.

34 1 0
                                    

Hubo hace mucho tiempo, cuando el dinero aún no era moneda corriente, un señor que aceptaba angustia como pago, e incluso, si la angustia era abundante, él pagaba para conseguirla.
En el pueblo lo llamaban "el comprador de angustias".
Nadie sabía realmente para qué quería los pesares de desconocidos, pero la clientela quedaba más que satisfecha, librándose de su dolor y de vez en cuando ganando algo más, normalmente flores o alimentos.
Si bien no se tenía una idea clara de qué es lo que hacía el señor con las angustias, se rumoreaba que las guardaba en un frasquito de vidrio, aunque realmente a nadie le importaba.
El comprador de angustias llevaba una vida tranquila, no tenía enemigos, no tenía deudas, en resumen, no tenia problemas.
Sin embargo, sentía un dolor profundo en el pecho, había algo que lo hacía sentir mal cada día de su existir: estaba solo.
Además, le costaba mucho entablar una conversación, pues no tenía con quién, y nada que contar.
El negocio de angustias le abrió una puerta a conocer los secretos mejor enterrados de las personas.
No obstante, esto no es lo único que lograba con el negocio.
Se dice que cada tanto, cuando se sentía deprimido y solo, agarraba una angustia del frasquito y la tomaba como propia. De esta forma, mucha gente comenzó a interesarse por los problemas que presentaba, más por el morbo del sufrimiento de otro que cualquier otra cosa.
Comenzaba a hablar de "sus" pesares y, quienes lo rodeaban, escuchaban atentos.
Y así, fue como el comprador de angustias construyó sus relaciones a través de dolor ajeno, tomandolo como propio y viviendo de la pena que sentían por él.
Por primera vez se sintió querido, es por eso que siguió repitiendo esta rutina hasta que un día, empezó a crecer una angustia personal: abrió los ojos y se dió cuenta de que además de tener sentimientos falsos e impropios, a nadie le importaba él realmente. Intentando no pensar en eso, siguió con lo suyo.  Hasta que en un momento, de manera progresiva y sin darse cuenta, la angustia propia comenzó a ser tan grande que ya no pudo convivir con sentimientos ajenos ni los suyos.

El comprador de angustiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora