He's A Cold Blooded Defeater

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   Hacía un tiempo que se decidió cerrarse a esa sensación: había trabajado duro para superar lo que había ocurrido y ahora era fuerte, sabía que se tenía a sí mismo y que no necesitaba nada más pero no pudo evitar el vuelco que su corazón dio cuando él dijo esas palabras ni la súbita felicidad que se extendió en su cuerpo invadiendo sus venas y despertando cada una de sus células. Una especie de adrenalina electrificante que nació en su corazón y recorrió todo su sistema nervioso como un poderoso trueno, avivándolo, alimentando la fuerza de su propia tormenta interna.

   Tenía miedo, este se aferraba a su piel alimentando sus inseguridades más no le importaba: nunca había dejado que el miedo controlara sus decisiones y en cierto modo disfrutaba de ese miedo. Disfrutaba el riesgo que representaban aquellos ojos mirándolo de esa forma, su voz profunda y baja diciéndole aquellas dulces palabras, el calor de ese cuerpo, su dulce aroma envolviéndolo y esas manos…

   Demonios que no estaba preparado para eso, nunca creyó que podría conocerlo así y ahora lo tenía frente a él sumiso a sus deseos, dominante ante los propios; no estaba preparado para ello ¿O si lo estaba?

   Su corazón palpitaba fuertemente en su pecho podía sentirlo en la garganta, las costillas y el esternón como un fuerte eco resonando por su cuerpo, los ojos esmeralda no se despegaban de él, las manos recorrían su figura y esos labios… ah, esos labios apropiándose de los propios, el sabor de su saliva intoxicándolo, él simplemente adueñándose de él, tomándolo sin duda alguna. La suma de todas aquellas sensaciones le hacían perder el control lentamente y entregarse por completo a la simple certeza de que si, en ese momento se encontraba listo para que alguien lo amara. Para que él lo amara.

   Encerrados en aquella habitación besándose, entregándose por primera vez al otro… sentía que todo aquello lo superaba y era una sensación a la que podría volverse adicto. Lo desnudó poco a poco, disfrutando de tenerlo por primera vez para él, dejando que sus ojos lamieran lascivamente cada porción de piel recién descubierta y él lo sentía tan natural como respirar; en ningún momento se incomodó ante la mirada del León sino que deseaba, necesitaba, anhelaba que él lo mirara, que lo tocara, que esas manos recorrieran su cuerpo. Por su parte el Dragón también se encontraba adorándolo, disfrutando de la calidez de ese cuerpo mientras retiraba las ropas que lo cubrían: su mirada se arrastraba por cada pedazo de piel, media la anchura de sus hombros con sus manos, notaba en la punta de sus dedos la fuerza de esos músculos y se dejaba llevar por aquellos pensamientos antaño prohibidos que nublaban su cabeza. Al fin era libre de desatar todo lo que había permanecido escondido dentro de sí y con un compañero tan adecuado para él que lo que seguía se le antojaba tan extraño como familiar.

   Desvió su mirada cohibido ante la intensidad que la contraria mostraba y la clavó en el espejo que tenían al frente: sus cuerpos desnudos encajaban bien, ambos cuerpos fuertes, piel dorada contra platina, las manos de ambos en el contrario, aferrándose uno al otro, acariciando, experimentando, descubriendo; no pudo evitar la sonrisa que se extendió en su rostro, sus manos viajaron acariciando los grandes brazos de su compañero y acunaron su rostro para poder besarlo mientras las de él se aferraban a su cintura; profundizaron el beso sin soltarse ni alejarse un poco. Iba a tomar ese riesgo, claro que lo haría, por él podría hacer lo que sea sin sombra de duda. Iba a permitirle amarlo y a permitirse amarlo como deseaba hacerlo.

   Las manos del muchacho bajaron por su cuerpo, acariciaron su cintura, sus nalgas y abrieron sus piernas las cuales enredó alrededor de la cadera contraria sin dejar de besarlo, le permitió cargarlo hasta la cama y al sentirlo sobre sí su cuerpo se relajó a tal punto que se sentía flotar. Arqueó la espalda juntando sus pechos y pudo sentir el corazón ajeno acelerado como el propio, escuchaba su respiración y los ligeros gruñidos que él soltaba ante cada caricia. Detuvo el beso y lo miró a los ojos, aún sostenía aquel rostro en sus manos como lo más preciado que tenía, besó la punta de su nariz con ligereza, sonrió para él, para sí mismo y por el goce de estar por fin entre aquellos brazos de esa forma; él devolvió la sonrisa y sin dejar de mirarlo se adentró en él, la sensación que lo llenó hizo que su cuerpo estallara en millones de estrellas, que su piel iluminara la habitación, el mundo, el universo entero y escucharlo decir su nombre, repetirle que lo amaba con la voz ronca y jadeante, llena de pasión por él… la dicha que lo envolvió era indescriptible. El joven tomó su cintura, pegó aún más sus cuerpos y afirmando el agarre sobre el Dragón lo levantó para colocarse debajo de él. Cada pequeño movimiento les provocaba tanto placer que era imposible contener los suspiros y gemidos.

   El platinado era tan hermoso: su piel tersa, sus labios rosas, esos ojos brillantes que lo habían atrapado para no volverlo a soltar y ¿Quién habría pensado que toda esa pasión se escondía detrás de ese rostro inocente? El Príncipe se encontraba sobre él moviendo lentamente sus caderas, estimulándolo. Se entregaba por completo a las sensaciones y eso lo volvía loco, su dulce voz emitiendo esos gemidos tan impíos y convirtiendo su nombre en una especie de hechizo sexual que lo único que hacía era excitarlo, pidiéndole más… La sumisión que mostraba ante él y el control que tenía sobre él, sobre sí mismo… La seguridad y confianza que mostraba.

   Maldita sea, las dudas que había tenido hasta ese momento se disipaban con cada movimiento, con cada beso, cada caricia de aquellas delicadas manos de dios. Si, estaba listo para ser amado. Estaba listo para dejar que ese muchacho caprichoso lo amara y para amarlo como él lo merecía. No había nada que no haría por él aunque ambos terminaran con el corazón roto iba a tomar el riesgo.

   Debían ser cuidadosos y el Dragón lo sabía más el deseo que le provocaba aquel León le impedía frenarse, el sólo roce lo enloquecía y su modo de aferrarse a él no ayudaba, las manos en su cintura guiaban el movimiento, el dueño de aquellas manos lo mantenía firmemente sobre él y el ojigris sólo quería complacerlo, satisfacerlo. Sentirlo dentro de sí sin ninguna clase de barrera vaya que era distinto; él lo estimulaba, presionaba su cuerpo amasándolo mientras lo embestía, la excitación de ambos crecía, el sentir al otro por completo los estaba llevando al borde, invitándolos a perderse en el paraíso que habían creado.

   Periódicamente dejaba que sus ojos viajarán al espejo frente a ellos. Verse a sí mismo unido a aquel que había sido su enemigo: sus cuerpos entrelazados, sudando, moviéndose como uno; escucharlo jadear, gruñir, suspirar su nombre al tiempo que soltaba palabras llenas de afecto, sentir como sus entrañas se acoplaban al miembro masculino lo llevaban a un éxtasis digno del nirvana de tal forma que no podía evitar sonreír ante cada embestida, gemir con cada caricia. Su cuerpo estaba completamente despierto y entregado a aquel muchacho, en ese momento le pertenecía por completo.

   Él lo miraba, tomaba posesión de él y se entregaba al mismo tiempo. Dejaba marcas en su cuerpo como reclamo de pertenencia de modo salvaje y hambriento. Necesitaba saciarse de él y dejar en claro que era suyo así como él le pertenecía. No podía despegar sus manos de ese cuerpo, la delicada piel que siempre lo había tentado al fin se le presentaba y no iba a desaprovechar la oportunidad que se le había dado. Esa cintura lo descontrolaba, sus fuertes piernas y el apretado interior de aquel joven… Además del hecho de tenerlo así para él, de conocer la ferocidad y el alcance de sus reacciones, demonios, no iba a dejarlo ir fácilmente. Se percató de que el ojigris desviaba la mirada al frente y siguió su mirada para encontrarse con la imagen más erótica que hubiera visto en su joven vida, sus cuerpos enredados uno en el otro, los fluidos de ambos mezclándose y esa sonrisa pícara en aquellos labios rosas; movió sus caderas embistiéndolo nuevamente y provocando que la sonrisa de satisfacción del Dragón se ampliara y que sus cuerdas le regalaran aún más gemidos. Se acercó a él, deseaba besarlo. Hacerle el amor por primera vez era placentero pero nada se comparaba a besarlo, a sentir la suavidad aterciopelada de sus labios sobre los propios y sentirse rodeado por todo el cariño que le profesaba.

   Su necesidad por besarle lo tomó por sorpresa más no lo impidió, los labios de aquel chico, el sabor de su saliva eran algo adictivo… Se sentía dominado por él, vencido ante su presencia y simplemente se dejaba llevar por su instinto moviéndose serpenteante sobre su compañero sintiendo como ambos acariciaban el borde del abismo. Disfrutaba más que nada verlo, ver cómo él se entregaba a sus sensaciones, que lo complacía y le provocaba placer; disfrutaba de sus reacciones y se entregaba a las propias. Lo físico nunca había sido para él más en ese momento, ah, ese ansiado momento se encontraba sumido por completo en todo aquello que se le ofrecía tan libremente. Sintió cómo su cuerpo quedaba pequeño ante todo lo que estaba experimentando, su propia piel no podía contenerlo por lo que desató el alcance completo de sí mismo, libero su magia y la dejó estallar; culminó sobre él dejándolo sentir las palpitaciones internas que lo delataban, aferrándose a la dorada espalda con sus uñas, mordiendo su clavícula como símbolo de pertenencia.

   Un amante, un pecador que se entregaba a él y lo llevaba gentilmente, apasionadamente al paraíso encargándose de vencerlo y adueñarse de él en el proceso.

   Si, claro que estaba listo para que él, únicamente él, lo amara.

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