La colección de la señora Hernández
La lluvia caía tímidamente sobre la ciudad desde que los primeros rayos del sol se perdieran entre las abultadas y grises nubes. Cristian y Micaela jugaban en la vieja plazoleta San Martín. Ella dibujaba figuras en la tierra lodosa con una ramita, él la observaba con devoción, siempre a una distancia prudente. Aún no lo comprendía, pero las niñas de once años se tomaban bastante en serio lo de su espacio vital.
Una descuidada camioneta roja pasaba en ese momento, giró en una de las esquinas y se detuvo frente a una enorme casa de dos pisos. En la vereda, hombres y mujeres vestidos de negro,hablaban en voz baja, cada uno con su paragua. Micaela vio que desde la camioneta bajaba el padre Germán, su protector y tutor en catequesis. El hombre, de unos sesenta años, lucía pálido y enfermo.
-Lo sabes verdad, dijo sin dejar de hacer sus garabatos incoherentes.
-Lo sé, respondió Cristian. Trató de mostrarse indiferente pero no pudo. La muerte era algo que le inquietaba.
La señora Hernández había fallecido a causa de un paro respiratorio. Había sucedido mientras dormía. Tenía noventa años y durante su vida siempre había luchado por la comunidad vecinal. Las personas que la habían conocido sabían que había dejado este mundo una gran mujer.
Micaela no sólo la recordaba por su enorme sonrisa y el cariño que tenía con los niños, sino por su colección de muñecas. Tenía nueve años la primera vez que la señora Hernández le presentó a los miembros más silenciosos pero especiales de su familia. Era una colección formidable. Cada muñeca tenía su lugar en una enorme repisa de cedro. Eran cincuenta. En esa ocasion, la niña le había hecho muchas preguntas sobre el origen de las muñecas, el nombre de cada una, sus canciones favoritas, y la señora Hernández había respondido con enorme satisfacción. Sólo cuando le preguntó sí obtendría más muñecas con el tiempo, la mujer titubeó.
-Cincuenta es un buen número, había dicho para luego desviar la conversación.
Cuando supo de su muerte, el corazón de la niña se marchitó cómo una rosa abandonada en el desierto. La noticia de que la colección iba a ser donada a una casa de antigüedades al oeste de la capital, la terminó por derrumbar. Su madre le había explicado que estarían mejor en ese lugar, ya que ningún familiar de la señora Hernández se había comprometido a cuidar de tan magnífico legado. Micaela sintió un odio profundo y repulsivo que rondó en su cabeza por varios días.
Una semana después que un enorme camion de mudanzas se llevará los muebles y otras pertenencias, incluida la colección, la casa quedó deshabitada y fue puesta en venta. Algunas noches, Micaela se acercaba a la ventana para observar el enorme caserón de la esquina que antes había guardado sueños y esperanzas. Pero ahora, aquel lugar solitario y oscuro le atemorizaba.
-Dicen que en la casa de la vieja espantan, ¿Vamos a echarle un ojo?
-Señora Hernández, no le digas vieja, murmuró Micaela mientras cerraba el puño. Carlos y Mariela, hermanos entre sí y primos de la niña, se rieron entre dientes.
Cristian observó la vieja casa y aunque estaba lejos, sintió una profunda oscuridad que lo invadía.
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Rebeca
Misteri / ThrillerArgentina. Tucumán. año 1990. En un humilde y marginado barrio, alejado del ruido de la ciudad, una mujer trabajadora, honesta y respetada ha fallecido. Emma Hernández dejó una herida profunda entre los vecinos del triste barrio Alberdi. Micaela, un...