Tres

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Nunca, jamás, por ningún motivo, desafíes a Yerik Maslov

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Nunca, jamás, por ningún motivo, desafíes a Yerik Maslov

Virgen santísima.

Yerik quedó pasmado, mirándome con aquellos profundos orbes grisáceos. Había sido un impulso, una acción mecánica y defensiva: cuando observé el vertiginoso movimiento de la bola de fuego el miedo me embargó con tanto ímpetu que terminé generando, sin desearlo, una formidable ola líquida que se alzó en el aire y luego colisionó con la esfera. Como era de esperar, el agua, al ser más abundante, apagó la flama en apenas un segundo.

La mano de él siguió suspendida en el aire mientras que mi dedo índice, con el cual había direccionado el ataque, lo señalaba acusatoriamente. No se oyó ni un murmullo. Yerik cargaba una expresión de: «¡¿acaso tienes idea de lo que acabas de hacer, eh!?» Y Alain se mostró tan impertérrito que llegué a pensar que me advertía, con su silencio, que había firmado mi sentencia de muerte.

El chico al que había defendido huyó aprovechando que Yerik estaba demasiado concentrado en mí como para notarlo. Lev aparentaba estar sopesando qué decir y Mak tenía la boca abierta, de forma bastante rara, y los ojos desorbitados. Las demás personas aguardaban con una expectativa que aumentó la tensión. Sentí mi cuerpo estremecerse.

—Tú —avanzó, salvaje, vibrante—. Dime, ¿quién coño eres?

Carraspeé la garganta.

—Me llamo Loralie y...

—¿¡Quién cojones te crees que eres, eh!? —rugió, interrumpiéndome.

—Y-yo...

—¡¡No tenías ningún maldito derecho!! —continuó, como si él fuese el único capaz de objetar.

—Lo ibas a...

—Bájale dos, Yerik —irrumpió Lev.

—¿¡Y si te bajo dos putos golpes en la jodida cara!? —lo miró, colérico—. ¡Por...

—Hermano, escucha —dijo esta vez Mak, tratando de relajar el ambiente.

—¡No me interrumpas! ¿¡quién te dio permiso para interrumpirme!? ¿¡eh!?

Alain alzó la comisura izquierda, en una sonrisa minúscula. Me resultaba insólito creer que a él eso le parecía divertido, aunque, debía admitir, la actitud del castaño sí era un tanto absurda. Aparentemente, Yerik tenía un ego bastante desarrollado y nadie se atrevía a pincharlo. Tuve la impresión de que, si alguien le gritaba, él lo tomaría como una ofensa garrafal; era en extremo sensible.

—No hagas corajes, bro —agregó Mak, rompiendo el hielo, pero el de Yerik era indestructible.

—Vámonos —ordenó el castaño hacia sus amigos. Fue una exigencia en todo el sentido de la palabra—. ¡Que nos vamos, joder! ¡Muévanse! ¿¡por qué no te estás moviendo!? —me señaló, con el bellísimo rostro del color de su uniforme—. ¡Ahora!

CAOS ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora