Era una casa de huéspedes, además de un restaurante autóctono, con siete habitaciones ocupadas. Era de esas casas grandes, estilo europeo, vestigio de colonos ingleses en la región. Estaba enclavada en una colina cuya pendiente más amplia caía suavemente al lago. Las grandes ventanas tenían hermosas vistas, pero una de ellas siempre estaba cerrada. Tras ese cristal habitaba una muchacha silenciosa que llego ahí varios meses atrás. Quién era, de dónde era o qué hacia allí; nadie sabia. Pagaba su hospedaje una vez al mes y casi nunca salia de aquella habitación de paredes forradas en madera. La cama era el sitio donde pasaba gran parte de su tiempo. No acostada, sino sentada leyendo o escribiendo. A veces dibujando. Muchos creían que era una artista en busca de inspiración. Cual fuera su verdad, estaba guardada detrás de esa boca pequeña, delgada y pálida que apenas se abría para soltar un saludo cortes, una respuesta precisa o una declaración exacta.
Algunos le temían.
-Ella sabe cosas- decían.
-Si no supiera que viene de la capital, diría que es una bruja- decian otros.
-Siempre esta observando todo.
-Adivina cosas- comentaban los más temerosos.
Y si. Esa muchacha sabia cosas y parecía adivinar otras. Incluso predecía el clima. Pese a las reservas que le tenían, nadie la trataba mal porque no inspiraba tal cosa. Era afable. Tenía paciencia a las personas y también mostraba una suerte de condescendencia a la gente. Tampoco tenía problemas para colaborar en lo que pudiera. Aunque su colaboración parecía algo antojadiza. La dueña de aquella casa la bautizo como Kelü, por el color de su cabello que era rojizo. Fuera natural o pintado, con esa piel pálida que tenía, tomaba un aspecto bastante inusual en esos parajes. Kelü era la palabra que usaban los aborígenes para referirse al color rojo. A la muchacha no le agradaba ese nombre. Tampoco lo contrario. Le daba igual.
Como la dueña tenía un restaurante, en el primer piso, necesitaba un Chef y contrato a un sujeto que parecía todo, menos un chef. Un tipo con un aspecto quimérico entre hombre y uno de esos gatos sphynx. De ojos dorados penetrantes y una actitud más de dueño que de empleado. El anterior Chef se había jubilado por motivos de salud, por lo que necesitaba otro con suma urgencia y terminó por contratar a ese individuo, a quíen ofreció una habitación en la misma casa.
La señora lo presento a los otros huéspedes, una mañana, durante el desayuno. Todos estaban ahí, menos Kelü, que estaba encerrada en su cuarto. Pero la dueña le habló al Chef de ella, para que la peculiar actitud de la muchacha no lo ofendiera. La habitación de aquel sujeto quedaba justo en frente de la de Kelü, quien en ese momento hacia una de sus esporádicas excursiones al mundo exterior.
-¡Ah! Ella es de quien te hablaba- exclamó la mujer de cano cabello y cuerpo delgado, como una vela- Kelü te presento al señor Bills. Él es un nuevo huésped y también el Chef de mi restaurante.
El sujeto apenas extendió la mano para saludar a esa muchacha, que lo miró con el mismo interés que a una pared. Bills mantuvo su brazo en un ángulo recto. Aquello obligo a la mujer a acercarse para corresponder el gesto. La mano de la chica estaba tibia, pero su agarre fue sin fuerza.
-Un gusto conocerlo- le dijo con una voz cansina, algo tímida. No lo miro a los ojos y se alejo rápido, por el pasillo.
Aquella tierra era húmeda y por las mañanas había siempre una niebla gris que parecía el hálito de los verdes bosques aledaños. Eran esos momentos los que Kelü aprovechaba para salir y mezclarse entre la gente. Como un fantasma que se movía silente entre los vivos. Su largo abrigo tejido en gruesa lana, con ese color verde musgo, le daba el aspecto de un anima de principios de siglos que se paseaba perdida por las calles desprovistas de pavimentos.
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¿Comer o no comer?
FanfictionÉl era un chef. Ella se negaba a comer. Eran el uno para el otro.