CAPÍTULO 1: EUROPA

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El vidrio goteaba por la condensación del húmedo aire proveniente de la oficina del señor Kurth. Transcurría el frío invierno por lo que llevaba una botella llena de café caliente de mala calidad, que compartía con su compañero de trabajo, Evan. Como de costumbre, Evan pasaba leyendo libros de autoayuda y de paternidad, cosa que al Sr. Kurth hartaba, ya que todo el trabajo y presión recaía sobre él. Evan tenía un reloj de bolsillo extremadamente ruidoso ya que estaba averiado, por lo que daba pequeños saltos y no funcionaba. Podías identificar si estaba cerca solo por sentir el tic tac. El Sr. Kurth en cambio, era silencioso, y en ocasiones podrías tenerlo al lado sin notarlo porque tenía el sigilo de una araña que se acerca a una mosca. Él mantenía bien el equilibrio de trabajo y descanso, era puntual pero jamás trabajó horas extra porque consideraba que si no había paga, no valía la pena. Luego de varias horas sobre esa silla de cuero barato separando los documentos psiquiátricos junto a Evan, llegó la hora del almuerzo. Como de costumbre iban a comer juntos al café que queda a pocas calles de la oficina, un café con unas sillas azules, unas baldosas con un diseño pretencioso y unas servilletas dobladas en forma de barco. Durante el almuerzo, el Sr. Kurth se dió cuenta de que había una cara nueva en el local, un chico de mirada perdida que escribía sentado, de unos 5.9 pies de alto, y parecía leer un libro de aprendizaje de el idioma, con una chaqueta color beige que combinaba bien con las sillas, el pelo negro y largo, antiestético incluso, casi le tapaba los ojos. Lo único en lo que podía pensar era si a ese joven le habrá sorprendido la forma en la que sirven las servilletas, mientras tanto, Evan le hablaba de cosas sin importancia.-¿Qué cara habrá puesto al verlas? Por su cara podría deducir que no es Inglés - Decía en voz baja mientras revolvía el café.-Se le debe haber parado el corazón por unos segundos-. Dijo Evan con una leve sonrisa, mientras masticaba su postre. -¡Eh! ¡Chico! ¿Te gustaron las servilletas?- Gritó Evan de forma explosiva y con la intención de hacer sentir incómodo al muchacho y al Sr. Kurth.

El chico levantó los hombros en señal de que no estaba entendiendo bien el idioma. -Déjalo en paz, no es de aquí, no te entiende-. Se hizo un silencio incómodo que hizo que el chico pidiera la cuenta y se fuera sin dejar propina. Ambos se sintieron mal por haber arruinado la tranquilidad de el extraño. El Señor Kurth miró a Evan decepcionado y a este se le borró la sonrisa de la cara. Ninguno de los dos sabía que el chico venía de muy lejos escapando de la miseria de su país de nacimiento, y había llegado ahí con unos cuantos euros en el bolsillo buscando un lugar para refugiarse e iniciar una nueva vida. Al dejar el café de nuevo en la mesa se dio cuenta de que una chimenea industrial que estaba a lo lejos liberaba un gas muy parecido al vapor, solo que era una nube, y el suyo solo era un café. Y pensó en lo feo que se vé el humo negro y lo bello que se ve el vapor blanco, ya que el humo es una muestra clara de la suciedad y de la toxicidad, en cambio el vapor es algo inofensivo, solo admirable. -Que medriocre que es esta ciudad, y que medriocre mi reflexión.- Pensaba sentado.

Evan propuso pagar la cuenta a la mitad pero no se percató de que su dinero había quedado en la chaqueta que dejó en la oficina, así que Kurth debió pagar ambos almuerzos, como de costumbre. Al llegar de vuelta al edificio ya no había nadie, algo que nunca había pasado, sólo estaban los guardias de seguridad de las oficinas, quienes les informaron que se habían suspendido las jornadas por un evento deportivo, un partido de fútbol. Ambos subieron a su oficina, tomaron sus chaquetas, sus bolsos y se retiraron.Evan caminó junto a él hasta su departamento en el oeste de la ciudad, caminaba risueño, normalmente contando cosas de cuando era niño o de sus hijos, pero nunca historias repetidas, ya que Kurth se daría cuenta debido a su gran memoria. Al llegar al departamento de Kurth, Evan se despidió y se fué caminando a su casa que no quedaba a más de cuatro calles, contemplando los Ford T nuevos que pasaban por su costado.

Oh my!Where stories live. Discover now