la revelación

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Carlos casares, años 70.

El joven muchacho tenía un corazón de oro, al igual que su hermana y su madre.
Esa era la razón de que él se esforzara tanto trabajando para que su familia viviera bien,
pues siempre se tomó muy en serio el título de “padre” para su hermana, “esposo” para su
madre, y el de “hombre de la casa”, ya que su padre los había abandonado hacía una
década atrás, obligando al muchacho a madurar antes de tiempo.
Su bella hermana, que ahora tenía diez años, era muy querida en el vecindario,
tenía un gran carisma, era muy alegre, aplicada y le gustaba leer, pues su madre le había
enseñado que quién estudia tiene más probabilidades de tener éxito en la vida. No era de
extrañar que cuando no se la viera leyendo, estuviera visitando a sus abuelos que vivían
cruzando el monte. A la niña le gustaba pasar mucho tiempo con ellos, ya que además de
las historias que le contaban, amaba columpiarse en la hamaca que colgaba de un gran
árbol de paraíso. Durante esas visitas, tenía la costumbre de ir al monte, sentarse bajo un
árbol, rodeada de la naturaleza, y leer; regresando a su casa antes de que se ponga el sol.
Ese día, ese mísero día, algo llamó su atención, y cinco minutos fueron suficientes
para que una tragedia sucediera. La noche en que la niña no retornó a la casa, su madre
no se preocupó porque sabía que, como había sucedido en otras ocasiones, los abuelos
temerosos del bosque, la obligaban a pasar la noche con ellos, porque afirmaban: “nunca
se sabe lo que puede haber en la oscuridad”.
El día de la desaparición, la niña ya no estaba en casa de sus abuelos, esa tarde se
distrajo observando las formas de las nubes, sin saber que esos cinco minutos serían
fatales para su vida. Pues, aunque ella no lo supiera, alguien la estaba observando. Pero…
¿cómo iba a saber que esa “persona” sería quien decidiría sobre su vida?
Al día siguiente la pequeña seguía sin aparecer, así que la madre decidió buscarla. Al llegar
a lo de sus padres, se encontró con la pareja desayunando tranquilamente, pero eso no era
lo raro, porque ese par inspiraba una gran paz, lo extraño era que ellos estaban solos.
Todavía más preocupada, les preguntó: - “¿dónde está mi hija, y por qué aún no ha vuelto
a la casa?” La mirada desconcertada de los ancianos alcanzó para saber la respuesta a su
interrogante.
Los primeros dos días de búsqueda no tuvieron resultados. Al tercero la
encontraron, o lo que quedaba de ella. Para la mujer eso fue devastador, pues estabaviviendo la peor pesadilla a la que toda madre teme: la pérdida de un hijo. Dos meses
después, era tanta la angustia que la atormentaba, que decidió acabar con su propia vida,
dejando a su hijo huérfano, y una gran tristeza en sus padres.
Luego de la muerte de su madre, el joven comenzó a tener todas las noches la
misma pesadilla. Veía a su hermana mirando la luna llena y una bestia vigilándola desde la
distancia, así como un depredador acecha a su presa. Con pasos sigilosos se acercaba sin
emitir sonido alguno. La niña advertía tarde esa presencia y un par de segundos eran
suficientes para alcanzarla y precipitarse sobre ella. El rostro de la niña estaba paralizado
por el terror de estar cara a cara con esa leyenda urbana, que le habían narrado tantas
veces. Nunca había creído esas historias de boca de sus abuelos. Pensaba que el lobizón
era solo un cuento para asustar a los niños. Pero ahí estaba, frente a ella, mirándola con
esos enormes ojos, que inspiraban un profundo terror. La bestia ataca salvajemente con su
fuerte mandíbula, desgarrando la tierna carne, comiéndola mientras aún seguía viva. Pero
el sueño no terminaba ahí. Había una voz, esa voz que había escuchado tantas veces, que
creyó que no volvería a escuchar y que tanto extrañaba, la voz de su hermana, le susurraba
una y otra vez un nombre.
Esas palabras resonaban en su cabeza, esas palabras tenían una identidad que él
conocía y que tantas veces había escuchado en boca de su madre: - “cariño, ve a la tienda
de don Fermín”. La cara del dueño del almacén del barrio llegó a su mente. Ese extraño
anciano que le había regalado, en varias ocasiones, dulces a su hermana por ser una
“buena niña”.
- Pero abuelo, ¿entonces nunca se supo nada de la bestia? ¿Nunca lo atraparon?
- No, Javi. Pero él pagó por lo que hizo, estoy seguro de eso.
- ¿Cómo lo sabes abuelo?
- Porque ese fue el último ataque del lobizón.
La mirada melancólica del anciano se dirigió a aquel gran árbol de paraíso, en el que vio
hamacarse a su hermana, a su hijo y a su nieto… y dónde yacen los restos del monstruo
de sus pesadillas. El culpable de arrebatarle a su hermana, y al mismo tiempo a su madre.

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