La foto

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—Cariño, ya vamos a cerrar.

Keigo volteó a ver a la bibliotecaria con cara de angustia y por la velocidad los lentes se le resbalaron por la nariz y casi se le caen.

—¡¿Tan pronto?! —dijo alarmado, cerrando los libros y acomodando sus apuntes—. Pensé que tenía más tiempo.

—Llevas aquí desde la mañana, cielo, ni siquiera has ido a comer. Vienes mañana. Anda, también hay que descansar.

—¿Puedo dejar esto aquí? ¿O debo regresarlo a su lugar? Me ahorraría mucho tiempo no tener que buscarlo de nuevo mañana.

La bibliotecaria, una mujer anciana y pequeñita, amable pero muy estricta, le sonrió y asintió.

—Sólo porque sé que estarás aquí antes de que abra. Ahora vete, a comer algo, y a dormir.

—Sí mamá —dijo Keigo en broma, guiñándole un ojo—. Muchas gracias, Shuzenji-san.

Al recoger sus cuadernos de sobre la mesa —esos sí se los iba a llevar, para seguir trabajando en casa—, golpeó por accidente uno de los libros que no había tenido tiempo de revisar y este cayó en el piso.

Apenado se agachó a recogerlo y al hacerlo salió de él la fotografía de una pintura. En ella se mostraba un hombre muy apuesto, de cabello claro y ojos brillantes, su armadura tenía diseños de llamas y la sonrisa de lado no reflejaba alegría, sino que era una especie de amenaza, un reto. Keigo sintió una opresión en el pecho, una sensación de añoranza, y como si algo en su cerebro quisiera recordar algo sin lograrlo. Nunca había experimentado algo así, no tan intenso, al menos.

No se dio cuenta de que estaba temblando sino hasta que la bibliotecaria lo llamó.

—Mírate, estás temblando, seguro es por falta de alimento. Ya voy a cerrar, vete ya.

Keigo respiró profundo y dejó la fotografía dentro del libro. Pero ya había quedado grabada en él.

Durante el resto del día, y por la noche, no pudo pensar en otra cosa que no fuera en ese rostro. En la mirada intensa del hombre, en la tristeza que ocultaban esos ojos enmarcados por gruesas cejas y la mueca retadora que lo había hecho estremecerse.

Despertó con la sensación de que lo que había soñado se escapaba. Se esforzó por recordarlo, pero sólo quedaba esa incómoda sensación, de la parte de atrás de su cerebro, como queriendo recordar sin lograrlo.

Se apresuró a arreglarse y desayunar algo para irse a la biblioteca. Ya no sólo era la urgencia por terminar su investigación para redactar el artículo para presentarlo en la conferencia del mes próximo, sino que necesitaba volver a ver la fotografía y, aún más importante, descubrir quién había sido esa persona.

En cuanto abrieron se fue prácticamente corriendo a la mesa, un sentido de urgencia le apretaba el corazón. Temía que la foto no estuviera, por alguna razón. Pero cuando llegó vio que todo estaba como lo había dejado, incluso la foto. Suspiró de alivio y se dejó caer en la silla. Se obligó a sacar sus cuadernos, los cuales al final no había revisado por estar pensando en el hombre de la fotografía, y acomodarlos antes de tomarla y analizarla.

La armadura que portaba podía ser una pista, dado que no había nada más. La firma en el retrato no alcanzaba a entenderse y no había nombre en ella. La giró, para ver si ponía algo atrás. Dabi.

«El diseño de la armadura se parece al emblema de la dinastía Todoroki».

Emocionado, pues era su familia favorita en la historia —y el tema de su tesis de maestría—, tómó el libro de donde había salido y empezó a hojearlo. Estaba sorprendido de no saber de él, pues en su momento leyó muchas cosas sobre los Enji Todoroki y su familia y su reinado. No sabía de qué página había salido, pero al menos el mismo libro podía resultar una pista. Observaba las imágenes, por si alguno se parecía a ese hombre. No quería tener que leerlo completo, pero ya había decidido que lo haría si no. Los temas de su investigación olvidados en favor de descubrir quién era ese hombre que lo tenía tan obsesionado.

Nuestra Historia (dabihawks)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora