Las pisadas se hunden en el fango, el corazón de Yeiyá se agita en la carrera por su vida. De la tribu solo quedaron él y tres jóvenes huyendo de los gritos, la sangre y la muerte.
Esa noche de luna creciente había iniciado en cantos, bailes y música para rendir tributo al Dios Amaruaca, señor del viento y creador del Orinoco, pero éste espíritu maligno con sed de sangre, desplegó a su bestia Saumo para recrear la muerte que anhelaba como sacrificio.
La bestia bajó de los cielos con trepidantes aleteos provocando ráfagas de aires, devastando las churuatas, cosechas y los cuerpos de los que celebraban en la hoguera. Su inmenso tamaño envolvía la aldea en una asfixiante vacuidad a la ausencia de la esfera blanca. Volaba entre los inmensos árboles del bosque rasgando la corteza de los troncos ulitizando sus pesuñas, todo eso con el único fin de sumergir el corazón de los habitantes en un pánico ensordecedor. En ocasiones embestía la comunidad corriendo de un extremo a otro con sus cuatro imponentes patas mientras que su pico despellejaba la carne de cualquier inafortunada víctima situada en su paso demoledor. Yeiyá, el joven cazador, solo podía sostener su lanza mientras veía a Saumo bañar sus hermosas plumas blancas con la sangre de su esposa, en un desesperado ataque se abalanzó hacia la bestia pero una de sus alas lo aventó enviándolo lejos de la destrucción.
He aquí cuando nuestro personaje huye de la escena, huye pero con paso de venganza.