El Perrucho Príncipe y el Plebeyo Mamon

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En un reino muy lejano, cuyo nombre no interesa porque está a rebosar de viejas pobres, vivía un joven de cabellos parecidos al de un trapeador viejo, la piel tan blanca como la de un gusano de guayaba y con olor a brasier sudado, quien sufría de un gran maltrato por parte de su abuela, una anciana con el rostro más arrugado que su chichi izquierda.

El joven de edad casadera se llamaba Gefry Menaminez, y justo cuando esta historia comienza, él está lavando los calzoncillos de su abuela.

—¿Ya escuchaste las buenas nuevas? —dijo su abuela a sus espaldas. Esa mujer se llamaba Inesa— Esta noche habrá un gran baile en el palacio para conseguirle pareja al príncipe, y tendrás que ir sino quieres dormir con el perro.

—Claro, porqué tengo muchas posibilidades para que ese tipo se fije en mí —soltó el joven, con sarcasmo, soltando los calzones que lavaba y que fueron a parar al suelo enterregado.

—Sueñas demasiado alto —rió la anciana. Gefry entonces no entendió el porqué le ordenará que fuera, e Inesa se dió cuenta de eso—. Te conseguí un lugar entre la servidumbre.

—¿Y yo para que quiero un trabajo en ese lugar? —preguntó enojado— Ya tengo suficiente con tus maltratos.

—Mira, chichis viscas, no te estoy preguntando —se apresuró a decir, mirándolo con rabia—. Estoy harta de estarte manteniendo. Comes demasiado. Irás a trabajar al palacio y se acabó.

Gefry, en un ataque de furia, tomó el calzón que previamente había tirado y se lo lanzó a su abuela en la cara.

—¡Bien! ¡Ya es hora de que laves tus propias mierdas! —le gritó antes de salir corriendo hacia la choza en la que vivía.

Pudo escuchar los quejidos de Inesa, pero no le importo, incluso logro esquivar la botella que la anciana le había aventado con intenciones de darle en la cabeza.

Niño Perro, el fiel amigo cuadrúpedo de Gefry, lo siguió a la choza, y se quedó a su lado mientras el humano guardaba sus dos camisas, un pantalón y un par de calzoncillos agujereados en una bolsa sucia y parchada.

—Vente Niño Perro, no te juntes con la chusma —le dijo al canino, cargándolo con el brazo derecho, en la izquierda llevaba la bolsa parchada.

—¿A donde crees que vas? —le gritó su abuela cuando lo vió salir de su húmedo hogar.

—¿No querías que me fuera? Pues ya me voy —le contestó, sin dejar de caminar.

Inesa no parecía interesada en detenerlo, solo atinó por terminar de lavar su ropa, mientras Gefry se abría paso entre la zona en la que vivía.

Sí su abuela no mentía y realmente le había encontrado un puesto entre la servidumbre real, tenía un lugar al cual llegar, lastimosamente no tenía nada que comprobara eso.

—¿A donde va, niño Gefry? —lo llamó Rodrigo, un hombre adulto que hace años residía en una humilde pero acojedora cabaña con su esposo— ¿Va de paseo?

Gefry se acercó a su amigo, quien se encontraba regando las plantas de su jardín delantero. No tenía forma de decirle que se encontraba sin hogar.

—Yo voy…

—¿A visitar a su hermanito? Me lo saluda —lo interrumpió el hombre. Gefry asintió.

—Sí, hace mucho que no lo veo —atinó a decir.

Intercambiaron un par de palabras más y Gefry siguió con su camino.

Su hermano menor, Jackson, un joven que parecía ser puros huesos por lo delgado que estaba y adornaba sus cabellos con listones rosas, se había casado hacia penas un año con el apuesto y agradable hijo de un duque. A Gefry le hubiera gustado tener la misma suerte de su hermano.

La sandalia perdida | SEPSDMPVDonde viven las historias. Descúbrelo ahora