Cap 5

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A veces no se puede detener el curso inevitable de la vida, como un río que corre montaña abajo y se convierte en cascada

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A veces no se puede detener el curso inevitable de la vida, como un río que corre montaña abajo y se convierte en cascada. Ese correr irreversible  y direccional a todos nos persigue y nos obliga a vivir decisiones que no nos pertenecen, que ya han sido tomadas por quien sabe quién.

Ser la psicóloga de Jung Hoseok era una de ellas, algo de lo que no me podía deshacer o evitar y que me dejaba entre la espada y la pared. Un dilema que me llevaba a escoger entre mi trabajo y su salud mental o complacer todas sus curiosidades y caprichos indebidos (lo cual no sería un sacrificio).

-¡Noona! - se levantó emocionado de la cama y corrió hacia mí con frenesí, como si no me hubiera visto por años o siglos.

Y de cierto modo se podría decir que así fue. Han sido más días sin verlo de los que normalmente debería. El que lo estuviera evitando era la mejor opción para ambos porque entre los dos no era secreto para nadie que yo era la más cuerda y por consiguiente la que llevaría la carga de la culpa y la consciencia en caso de corromper su casi intacta inocencia.

En un acto de cierto modo común en su personalidad me acogió en un apretado abrazo como los que solo me daba....nadie. Nunca nadie me ha abrazado tan hermoso.

Sus brazos se percibían cálidos, llenos de sinceridad y sentimientos hermosos como un niño que abraza con el alma y no con el cuerpo. Sólo él era capaz de mostrar con tanta pureza e ingenuidad toda su persona. Se sentía como, tal vez, ese ser querido que nunca tuve.

- Hobi, te traje rosas - mencioné con la intención de desviar su atención pues por más de un minuto mantuvo sus brazos enjaulando mi cuello.

En un movimiento rápido se deshizo del abrazo y observó con fascinación aquel ramo de rosas blancas que llevaba en mis manos. Sus pupilas se dilataron y las comisuras de sus labios expandidas en una sonrisa formaron llamativos hoyuelos a cada lado. 

- ¡Gracias! A Suki les van a encantar - sus ojos me miraron enternecidos. Parecía conmovido por el hecho de acordarme de su feo gusanito verde (aunque en realidad no fue así). Solo sonreí de medio lado y asentí ligeramente.

Tomó el ramo de rosas blanquecinas y se dirigió al florero transparente donde yacían desmayadas y de tono carmelitoso unas flores marchitas, viejas. Las sacó de su lugar y acomodó en este las que le había traído de regalo. Pero algo parecía andar mal pues su mirada antes extasiada ahora revelaba una fuerte necesidad de llorar.

- Suki no está - sus labios comenzaron a titiritar y sus manos temblaban hurgando entre las hojas y pétalos marchitos - ¡No está! - gritó mientras le resbalaba por la delicada piel de su mejilla una lágrima.

- Está bien - hablé con voz dulce y calmada mientras me acercaba a él - Seguro tenía amigos o familia... - coloqué una mano sobre su hombro y en acto de consuelo la apreté sobre su piel - tenía que marcharse.

- ¡Sukiiiii! - soltó en un grito ahogado que se rajó en su garganta tal cual nota desafinada. Cayó en el suelo como si no pudiera más con su peso y se ahogó (metafóricamente) entre lágrimas y mocos.

Mentes enfermas|KTH [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora