1 de septiembre

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La cosa más rara me pasó hoy... 

Estaba aburridísima en mi habitación, sin nada interesante por hacer (porque, ¡sorpresa! las tormentas primaverales nos dejaron sin luz otra vez) y decidí hacerle honor a mi día especial y revisar cosas viejas. Tan viejas como puedan ser las cosas de alguien que acaba de cumplir dieciocho, pero, viejas al fin. 

Lo primero que cruzó mi mente fue la libreta de amor que había inaugurado cuando cumplí los dieciseís, y que no tiene absolutamente nada que ver con lo que tú, con tu mente mal pensada, estás imaginando. Era una cosa del colegio. Había sido idea de Ana María, allá por esas épocas donde todavía eramos amigas. Consistía en una libreta en la que mis amigos y seres queridos me escribían eternas declaraciones de amor que yo juraba y recontra juraba no iba a leer hasta estar viejita y con bastón. En otras épocas me sentiría algo mal por faltar a mi promesa así, porque, como dice mi padre, lo único que tiene un hombre son su palabra y sus sueños, pero a) yo no soy un hombre, y b) a quién le importa, papá, en serio.

Así que busqué y rebusqué en el cajón de mi mesa de luz, donde estaba segura de que la había dejado, sin suerte, hasta que finalmente me topé, no con mi libreta de amor, sino con algo aún más raro y preciado. Mi diario. 

La cosa es así. Había perdido este diario hacía más de un año: poco antes de pelear con Ana María y de que, mágicamente, llegara a oídos de Daniel que estaba profunda y vergonzosamente enamorada de él. Un momento mi relación con Daniel mejoraba en radio creciente, y al siguiente la gente de la escuela citaba mis poemas en los pasillos y mi diario había desaparecido misteriosamente de mi habitación. Ana María era la única persona que sabía de él, y del escondite secreto donde lo guardaba, así que, ya saben... No se necesita ser un matemático para resolver esta ecuación.

Lo curioso es que ya no había vuelto a ver este diario en mi vida. Sin importar lo mucho que confrontara a Ana María al respecto, ella nunca lo había admitido, y mis incesantes intentos de investigación con un perfil falso de facebook no habían podido resolver el misterio de quién tenía mi ahora localmente famoso diario de poemas.

No voy a molestarme en contarles más del asunto, porque, por más extraño que fuera ver mi viejo diario allí, al fondo junto a la pila de zapatillas apestosas del colegio, esto no es ni cerca lo más extraño que sucedió en el día de hoy.

Entonces, volviendo a la historia: dejo de lado la búsqueda de la libreta de amor porque, a quién le importa en este momento, ¿verdad?, y abro mi diario. Lo primero que noto, que era más pesado de lo que recordaba. ¿Lo segundo? Que aparentemente la Septiembre de quince años tenía una obsesión poco saludable con dibujarle corazones en lugar de puntos a las íes. 

Estaba leyendo con mucha tranquilidad y nostalgia mis notas y poemas, cada vez un poco más aburrida porque, seamos honestos, tres años es una locura de tiempo y esa niña ya no soy yo, cuando me doy cuenta, por primera vez, que besé a Daniel hace seís meses.

Lo cual, por supuesto, no hice. Lo recordaría, ¿verdad? ¿Quién no? Y si no lo recordara, me lo recordaría el colegio entero, porque Daniel es... Bueno, Daniel. Alto y esbelto y juega al fútbol y, ya saben. El chico del que todo el colegio está enamorado, por el que las chicas se pelean y al que los tipos envidian. El rumor dice que se acostó con la profesora joven que nos daba Formación Ética, y que él dejó de responderle los mensajes porque "lo estaba asfixiando". Siendo justos, el rumor también dice que él tuvo que ponerme una orden de restricción para que no me acerque a él después de que el escándalo del diario íntimo surgió en la escuela, así que no suelo guiarme por rumores. Pero lo demás, cien por ciento cierto. Daniel es hermoso, popular y, créanme, lo recordaría si lo hubiese besado.

Las cosas se ponen cada vez más raras, lo sé. Pero tendrán que creerme cuando les digo que esto sigue sin ser ni de cerca lo más raro que me pasó hoy.

Pasé una hora revisando el diario, buscando pistas acerca de quién sería capaz de falsificar mi letra (tan precisamente, dicho sea de paso) y de tomarse el trabajo de continuar escribiendo un diario durante meses después de que yo lo hubiese perdido. La persona, quién quiera que fuera, era dedicada: había  cambiado de tinta entre distintos días, y había procurado hacer la típica nota tan yo de "lamento mucho no escribirte tan seguido Agosto (porque ese es el nombre de mi diario), el fin de semana sin falta te presto más atención"; hasta había juntado hojas de lapacho la primavera pasada y las había puesto a secar entre las hojas, como yo hacía cada año. Por algún motivo, seguían allí, entre mis palabras, en vez de en un frasco titulado 2014 como cuando yo lo hacía.

Convencida, cada vez más, de que esto tenía que ser obra de Ana María, sencillamente porque no había otra persona en el mundo que me conociera lo suficiente para hacer esto tan bien, finalmente me encontré con las preguntas más importantes —hasta el momento—: ¿cómo lo había dejado de vuelta en mi habitación? y ¿por qué ahora?

¿Se trataba de aguna especie de broma cruel de cumpleaños? ¿Estaba preparándome para la segunda parte de su plan de humillarme? ¿iba a soltar nuevos fragmentos de mi diario por la escuela para que todos se enteraran que todavía me gustaba Daniel, pese a lo mucho que intentaba aparentar lo contrario? Peor. ¿Era por eso que había escrito el beso imaginario? ¿Para hacerme sonar como una psicópata que imagina cosas?

A esta altura ya estaba llorando, así que salgo de mi habitación resuelta a contarle todo a mis padres para que hicieran algo, porque era demasiado para manejarlo sola, cuando encuentro a mi mama llorando preparando dos tazas de té y...

Verán, me di cuenta entonces. Lo supe porque eso si es algo que no se olvida. Pero pensé que había sido un mal sueño, alguna especie de pesadilla. No pensé que fuera posible

—¿Estás bien ma? —pregunté, pero ella no dijo nada.

Terminó las tazas y fue a la sala, yo hablándole incansable y siguiendo sus pasos. Papá estaba sentado en el sillón chico, encorvado y con los codos en las rodillas, con los ojos hinchados y el bigote afeitado. Y no fue eso. Ni eso ni la imagen confusa del agua turbia del río, o el dolor punzante en la cabeza. 

Fue ver el televisor prendido.

Así que volví sobre mis talones, apretando el diario tan fuerte contra mi pecho que me dolían las yemas, y traté de no pensar demasiado. Debía estar soñando, sí, porque no tenía sentido que hubiese electricidad si yo había intentado prender el interruptor de la luz mil veces, y otras mil la computadora, y nada había pasado. Pero entonces pensé que menos sentido tenía todavía que se corte la luz si no había habido tormentas en días. Y hablando de imposibles, mi mamá no despertánodme con una torta de cumpleaños el primero de septiembre, eso desafía a la física.

Nop.

Me senté devastada sobre mi mullido colchón y así como ahora se lo digo a ustedes, así de categórica y violentamente, abrí el diario y fui hasta la última hoja escrita.

31 de agosto

Agosto, te vas, y creo que me voy con vos. Esto de vivir ya no me sale.

Así que, eso. Aparentemente estoy muerta.

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⏰ Última actualización: Mar 07, 2015 ⏰

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