Prólogo

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Ainhoa, Francia, año 1800:

En las partes más remotas de Francia, donde las leyendas eran ciertas y los miedos podían volverse realidad, había crecido un joven muchacho que cargaba con el peso de una maldición familiar.

La familia LaCroix era conocida por ser de una buena posición social, jamás habían sufrido de las penurias del mundo humano, la juventud y la salud siempre habían estado de su lado. Eran la admiración por parte de los hombres y la envidia de las mujeres. Y aún así, ni con toda esa admiración ni con todo el oro que pudieran poseer pudieron librarse de la desgracia familiar que los perseguía desde hace siglos.

Y así como no podía librarse del matrimonio forzado ni evitar que las mentiras sean descubiertas, Kilian sabía que él no quedaría exento de aquel sufrimiento.

Así como también supo que ese día algo cambiaría, no podía expresar cómo lo sabía pero estaba seguro de ello. Lo sentía en sus huesos y en todo lo que lo rodeaba.

No fue hasta esa noche que lo entendió, cuando su padre apareció con la mirada ensombrecida y llena de determinación.

El momento había llegado.

Era invierno por aquel entonces y había un fino manto de nieve cubriendo las calles de piedra. Se recomendaba evitar los bosques a toda costa, sin embargo, siguió al viejo hombre por el camino que daba a el bosque del pueblo.

El frío le calaba los huesos y tuvo que ajustar el pesado abrigo de piel a su cuerpo, intentando guardar la mayor cantidad de calor posible. En un par de horas más aquello ya no sería un problema para él, nunca más.

Su padre paró su caminata cuando consideró que había una buena distancia entre ellos y el pueblo y desde su abrigo brilló la daga de plata.

Se acercó y tomó sus manos, su mirada llena de desesperación y anhelo.

Anhelo por descansar en los dulces brazos de la ansiada muerte.

—Hijo mío—le habló—. Te lo suplico, acaba con mi sufrimiento.

Y dicho aquello depositó la filosa arma entre sus manos.

—Padre…—dijo con voz lastimera—. No me pidas esto, no soy capaz.

—Por favor, tienes que hacerlo—rogó, los ojos le brillaban ansiosos—. Eres el único capaz.

—Me estás pidiendo que te mate, ¿cómo he de aceptar eso?—le preguntó con desesperación, pues sabía que nada le haría cambiar de opinión—¿Qué clase de hijo le haría aquello al hombre que le dio la vida?

—No me estás matando, me estás liberando—dijo y se puso de rodillas frente a él, aceptando el destino de su vida—. Por favor, acaba con esta tortura, te lo suplico.

Con las lágrimas acumulándose en los ojos miró el objeto que sostenía entre sus manos y se acercó a pasos lentos, hasta caer de rodillas frente a él.

El destino estaba sellado.

—Hazlo—susurró, tomando su mano y guiando la daga hasta el centro de su corazón— ¡Hazlo, Kilian!

Y con ese último grito y la luna como testigo, vio como el último aliento de vida se despojaba de los labios del hombre.

Vio cómo la nieve pura y blanca se teñía de escarlata.

Y aquel pequeño pueblo de Francia escuchó el grito que daba una bestia al despertar.

Porque un nuevo vampiro había nacido.

Un nuevo monstruo había sido creado.

Lacrimosa━━Wanda MaximoffDonde viven las historias. Descúbrelo ahora