IV

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Tendido en las profundidades después de un aparatoso aterrizaje, me costó reaccionar a lo que había presenciado; no era un escape, tan solo unas ventanas que eran lo más cercano a una salida momentánea. Sin tener opciones para elegir, subí nuevamente, una y otra vez; empecé a observar, tan solo eso, mirar cada detalle del exterior, de lo que se componía, de lo que se trataba, y cuando el impulso me vencía, intentaba saltar por dichas aberturas, pero mi propia forma me lo impedía y perdía el control, para ser aventado nuevamente por una fuerza invisible hacia el fondo.

Tardé demasiado en domar mis impulsos, al punto de disimularlos, por ejemplo ahora, mientras redacto; y soy yo quien a través de las ventanas creo que guio esta prisión ambulante, aunque por veces exagero en mantenerme en la cima, y esa extraña atracción a las profundidades me derriba y no puedo contener la ira; o en ocasiones la impresión es tanta, que al tenerlo quieto, delante de un espejo, yo mismo me espanto al no reconocerme, es cuando prefiero regresar a mis tinieblas; y claro, debería asustarme, de ser alguna vez una criatura temida entre tantos, a verme ahora en la imagen de un delgaducho ser humano, que a pesar de reflejarme en su mirada, no deja de ser inferior, repugnante e inútil, detestable e ignorante; que se hace preso de mí, aunque su carne me sirva de cárcel, y continuemos con la ironía, de conseguir la libertad.

Fin

Las prisiones latentes (Cuento)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora