Me rodea con los brazos, cerca de la calidez de su cuerpo y juro que no existe algo más reconfortante en este mundo, ni tampoco algo tan doloroso. Después de un corto silencio, se despide. No te vayas , pienso, pero no soy capaz de articular las palabras. Se acerca y me da un beso en la mejilla, y por un segundo me doy cuenta que no quiero ese beso si significa que no lo veré en un tiempo.
Me dedica una sonrisa y no hay comparativa que pueda usar para describir lo tierno que es este momento, así que solo me prometo recordarlo para toda la vida. Puedo sentir mi corazón latiendo fuertemente dentro de mi pecho, me pregunto si él también lo escuchará. Me quedo ahí unos instantes mientras veo como se marcha. Por hoy, la vida me ha regalado suficiente.
Entonces los recuerdos me invaden y es como si volviera a vivirlo todo, y él no lo sabe. Suspiro. Nunca llegué a conocerlo bien. Recuerdo la primera vez que lo vi, se presentó delante de mí, no dio demasiados detalles, he aprendido que nunca lo hace. Él llevaba años ahí, sabía cómo eran este tipo de situaciones; piezas nuevas para jugar, presas nuevas para acechar, él lo sabía y eso le divertía, dijo que me acompañaría a lo largo de esta tortura, aunque nunca lo fue para mí, no durante todo el tiempo que llevo aquí.
Para él era azar, para mí, la decisión de mi futuro. Durante unas cuantas horas estaba bajo su juego y a pesar de que él era muy joven, sus ojos contaban una cansada y larga historia. Un hombre alto, de tez morena y una sonrisa encantadora. Parecía no existir humor en él, pero no era así, se divertía con los demás, él creaba su propio humor y por alguna razón eso siempre me divirtió.
Su meta era ayudar a superarme, pero algunas veces, más bien parecía lo contrario, nunca le permitiría derrumbarme, Me prometí buscarlo, saber todo de él, capturarlo antes de ser capturada. Él no sabía perder, yo tampoco.
Nació un día del sexto mes, amaba la lectura y tenía una mascota guardián; no podía aguardar por saber algo más, y mis recursos se limitaban a las cortas conversaciones con él y pocas personas que lo rodeaban. Sabía que su mundo no podía ser tan pequeño.
Entonces un día lo vi llegar con boletos en mano y decidí seguirlo. No fue difícil pasar desapercibida, pues él apenas notaba mi presencia. La escena se basaba en una cálida tarde de otoño, un auto y un taxi dos coches tras de él, donde yo iba. Entonces llegamos.
Estaba frente a un lugar donde nunca creí encontrarlo, debía aprovechar la oportunidad de conocer más, no había roto algunas reglas para conseguir nada, si estaba ahí como espectador, podría aprender algo más sobre sus gustos. Así que compré un boleto y entré.
Me encontraba dentro de la multitud, busqué entre todos los presentes, esperando reconocerlo, pero las luces eran tenues, no podría hacerlo, así que me resigné. Treinta minutos después, él estaba frente a mí y yo estaba sorprendida, se encontraba tomando su turno, escenificando la vida de alguien más, tomando un papel y volviéndolo suyo; representando al teatro, siendo actor.
Para cuando la obra había terminado, todo el elenco se encontraba esbozando una sonrisa hacia el público y yo seguía sin creer qué era más impactante, si el hecho de que bajo esa piel fría y mirada profunda se encontraba una personalidad amante de las artes o el pensar que fui capaz de juzgar severamente a alguien.
Aquella noche, todos mis pensamientos fueron suyos. Decidí conocerlo como debería haberlo hecho.
Días después comencé a acercarme a él. El hecho que fuera tan distinto y complementario a la vez, fue algo que me encantó de él y con cada conversación lo sabía más y más.
Tenía ese impulso de autodestrucción que me decía que valía la pena arriesgarme, que podía encontrar lo que buscaba desde hace tanto, pero, ¿Cómo hacerlo con alguien así?, se negaba a compartir ese lado débil que poseía con alguien que no estuviese dentro de ese círculo, yo lo entendía, eso hacía que me gustase aún más.
Lo observaba los viernes, durante nuestro tiempo a solas, él me contaba de su vida y yo de la mía. Me escuchaba, siempre lo hizo, ponía atención en todo lo que decía, en mis metas, en mis sueños, en mi no interesante vida. Yo hacía lo mismo, pero para mí, él era fascinante, bueno, siempre lo ha sido.
Y todas aquellas ocasiones en que mi mundo se derrumbó él estuvo ahí para apoyarme. Cada vez que lo encuentro, muero un poco, creo ser valiente, pero es solo hasta el instante en que aparece, porque cuando nuestras miradas chocan, mi mundo colapsa.
Cuánto daría porque esto fuese un sueño, nada me detendría de decirle lo que siento, pero en vez de ello, me complazco escuchando su risa, oyendo sobre su día, aunque por dentro me quiebro cada día un poco más. Nunca se lo he dicho, nunca se lo comenté y nunca se lo diré.
Lo veo cada domingo por la noche desde el segundo asiento de la cuarta fila de aquel lugar, veo su realidad, sé sobre su secreto, él no permite que nadie conozca esa segunda faceta y yo no quiero dejarla guardada, porque eso me perdió, fue algo que amé de él.
Escuchaba delicadamente sus líneas y él nunca se sabría. Es algo importante en mí y nunca se lo daré a conocer, no es correcto, nunca lo será, porque yo lo conocí en una institución, formará parte de mi historia y no tendrá derecho a saberlo.
Lo único que me queda son mis escasos sueños, donde cada vez que cierro los ojos, lo veo, me observa, sonríe y me recita Te recuerdo, de esas veces con aquel abrigo azul, la luz sobre tu rostro, en el segundo asiento de la cuarta fila de aquel lugar, lo sabía, lo sabíamos. Prometo verte, prometo hacerlo, incluso si solamente es en mis sueños más arriesgados.
Y entonces lo afirmo una vez más, que tal vez en esta vida no lo podré amar, pero me conforta pensar que será en otra ocasión, en otra vida , en algún lugar donde solo el destino conoce, donde seamos poesía, escrita únicamente por los días.