecían no tener iris de lo cristalinos que se presentaban. Lo curioso de Seth además de sus ojos, fue la causa de su muerte. Cada mañana al levantarse para ir a la facultad, Saul se encontraba con que Seth le dejaba una dulce ofrenda, como hace cualquier felino, sólo que las ofrendas de Seth constaban con un gato que tenía más minutos de agonía que de vida, un gato recién nacido. Por esa razón es que el veintitrés de septiembre del año dos mil catorce Seth fue vapuleado hasta la muerte por un grupo de gatos que deseaban molerlo hace tiempo, suena absurdo pero, por mucho que suene, ocurrió. Todavía lo echaba mucho de menos, aunque afuera haya sido un asesino de gatitos en serie, dentro de la casa era uno de la familia, nunca estaba de más tener compañía esas noches en que la lluvia azotaba la ventana hasta hacer temblar el cerámico. Pero era algo que Seth se había buscado y Saul lo sabía a la perfección.

Por más que sean casi las cinco y media de la tarde le exaltó creer que alguien podría haberse colado en su casa. Avanzó rápido pero sigiloso, como una serpiente al acecho, hasta llegar a donde se originó tal ínfimo sonido y quedó estupefacto al ver que en el sofá se encontraban arrellanadas dos compañeras de la facultad a la que asiste.

 – Hey Saul. ¿Dónde estabas? – Preguntó Darlene, una de las muchachas y sin esperar a que éste responda – Te estábamos esperando, habíamos quedado para hacer el trabajo de la señora Ramirez, vimos que la puerta estaba abierta y decidimos entrar ¿No estás molesto verdad? - 

Casi no logró escuchar lo que acababa de decirle, estaba concentrado en ver el jugueteo que hacían las manos de ella sobre la camisa que se veía tan abultada por sus bustos, como si fuese a quitársela de un momento para otro, todo se mantuvo en silencio por unos segundos hasta que Saul logro hacer acopio de su vocablo.

 – Creo, creo que se me olvidó – intentó reír, no sin forzarse un poco – Esperen un momento, voy por las cosas para que comencemos – Sin esperar respuesta y como una bala, salió disparado a buscar el material de estudios. Ya no parecía tan mareado y aunque la situación era algo descabellada había que poner buena cara y seguir con la comedia.

SaulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora