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No todo era risas y bailes dentro de Neverland.

Peter Pan últimamente se estaba comportando un tanto distante con Wendy, ya no era lo mismo que cuando decidieron quedarse en Neverland para vivir su deseada vida llena de juegos y diversión, no, ahora tenía que cuidar a los niños perdidos, hacer de comer, limpiar y si le quedaba algo de tiempo libre, abrazar a Peter antes de que este se riera en su cara por estar tan cansada.

Ya no tenían aventuras juntos, las tardes de salir a pasear para molestar a garfio habían quedado atrás y, aunque no lo admitía en voz alta, su forma de pensar fue cambiando conforme a los años.

Había llegado una chica nueva, todo mundo estaba fascinado con ella, según recuerda, su nombre es Amely y provenía del mismo mundo en donde los niños crecen para convertirse en personas aburridas, sin aspiraciones y con una rutina monótona. Esas eran las palabras de Peter al momento de describir al mundo real, mundo al cual ella pertenecía.

Campanita estaba de mal humor, podía escuchar su tintineo por los rincones y su cara roja la delataba por completo. Ella, al igual que Wendy, no entendía que tenía de especial una chica que pronto pasaría a ser parte de la rutina que tenían las mujeres en ese lugar.

—¡Campanita está celosa, chicos! —se burló Peter entre carcajadas al momento de notar que el rostro de la pequeña hada se había tornado en un intenso color rojo, fácilmente pudo ser comparada con una manzana.

—¡Ay Campanita! No seas tan amargada —exclamó un niño perdido, acercándose para tomarla entre sus brazos y sacudirla de un lado a otro. —A los niños no le gustan las niñas celosas.

Wendy se enojó al presenciar como trataban a la pequeña hada, no se llevaban como las mejores amigas del mundo e incluso muchas veces habían llegado a enojarse, pero cuando se trataba de algún trato feo, ambas salían a defenderse mutuamente.

—Max, déjala en paz —habló Wendy en un tono un poco más alto que lo normal, ocasionando que Peter alzara una ceja, disgustado por su acción.

—¿Qué tenemos aquí? —Peter se acercó de forma burlona. —Chicos, ¿No creen que Wendy comienza a escucharse como un adulto?

No todo era risas y bailes dentro de Neverland.

—¡Peter Pan besó a Amely! —se escuchó gritar con asco a uno de los tantos niños perdidos.

—¡Es lo que hacen los papás, tonto! —gritó Miguel, comenzando así una tonta pelea infantil.

No entendía como es que su hermano tardaba tanto en madurar, estaba más que claro que ya no era un niño pequeño, sin embargo, sus pensamientos habían comenzado a ser iguales a los de Peter. Wendy no quería eso, no necesitaba más Peter Pan en el mundo, necesitaba un hermano con pensamientos congruentes.

—Estamos jugando al papá y a la mamá —se excusó Peter mientras aquella chica permanecía sentada en su regazo.

Wendy lloró.

No por ella misma.

Lloró porque Amely había caído en la trampa de Peter Pan y su mundo lleno de fantasía que le estaba prometiendo.

Al fondo, Campanita observaba con gran incomodidad como es que se estaba dando todo ese asunto, ¿Cómo podría ayudar? Si no podían escapar de Neverland, era prácticamente imposible huir de las manos de Peter Pan y sus idioteces.

El mundo de fantasía había quedado atrás, en un principio Neverland era un lugar para que los niños pudieran ir a refugiarse, existía para los que tenían problemas en el mundo de los humanos, para que tuvieran una distracción de toda la maldad que ese mundo tenía. Exacto, niños.

Nunca, jamás...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora