Alicia en el País de las Mentiras

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Alicia en el País de las Mentiras

"Sigue al conejo blanco", "Sigue al conejo blanco". Aquellas palabras solían sumergirme en el más profundo de los sueños mientras mi padre las susurraba junto a mi cama en épocas más perfectas.

Alicia solía invadir mis sueños con conejos blancos, orugas azules, sombrereros locos y fiestas de té; a medida que aquellas palabras incursionaban en mi cabeza comenzaba mi interminable viaje al país de las maravillas, donde todo era posible, donde una simple niña podía ser una heroína.

Tener siete años era perfecto; tenía una hermosa familia, un padre y una madre que me adoraban de principio a fin, tardes interminables en el parque persiguiendo a las nubes en el esponjoso cielo, festines de risas y cuentos de hadas; sí, todo era perfecto... hasta que dejó de serlo.

Mi nombre es Alicia, fui nombrada por el cuento favorito de mi madre, y era el que todas las noches mis dos padres se turnaban para leer. Tengo diecisiete años, once meses, treinta días y veintidós horas, y en toda mi corta vida siempre he estado en busca de ese conejo blanco. Puede que contarles mi historia resulte aburrido, después de todo, todas las historias ya han sido contadas y las que no, no creo realmente que valgan la pena. Nos hemos acostumbrado desde pequeños a esperar ese perfecto final feliz, donde los personajes salen del país de los sueños, son despertadas por el beso del amor verdadero, salvadas por príncipes azules o encontrado al amor de sus vidas; pero la realidad, es que nadie nos ha dicho nunca qué sucede después de eso, la historia termina justo donde debería comenzar; nadie nos dice qué sucedió con Cenicienta y el príncipe, ¿Tuvieron hijos? ¿Cuánto tiempo permanecieron casados? ¿Cómo fue su primera pelea, su primera discusión? No he oído nunca de una de esas princesas que se haya divorciado, donde el príncipe haya sido infiel, donde contrajo alguna enfermedad venérea o alguno de los dos murió de cáncer. Nos cuentan historias de vidas demasiado perfectas, se sientan a nuestro lado en las noches y nos dicen que todo estará bien, pero nadie te prepara realmente para la verdad, la cruel realidad que significa perder a toda tu familia.

Cuando cumplí los ocho años mi madre murió de cáncer; mi padre y yo tuvimos meses para prepararnos, compartir con ella y decir adiós, pero nadie nunca está realmente preparado para ese tipo de cosas, nadie puede dejar ir a quienes ama así de fácil. Mi padre cayó en una depresión a los pocos días, no comía, no salía, perdió su empleo... su único consuelo yacía en el fondo de una botella de whisky barato, cuyo tintinear de vidrio se convirtió en mi nana en las noches; a los ocho años ya no hubieron más cuentos para mí.

Pasé meses durmiendo con mi copia de Alicia en el País de las Maravillas, por los primeros días era capaz de rememorar con una precisión asombrosa las palabras y la voz de mi madre mientras la leía, pero con el tiempo, tanto su rostro como su voz se convirtieron en un fugaz recuerdo que a veces lograba colarse en mi memoria antes de desaparecer como cenizas en el viento.

Alicia en el País de las Mentiras (Short Story)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora