La cocina

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Como cualquier día, estábamos cocinando algo para cenar, con la diferencia de que Ada quería hacer un plato que conllevase más preparación. Creo que le picó el bicho de la cocina, lo cual me causó mucha risa. Ella estaba cortando unas verduras y una carne, haciendo a un lado lo que iba cortando en su tabla de picar.

Luego de varios intercambios de palabras y sonrisas, empezamos a debatir de algo y yo la contradecía para que se enojara. Quien haya visto a una persona de 1.60 mts. enojada, sabe que eso es la mayor risa y satisfacción que se puede esperar de ellas. Dejo de hacer lo mío, suelto el cuchillo, me lavo las manos, las apoyo en el mesón y contemplaba su cara tierna de enojo:

-¿Por qué no me besas? —le dije, mientras la interrumpía bruscamente en lo que me explicaba por qué ella tenía la razón.

-No, puedo... —contestó.

-¿Qué te lo impide?

-Que eres alto y no te alcanzo. —exclamó en voz baja, pero fácil de entender, agregando un tono de dulzura que no podía ocultar.

-¿Y si te cargo? Ya podrías besarme —sonó a propuesta que no podía rechazarse por la sonrisa pícara que le hice y porque estaría ayudándole en su deseo.

En lo que asiente con su cabeza, la levanto y la siento en el mesón del centro de la cocina que estaba detrás de ella. Me inclino hacia ella, colocando mis manos a los laterales de sus piernas y la miro con una sonrisa de silencio y unos ojos llenos de brillo y deseo:

-Estás a mi altura.

No pudo evitar sonrojarse teniéndome tan cerca y procedo besarla: Ella nerviosa. Cierra los ojos y cuando logro hacer el primer contacto con sus labios, coloca sus manos en mis cachetes, acariciando mis pómulos con sus pulgares y tratando de no quedarse atrás en el beso. Por mi parte, tenía más experiencia que ella y le iba enseñando cómo hacerlo sin darle palabras de instrucciones, pues bastó con quitar mis manos de los laterales de sus piernas para acomodarlas en su espalda baja, casi en sus muslos, y jalarla hacia mí sin romper la armonía. Cerca de mí, las manos volvieron a su sitio original. Se disfrutó. Ella se quedó sin aire, al igual que yo:

-Te amo —dijo en lo que recuperaba su aliento, con su respiración agitada.

Escuchaba su respiración y quería seguir, y ella me hizo olvidar dónde estábamos, qué hacíamos y por qué lo hacíamos con esas dos palabras.

La ataco otra vez. Está más confiada. Ella quiere más. Yo quiero más. La muerdo, ella me muerde. Separo mis manos de sus piernas para apoyarme mejor en el mesón y con más fuerza. Su saliva cambia de lugar con la mía, nuestras lenguas se pelean, y la batalla acaba...

Exhaustos por agotar le necesidad del deseo, me desprendo de su boca lentamente y siento cómo sus manos resbalan por mi cara hasta que se dirige a su cuerpo, para limpiarse la saliva que cae. La miro con anhelo y placer porque sabía que esta no sería la última vez que usaríamos la lujuria como excusa para saciar nuestras ganas.

Erotismo con ellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora