— El molesto despertador vuelve a sonar por tercera vez en ésta mañana, cómo a todo mundo sí hay algo que detesto es despertarme por la mañana temprano, es decir: por más que lo intente una y otra vez por estas horas no sirvo. Tendré miles de excusas preparadas cada mañana, y ciento de razones por las cuales pienso que debería ser ilegal madrugar pero de nada servirá, porque luego de algunas -poco femenina - maldición acompañada de algunos -pocos atractivos- gruñidos obligué a mi adormilado trasero junto con el resto de mi adormilado cuerpo a levantarse de mi hermosa y cómoda cama. No hizo falta prender la luz de la lámpara junto a mi cama, o abrir las cortinas que me refugiaban del sol mañanero, aún no estaba dispuesta a abrir los ojos y sin importar sí me chocaba con las cajas que aún se encontraban en la habitación luego de la mudanza a mi nuevo apartamento, o sí me chocaba con la montaña de ropa sucia que de hoy no pasaba sin llevar al lavadero, aún así continué con mis ojos cerrados hasta llegar al pequeño baño en el que me dispuse a comenzar mi rutina mañanera, cepillar mis dientes, una fresca y relajante ducha que terminó por despertarme, y luego de buscar algún conjunto simple de ropa me enfrenté al reto de cada mañana : mi cabello; él y yo sabíamos que era una lucha pérdida que por más que lo intentara él saldría ganando y que nuevamente al igual que los días anterior iría cómo una loca a la universidad. Y no es que realmente me importara que me miraran raro cada día al ingreso, bueno a quien quiero engañar, en verdad mi cabello me ponía en vergüenza en ocasiones. Tampoco es que tenga grandes rulos, de niña sí era así y solía parecer una pequeña bruja, pero luego con el paso del tiempo comenzó a aplacarse.
— Maldito cabello — Siseé por lo bajo a pesar de que nadie podía escucharme. Hoy me rendiría, tomé el broche que tanto adoraba, el que una vez mi abuela me regaló y lo coloqué por detrás de mi cabeza agarrando la mitad mi cabello, así está mejor.
La cocina del departamento era pequeña, pero suficiente para una persona sola, suficiente para mí. Había odiado la idea de alejarme de mi familia, pero no había quedado de otra, la universidad en la que me habían dado media beca estaba lejos de la ciudad en la que me había criando, Luisiana, ahora me en encuentro en New York a tan sólo 20 minutos de la facultad pero también a 20 horas de los ruidos molestos de mi hermano pequeño, Aidan, al que extraño y amo, a 20 horas de los desafinados cantos mañaneros de mi madre, Zara, mientras nos hacía el desayuno con tanto amor y devoción, y 20 horas de mi abuelo, Joseph, no hablaba mucho pero al levantar su vista de su periódico del cual se informaba matutinamente podía ver tanto cariño y orgullo en el brillo de sus ojos oscuros igual a los míos. Los echaba tanto de menos que sentía que rompería a llorar en cualquier momento, el estar sola me deprime, pero ya pasará, sólo debía hacer un llamado luego por la tarde al salir del trabajo, sí, tenía que trabajar para pagar la otra mitad de mis estudios, pero no era muy tedioso, con unas 7 horas por la tarde me era suficiente, a demás el Café de Tonny quedaba frente a la universidad, salía de allí y no hacía más que cruzarme de vereda, era cómodo y el sueldo era suficiente. Mi desayuno consistió en una recargada taza de café junto con unos muffins que había traído de Tonny's Coffee. Los había hecho Greta, la encantadora mujer mayor que encargaba de la repostería del lugar, hacia delicias cómo jamás los he probado, y créanme que me encantaría decir que mi madre la superaba pero bueno, ella realmente lo intentaba, con todo el amor que en su cuerpo cabe.
Era las 7:05 de la mañana y debí darme prisa sólo tenía 25 minutos para llegar, hoy tocaba anatomía y al profesor Clawson no le agradaba que llegáramos tarde. Una vez fuera de mi apartamento me monté en mi vieja bicicleta, y tomé rumbo a la facultad, Michael Jackson no dejaba de resonar en mi mente, ayer había escuchado una nueva canción en la radio y no he dejado de tararearla, Billie Jean resultaba una canción muy pegadiza. No me demoré más de lo que lo hacía diariamente, en mi reloj pulsera pude ver que sólo me había demorado unos 16 minutos hasta el momento en el que me adentré en el estacionamiento del establecimiento.