Azul de anhedonia

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I.

Moverme me cansa, incluso la inquietud más simple se siente como si estuviera obligando a un saco de carne a moverse. Imagínalo como una babosa densa en el pecho. Ya conté en el otro manuscrito lo que es la zona de caída libre en un noctámbulo, pero incluso así muy pocas emociones pueden perdurar largo tiempo. Estoy ahogándome en tedio.

WhatsApp se llenó con mensajes de los miembros de Livianum preguntando por mí, hace dos noches les escribí que estaba sumamente indispuesto y no me creyeron. ¿Por qué no me creyeron? ¿Por qué habría de mentir? Es verdad que estoy sumamente indispuesto porque me pesa todo, la ventana está abierta desde hace mucho tiempo y la brisa entra cuando quiere, si me abstraigo, como hago para escribir esto, podría haberlo estado desde hace eones. No me muevo para poder conservarme fresco, me concentro en los ruidos y reflexiono hasta digerir la calma. Esta es mi nueva rutina. Esta es apatía de la que recorre las venas y detiene la máquina. Hastío frío en las rocas.

Es inútil moverse, es tan lindo, pero tan inútil, es tan inútil que no hacerlo duele. Todo este tiempo estuve haciendo cosas inútiles, la quietud en el espacio es el estado natural pero conflictivo de la materia de este universo, la impasividad de lo eterno. ¿Por qué lo eterno no es inmutable? Seríamos felices. La condena es movernos, estrellarnos, quejarnos y herirnos. La solución: no escuchar. No hablar. No pensar. No nada. Nada de nada. Las montañas, por ejemplo, son montañas porque se mantienen quietas, existe tranquilidad en ello, existe sabiduría en ello. Moverse no me sirve ahora, porque aquel que se mueve en este estado se enfrenta a un dilema único: ¿Qué hacer? Si pudiera me volvería a enterrar y esperaría a que el sol se volviera una gigante roja.

No existe remedio que remueva estos sentimientos pesados más que la inmovilidad, el silencio y el olvido.

He estado en quietud intermitente desde hace una semana.

Estoy acartonado, un mosquito se ha venido metiendo, chupando la sangre sin resistencia; ya no me tiene miedo y ya no se oculta, se queda inmóvil sobre la sábana, desde ahí se desplaza a mi mano, pica y bebe. Con el tiempo todo ha estado quedándose más y más quieto, inclusive con el correr de las noches el murmullo en los otros apartamentos se ha extinguido y solo persiste un silencio sordo.

Tengo sed, claro que sí ¿cómo no la tendría? Sed que es intrascendente a estas alturas, cuando pase el suficiente tiempo me acartonaré más y ni siquiera podré moverme. La sed es preciosa, pero inútil, vivir es tan difícil pero existir así es el doble. Creo que ya había utilizado esta metáfora pero la voy a reciclar: en la constante partida de cartas contra el destino se pierde casi siempre, es inútil seguir planeando; este universo, Dios o lo que haya más arriba de la comprensión es mañoso, te ata, te obliga a jugar, se burla en la cara y te deja ganar un diez porciento de las veces.

Mucho he extrañado. Sigo extrañando cosas. Sí. Extraño cosas. Gaseosa o papas, o sangre, lastimosamente las tres cosas saben igual. Extraño ir al centro comercial y a Lor, extraño el instrumento, extraño los videos de Youtube y tengo una cantidad absurda de animes por ver aún. Pero no me voy a mover. Extrañar es inútil, querer es inútil, esperar es inútil, convencerse es inútil. La quietud da miedo porque lo primordial da miedo.

Mis actividades cerebrales disminuirán poco a poco, por lo que estoy escribiendo para cuando me vuelva a mover.

¿Qué siento ahora? No siento nada. Mis extremidades están dormidas y mi piel huele mal. Mi mente seguirá mientras haya oscuridad, pero el cuerpo físico está empezando a pudrirse. La habitación empieza a oler a muerto, tal vez siempre olió así, la ventana abierta está para eso. Mi zona de caída libre no terminará pronto.

II.

Nada cambia nunca. Si Dios fuera en realidad una orquesta, estaría tocando leitmotivs cósmicos que se repiten cíclicamente. Existen tendencias navegando, un matemático o un físico podrían explicarlo mejor que yo. Existen y se mueven en el agua y en la oscuridad.

III.

Cambié a este estado de consciencia porque había alguien tocando con insistencia dolorosa la puerta de mi apartamento

Ni idea de cuanto tiempo había sido hasta ese momento. Hice un esfuerzo por levantar los párpados. Los golpes seguían un patrón aunque no sabría decir cual, poco a poco pasaron de ser un ruido ajeno a una percusión constante que fracturaba el silencio. Desgraciadamente aún soy parte de este mundo y como tal sigo teniendo que pagar, deber y esperar las mensualidades y este mundo también exigiendo.

Quien fuese no podía esperar atención bajo este techo.

Qué fastidio ¿no?

Cerré de nuevo los ojos pero siguieron habiendo golpes, a veces se detenían y otra veces retumbaban como si esa puerta se fuera a caer. Me tomó mucha más fuerza de voluntad empezar a moverme parsimonioso para empezar a percibir atentamente al extraño, extraña en este caso, merodeando afuera.

Distinguí una voz conocida y entonces sentí un desagrado profundo en el pecho, tanto y tan fuerte que me volví a meter con rencor entre las cobijas del somier. Perder tiempo en semejante estupidez me hizo querer vomitar. Se quedó en el umbral del pasillo un largo tiempo, su insistencia se tornó en desesperación y la desesperación en llanto entrecortado. Afortunadamente en ese punto estaba totalmente incapacitado, porque si no, quizás habría salido a encararla.

El ruido cesó, ella se fue y el ambiente volvió a su estado natural. Como debía ser.

Pensé que Ingrid debía tragarse lo que tuviera que decir. Es inútil dialogar con alguien cuando se ha negado a capa y espada a escuchar. Soy alocadamente egoísta y negligente. Pero es inútil prejuzgar y confiar en las expectativas.

Algún día encontraré algún placer en la sangre y el movimiento y los deseos vertiginosos, pero mientras tanto puedo dormir tranquilo.

Movimientos AlternosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora