DOS

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Mi cerebro estaba frito.

La introducción que la directora me había entregado había sido muy lejana a la realidad.

Porque lo que estaba viviendo en ese momento era mucho peor que lo que había pensado.

No podía comprender una palabra de lo que el profesor de física dejaba salir y el hecho de que todos los demás en aquella sala estuviesen participando, ajenos a mi rostro confundido, significaba que yo era la única atrasada.

Una cosa era estar en un establecimiento educacional estricto y otra muy diferente era estar tan avanzados con las materias, que ya estaban tocando temas que se verían en la universidad.

No sabía qué hacer en esa situación.

Intentaba precariamente anotar en mi cuaderno todos los puntos que estaban siendo tocados en la clase, pero al no comprender nada de lo dicho, era como escribir palabras extrañas para mí.

Y no había forma de que levantara mi mano para dejar escapar todas las dudas que tenía porque, con el único comentario que el profesor dejó salir cuando llegó a la sala, me hizo ver que mi interrupción a la clase no sería bienvenida.

En lo absoluto.

Así que mordí mi lengua y solo intenté pensar positivamente, aún cuando sentía hundirme con el pasar de los minutos.

Si alguien notó que no había participado en toda la clase, a diferencia de todos mis otros compañeros, nadie lo hizo notar.

Es más, mientras intentaba verificar que yo era la única con problemas para encontrarle el ritmo a la clase, me percaté que mi compañero de pupitre, Eliot, igual se había mantenido en silencio.

Aunque no era por la misma razón que yo porque su cuaderno estaba lleno de anotaciones y, por la cercanía, podía escuchar las respuestas que dejaba escapar por lo bajo, que luego eran reflejadas por las respuestas del profesor.

Eliot era inteligente, pero, por alguna razón, no lo dejaba mostrar.

A diferencia de todos los otros alumnos en esa sala, que a cualquier oportunidad alzaban sus manos con orgullo y dejaban escapar las respuestas casi con un tono de petulancia.

Eso era algo que me había percatado solo con ese bloque de clases.

A diferencia de la atmosfera en mi antiguo colegio, aquí todos peleaban por tener la oportunidad de responder, con un tono vanidoso en sus respuestas.

Y aquellos que respondían erróneamente, eran llenados por risas por lo bajo y burlas, que el profesor cortaba pasado unos segundos.

Toda esa situación era extraña y me dificultaba no comparar Le Rose con BlueHill.

Extrañaba mis compañeros. Mis clases. Los profesores. Las inmediaciones. Todo lo que me era familiar.

Estar en medio de un alumnado que me sobrepasaba en inteligencia se sentía tan fuera de mi zona de confort, que solo quería que esa clase terminara lo más rápido posible. Sin embargo, entre más deseaba que el timbre sonase, menos sucedía.

Por lo cual solo intenté sobrellevar esa clase lo mejor que pude cuando el tiempo del primer receso llegó y el profesor dio por terminada la clase. Vi a todos salir de la sala y cuando no quedó nadie más, me acerqué con rapidez al frente.

El profesor no se había ido, gracias al cielo, por lo cual pude acercarme a él. Su mirada subió cuando paré al lado de su escritorio, alzando una ceja.

—¿En qué puedo ayudarla, señorita Rost?

Nunca me había considerado una persona vergonzosa.

Había aprendido a preguntar cada vez que las dudas atestaban mi cerebro porque, de esa forma, podía mejorar mi aprendizaje.

Un semestre para aprobarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora