Pensé que estaba loco cuando me dijeron "¿Puedo leerte los granos de café?". Ellos observan mi taza y dicen sorprendentemente "En cuanto te vayas, conocerás a alguien que cambiará tu vida", me escapo de ese establecimiento y luego me encuentro con...
Solo quería una taza amarga de café, la vida me había dado la mejor patada en mucho tiempo, tenía los nervios al tope y mi sistema estaba por fallecer en cualquier momento. Una pequeña, deliciosa y amarga taza de café podría solucionar mis peores días. Tenía poco tiempo, debía regresar a mi enfrascado trabajo, si tan solo ese diminuto despacho podría considerarse uno. No era el mejor, tampoco el más pagado, sin embargo ser un anticuado arquitecto tenía sus pocas ventajas.
Trabajar sin un jefe, ser el aclamado arquitecto del pequeño pueblo, tener una buena familia y por supuesto, conseguir trabajo sin descanso. A pesar de que algunos creían que mi trabajo solo era armar planos, hacer dibujitos en ellos y entregarlos sin ninguna supervisión, o quizá, algunos creían que el supervisar los trabajos solo era pararse por un par de horas con el plano en manos, fingir que se está pensando sobre el inmueble y retirarse después de un vistazo fugaz.
Puede que parte de todo eso sea cierto, pero no es un cien completo.
Justo esta mañana el pie izquierdo hizo de las suyas, que a decir verdad, era una metáfora poco certera cuando eres uno de los zurdos entre un millón. Quizá la frase adecuada sería "me he levantado con el pie derecho", de esa manera podría justificar mi poca suerte desde que entré a la regadera.
El agua había salido fría como un témpano de hielo, el jabón había caído haciéndose añicos, el shampoo decidió que era momento de secarse; y rematando, la toalla se había roto al momento de jalarla para colocarla sobre mi cuerpo.
El desayuno no fue tampoco una motivación. El café se había terminado, el pan tenía moho, las naranjas estaban amargas y si fuera poco, el agua se había acabado. Vestirme decentemente fue lo único que se rescató de mi mañana sin suerte.
De camino al trabajo, un pequeño cachorro se había acercado a olisquearme, posiblemente descubrió que no terminé de bañarme. El autobús pasó demasiado temprano, mis piernas estaban flojas en ese momento y aunque corrí solo llegué a ver la parte trasera del transporte. En resumidas cuentas, había llegado tarde al trabajo.
Era mi propio jefe, pero era el jefe de otras personas. Poner el ejemplo ese día había salido mal. Maldita suerte, maldito pie derecho que decidió bajarse primero.
Uno de mis empleados me sugirió ir por un café a la cafetería nueva. Quizá vio mi injustificado estrés. Asentí de acuerdo, todo lo que quería ese día era una taza amarga de café. No importaba cómo tendría que conseguirla, mi suerte debía mejorar después de tomarla. El camino a la cafetería no fue ciertamente el mejor, un auto había pasado a toda velocidad por encima de un charco y no debo describir lo que sucedió después.
Mis pantalones merecían un cambio, debía agradecer al dueño de aquel auto por haber arruinado mis viejas prendas. Resignado a pasar el peor de los días, llegué a paso pesado y lento a la cafetería nueva.
La fila era sin duda larga, los empleados atendían demasiado rápido y eso alegraba un poco mi corazón y quizá, al pisar esa cafetería mi suerte podía volver por unas horas. Escuchaba murmullos detrás, posiblemente se habían dado cuenta de lo mojado que se encontraba mi pantalón y el rechinar de mis zapatos por el agua. Solo tenía que comprar mi café, sentarme a disfrutar y huir de ese lugar.
Pedí con educación una caliente y amarga taza de café, la chica que anotaba mi pedido sonrió, pidió mi nombre y solo un simple "Fran" salió sin esfuerzo. Una mesera me pidió seguirla y me llevó a una mesa apartada, con una increíble vista a la calle transitada.
Suspiré pesado, mi día podría mejorar si tan solo ponía algo de mi parte. Desde mi poca suerte cuando mis ojos se abrieron dando la bienvenida a un nuevo día, mi pesimismo me consumió. La suerte se crea, ¿no es así?
La taza humeante llegó al poco tiempo, con una sonrisa agradecí. Tomé con calma, saboree la amargura y lamí mis labios recogiendo el sabor que quedó en ellos. La taza perdía el calor del café y el aroma poco a poco se desvaneció. Pronto terminaría la delicia en esa taza y regresaría a mi desdicha.
El pesimismo no podía irse, de eso vivía y me acostumbré a expresarlo cada día. Tal vez por eso, este día inició con el pie derecho.
Había terminado, la taza en el fondo tenía pequeños y jugosos granitos de café. Sonreí, por muy pesimista que era, esos granitos sacaron lo mejor de mí y el café siempre podía animar mi triste corazón.
La huida del lugar no se dio como pensé, unas personas se habían acercado a mi mesa, con grandes sonrisas, una de ellas habló y me dijo <<¿Puedo leerte los granos de café?>>, incrédulo y extrañamente cautivado por esa voz, accedí. Ambas personas miraron mi taza, analizando los granitos dejados ahí. Sonrieron casi al mismo tiempo y sorprendentemente dijeron <<cuando te vayas, conocerás a alguien quien cambiará tu vida>>.
Burlonamente les sonreí, más nervioso que impresionado. No creía en esas cosas, pero después de tener un día del infierno, cualquier cosa podía pasar. Resbalé de mi asiento y me escapé del lugar y de esas personas. Al salir me encuentro con el mismo cachorro de hace unas horas, me observa.
Me puse nervioso, las personas de adentro dijeron que conocería a alguien, ¿ese alguien era ese cachorro?. Los ojos del cachorro no me quitaban la vista de encima, caminé un poco mientras el pequeño seguía mis pasos de cerca. ¿Debía ayudar al cachorro y así recuperar mi día normal?
Giré sobre mis pies, observé atento al cachorro, era pequeño y se notaba que estaba bien cuidado, posiblemente tenía un dueño. Me hinque frente al pequeño animal, acaricié una de sus orejas y ladeó feliz la cabeza. Tenía una placa, tenía dueño. ¡Bien, Fran!, una buena acción podía alejar la mala suerte.
La placa tenía los datos del dueño y por supuesto, el nombre del pequeño amigo. Dico esperaba a que su dueño contestara la llamada que había hecho hace menos de cinco segundos. El móvil dio tres tonos y finalmente habían contestado. Una masculina y dulce voz se escuchó del otro lado, sonreí satisfecho al notificarle que su cachorro estaba conmigo y esperaría a que llegara a recogerlo.
Cabe destacar que el dueño no paró de agradecerme por haber encontrado a su mascota, su mejor amigo, su hermosa compañía. No colgó hasta haberme tenido frente a él y aún así, siguió agradeciendo con la llamada en curso.
Descubrí que el cachorro había escapado en la mañana, que un extraño aroma le había gustado. Por suerte, no conté que mi baño de la mañana fue a medias y podría ser esa la causa de que el cachorro haya escapado. También Ananías, como se llamaba el dueño de Dico, había confesado que me conocía de vista. Y para la no tan sorpresa, vivía en el mismo vecindario que yo.
A causa de mi mala suerte, conocí a alguien interesante. No me cohibí cuando Ananías tímidamente me había pedido mi número. Tampoco cuando había pedido tener una cita un día de descanso. Y mucho menos, cuando Dico nos empujó para estar más cerca uno del otro.
Así que, las personas del café tenían razón y posiblemente Dico dedujo por sí solo que su dueño y yo, debíamos conocernos ese día lleno de mala suerte pero con un final sorprendente.
Las personas deberían dejar que les lean los granitos de café de vez en cuando.
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Granitos de Café
Short StoryPensé que estaba loco cuando me dijeron "¿Puedo leerte los granos de café?" - Historia participante en el concurso "Coffee & Pride" #WrittenWithPride #EscritoconOrgullo