Parte I

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Porque he venido para poner en disensión al hombre contra su padre, a la hija contra su madre, y a la nuera contra su suegra;
Mateo 10:35

Peter.

Apreté su pequeño cuerpecito contra el mío y observé su carita.
Sus ojitos achinados y oscuros me miraban espectantes.Bostezó con ternura. Toqué su frente para comprobar que su temperatura era correcta. Suspiré de alivio.

Esperaba que no pasara frío. Estaba bien abrigado, me había asegurado de ello.
Su mirada pura y cristalina me observó diciendo :

Todo va a salir bien mami. Estoy aquí

Sonreí aunque no pudiese verme debido a la enorme bufanda que tapaba mi boca y nariz.

El viento gélido acarició mi rostro. Parpadeé un par de veces para evitar que mis ojos se secaran.

La intensidad del frío llegaba hasta mi cabeza causando un intenso dolor.

Las botas pesadas me permitían avanzar por la nieve. Pero el camino se hacia lento.
Sabía que aunque las ganas de llorar eran intensas, mis lagrimas se congelarían.

La esperanza era débil.
Como una vela que debido al paso del tiempo va desgastándose hasta que la cera termina desapareciendo por el fuego.

Mi mente se quedó en blanco.
Al igual que la nieve.

El pequeño se abrazó a mí con más fuerza de la esperada. Con una sabana anudada alrededor de mi cuerpo había logrado mantenerlo junto a mí. Escondido en el enorme abrigo.

El camino del pueblo hasta la cabaña era empinado. Y con el manto blanco que cubría la tierra se hacia aún más peligroso.
Parpadeé luchando contra el cansancio que consumía mi cuerpo. Hice una oración silenciosa en la que sólo repetía:

Que aparezca vivo. Que esté bien. Guardalo señor Jesús

Una y otra vez.

Había sucedido nuestro más intenso temor. Nos había encontrado.

Mi esposo trabajaba arduamente durante toda la semana recolectando leña  para venderla. Así nosotros podíamos comer.

Hora tras hora anhelaba su compañía. Cuando por fin podía contemplarle al volver de su jornada mi cuerpo se estremecía de puro gozo.

Sus ojos claros me miraban con ternura. Podía ver un océano inmenso en ellos pues me observaba con admiración y profundo amor.
El gorro que llevaba debido a las bajas temperaturas despeinaba su cabello castaño pero, aquello acompasaba con su rostro firme y su permanente sonrisa.

Mis ojos brillaban al verle. Al igual que los de nuestro pequeño, Peter.

No era hombre de muchas palabras pero no eran necesarias. Entre nosotros existía tal complicidad que nuestras miradas hablaban a gritos lo que sentíamos.

Su cuerpo me abrazaba cada amanecer como la primera vez. Me hacía sentir segura.

Pero algo no iba bien.
Esa mañana sus manos anchas no rodearon mi cintura. Sus labios no besaron la frente de Peter. Y sus ojos no brillaron cuando tras un breve asentimiento de cabeza y dos cortas palabras salió de casa.

Cuando no volvió aquella noche, supe que nos habían descubierto.

Él siempre volvía.

A pesar de la hora el blanco refulgente iluminaba el camino.

Dentro del bosque, lejos del pueblo, existía una cabaña.  La cabaña en la que permanecía para descansar a la hora de comer.

Era pequeña pero, esperaba encontrarle allí.

El frío de mi corazón no se iría si él no volvía a mi lado.

 Peter  [Relato Corto] ✔︎Donde viven las historias. Descúbrelo ahora