Capítulo 1: El principio del fin

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Las explosiones resonaban por toda la colonia y el humo gris salía de algunas casas ardientes, calentando mi mejilla a metros de distancia. La gente gritaba y corría, buscando un lugar en el que esconderse y esperar a que todo pase. Los valientes exploradores de Olympic protegían las puertas y muros del ataque de los salvajes.

Intentaban entrar, saquear nuestras casas, matar y sembrar el caos. Algunos trepaban los muros, aprovechando la noche, otros lanzaban desde fuera grandes bolas de fuego que explotaban al caer y lo quemaban todo. Vi a mi padre entrar al edificio central de la colonia, donde se encontraba el líder superior de las tres colonias, la persona más importante de la humanidad.

Tres salvajes entraron tras él, yo misma lo vi de lejos. Poco después los tres salieron y tras ellos, Kevan, el mejor amigo de mi padre, disparándoles con su revólver. Uno de los salvajes logró escapar. Entonces fui corriendo a ver qué había ocurrido y solo durante una milésima de segundo, lo vi tendido en el suelo, completamente inmóvil. Era mi padre, pero Kevan no me dejó mirar ni acercarme.

Un grito desgarrado salió de mí como si me hubiesen arrancado el corazón. Él me alejó del sitio y me abrazó. Yo lo abracé también, rota de dolor. Mi instinto me hizo huir. Salí corriendo en dirección contraria a él con las mejillas húmedas y el corazón acelerado. Cada segundo de ese momento pasaba como horas.

Corrí más rápido que nunca hacia mi hogar y prácticamente me choqué de frente con mi madre, que salía angustiada a buscarme.

Entramos en casa y cerré la puerta rápido, apoyé mi espalda para asegurarla, pero fui perdiendo fuerza y fe hasta que me quedé sentada en el suelo, cansada, sudando, agotada y, sobre todo, sabiendo que nada iba a volver a ser como antes.

No pude evitar que las lágrimas brotasen y los recuerdos invadiesen mi mente después de lo que acababa de ver. Mi madre me abrazó para darme calor, pero en ese momento estaba congelada. No sabía qué hacer ni cómo explicarle a mi madre lo ocurrido, para ser sinceros ni siquiera yo quería creerlo.

Tomé la poca valentía que me quedaba, me separé un poco de ella para poder mirarla a los ojos y le di la desgarradora noticia. Mi padre había muerto, yo misma había contemplado minutos antes su cuerpo inmóvil.

Con la voz temblorosa se lo dije, mi madre comenzó a llorar mucho más desconsolada y rota de lo que la había visto jamás. Así que la abracé, y lloramos juntas, temblando esta desgracia, sabiendo que una parte de nosotras se había ido para siempre y deseando no haber despertado ese día.

Con los primeros rayos de sol que entraban por la ventana, me di cuenta de que ya no había ruido, el ataque había acabado. Salimos lo más fuertes que pudimos. La gente estaba en marcha, arreglando los desperfectos que habían causado los salvajes.

Fuimos a la enfermería, que en ese momento estaba abarrotada. No hizo falta preguntar, de todos los cuerpos que había en la entrada, lo distinguí al instante.

Corrimos entre las decenas de caídos hasta su camilla. Aunque su cuerpo estaba tapado, su mano sobresalía por un lateral, con la pulsera que yo misma le regalé: una pulsera de cuerda con un círculo de madera pequeño y una marca que hice cuando era niña. Él nunca se la quitaba, decía que le recordaba a su hogar. La desaté de su muñeca, y me la puse, sé que me protegerá cuando más lo necesite.

Me arrebataron lo que más quería, me arrebataron sus lecciones, sus abrazos, su cariño, todo.

Desde ese día juré que no iba a descansar hasta matar al salvaje que me lo arrebató, y es lo que voy a hacer. Soy Alexia Bloom, y esta es mi historia.



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⏰ Última actualización: May 17, 2021 ⏰

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