Que los han visto decían.
Que son sucos y de ojos gatos decían.
Cuando me contaron aquella historia de los "huaoranis gringos", pensé que se trataba de alguna broma de mal gusto. No porque me sorprenda la posibilidad de que existan mezclas entre los indígenas de la amazonia ecuatoriana y los colonos de aquellas tierras, sino que de ser cierto, surgiría un nuevo caso de vulnerabilidad de los derechos humanos. Muchas veces, la realidad supera a la ficción, de manera que voy a contar esta historia para sacar a la luz la problemática social de uno de los lugares más fascinantes de nuestro país.
El Yasuní, que ocupa una superficie de 9,820 kilómetros cuadrados, se extiende entre los ríos Napo y Curaray, al noroeste del Ecuador. Este "hotspot", es uno de los lugares con mayor biodiversidad en el mundo. De hecho, una sola hectárea puede contener más especies de plantas vasculares que todas las que existen en Norteamérica. Los científicos creen que esa área ha sido refugio para plantas y animales en los más recientes periodos de glaciación que ha soportado el planeta. No es de extrañar que por su importancia biológica, en 1982 fuera designado por la Unesco como reserva de la Biosfera.
El Gobierno también pretende conservar para futuras generaciones el Parque Nacional que lleva su nombre, a través de la iniciativa Yasuni-ITT. Sin embargo, existe presión para explotar el petróleo que yace bajo sus bosques, para satisfacer la creciente demanda de energía de los países desarrollados, que para dicho fin utilizan prácticas colonialistas.
Tal como declara J. Perkins en su libro Confessions of an economic hit man, existe una estrategia geopolítica por parte de Estados Unidos, para garantizar la disponibilidad de materias primas para sus empresas. De acuerdo a la importancia de los recursos y al grado de sumisión de los gobernantes (que es evaluado por las embajadas americanas, tal como se evidenció con los Wikileaks), se utiliza una de las siguientes: cooptar a los líderes locales, sobornar a las autoridades, financiar a la oposición para generar revueltas, conceder préstamos a través del Banco Mundial o el FMI para controlar las finanzas públicas, entrenar a grupos guerrilleros o por último buscar un chivo expiatorio para la intervención armada.
En el Ecuador, al igual que en otros países "subdesarrollados", se utilizaron varias de ellas, sobre todo en el periodo de las dictaduras militares, en donde creció la deuda externa y existió un clima favorable para la inversión de empresas multinacionales en sectores primarios. Tal fue el caso de la fiebre del "oro negro", que atrajo a una de las más nefastas, la mal afamada Texaco, la cual luego de varios años de operación, produjo contaminación en suelos, ríos y la afectación a la vida de flora, fauna y de las personas y que habitan en el área de influencia del Yasuní.
El regreso del Ecuador a la democracia trajo consigo una esperanza de que se implementen políticas de izquierda, en beneficio de la mayoría de la población. Sin embargo, Jaime Roldos no pudo ver materializado su sueño, debido a que como sugiere J. Perkins, fue oportunamente "silenciado". Si bien más tarde se sucedieron gobiernos que buscaron disminuir el impacto social y ambiental, ya el daño estaba hecho.
Desde que se descubrió petróleo en la Amazonia, se construyeron no solo pueblos sino también caminos, pozos, piscinas y campamentos para sacar del subsuelo el preciado mineral. En el Yasuní encontrarían resistencia debido a la presencia de los "aucas" que en quichua significa salvajes. Los primeros exploradores que se aventuraron al sur del río Napo, eran recibidos con lanzas y dardos venenosos. De esta forma, tal como sucedió en el oeste americano, en donde las tribus Sioux, Dakotas, Apaches, Pueblos y Navajos fueron mermadas hasta su casi desaparición, aquí también se había planificado el exterminio sistemático de los mal llamados aucas.
El primer paso para destruir su cultura sería el cambio de paradigmas mediante la implantación de un nuevo lenguaje. Comenzó entonces el envió de misioneros para "culturizar" a las personas que en su concepción eran ignorantes. Realmente tuvieron éxito con los grupos más septentrionales, que incluyen a los huaoranis, los cuales fueron comprados por botas de caucho, motores fuera de borda para sus canoas y tanques de gasolina, de acuerdo al libro Savages, de Don Winslow. De esta forma, fue posible la apertura de la vía Auca, que atraviesa el Yasuní hasta dar con el río Tiputini. Quienes no cooperaban, eran encontrados muertos con un extraño orificio en el cráneo.
En ese proceso, los pueblos otrora hermanos tagaeri y taromenane, se alejaron de los huaorani, internándose en la profundidad de la selva, a tal punto que hasta ahora no han podido ser contactados. De cuando en cuando se sabe de ataques de estas tribus a los huaorani y viceversa, motivados por llevarse a las mujeres jóvenes y a vengarse de un enfrentamiento previo. Cabe recordar que el espíritu guerrero de las tribus del Oriente, se confirma por la práctica ancestral de reducción de la cabeza de sus enemigos, obteniendo lo que se denomina una "tzantza".
Las empresas en su mayoría americanas y británicas, que se instalaron en los 60s y 70s en la ciudad del Coca (actualmente Puerto Francisco de Orellana), conocían de la ferocidad de aquellos habitantes y del riesgo al que se exponían. Lo que nunca se imaginaron es que lejos de producir xenofobia en ellos, la curiosidad que se siente ante lo desconocido, sería más fuerte y permitiría el acercamiento.
Richard Dawkins, el autor de El gen egoísta, concibe a los seres vivos como máquinas de supervivencia, que transportan a genes cuya finalidad es replicarse. Para explicar su teoría, recurre al concepto de estrategia evolutivamente estable (EEE), que son una especie de programas genéticos subconscientes. Una de estas estrategias es el altruismo de un individuo, que está atento al bienestar de sus parientes cercanos, debido a que comparte con ellos información genética que se quiere perpetuar como grupo. Otra EEE se da cuando un grupo de individuos asigna como líder a quien tiene mejores características de reproducción y supervivencia, con lo cual se minimiza el riesgo de extinción de la especie, porque se espera que el líder tome las mejores decisiones para administrar los recursos limitados. Una tercer EEE interesante sería cuando los individuos en edad reproductiva buscan aparearse con otros de su misma especie pero que estén lo más distante de su núcleo familiar, con la finalidad de garantizar que su progenie tenga la mayor variabilidad genética, que mejore las posibilidades de adaptación al entorno.
Esto último es lo que quizás está ocurriendo en ese maravilloso laboratorio natural que es el Yasuní, con los seres humanos que allí habitan. Debido a que las poblaciones de huaoranis, tagaeris y taromenanes han sido diezmadas por las enfermedades introducidas por colonos y los ataques entre grupos rivales, en los cuales se ha evidenciado el rapto a mujeres jóvenes, está surgiendo una EEE para garantizar la variabilidad genética de esas tribus. Con la llegada de los técnicos extranjeros, se ha puesto en marcha toda una serie de procesos bioquímicos y psicológicos, que al igual que el ratón se acerca a un gato para pasar el parásito Toxoplasma gondii al felino, la mujer se acerca al forastero, en su caso, para recibir otro organismo unicelular: el espermatozoide. Se conoce de casos en los cuales se han encontrado mujeres huaoranis dentro de habitaciones de campamentos, esperando al incauto hombre que no pueda resistir a sus encantos.
El problema surge una vez que aquella joven queda embarazada. Debido a que los huaoranis son una sociedad patriarcal, en donde se permite la poligamia del hombre, que puede tener cuantas mujeres pueda alimentar, el nacimiento de un individuo de otras características sería algo censurable, que implicaría no solo la muerte de la mujer, sino también del hijo. Por ello, el instinto materno prevalece, de manera que debe escapar de la casa para dar a luz en la comunidad de los "huaoranis gringos".
Nada se sabe de esa dinámica social, pero existen personas que afirman que huaoranis amigos los han dirigido al interior de la selva, irónicamente como una forma de turismo, para observar aquel grupo de marginados. Conservan las mismas características, es decir, están prácticamente desnudos, viven en casas comunales hechas de madera y hojas de palma, elaboran chicha de yuca y salen de caza con cerbatanas. La diferencia es que algunos de ellos son rubios y de ojos claros.
Dejando de lado la fantasía de pensar en una chica de esas características bañándose desnuda en un rio oriental, me parece increíble aquella historia y me intriga conocer la forma de vida de aquellos seres humanos. Por ejemplo, no sé si podrán defenderse si a las otras tribus se les ocurre atacarlos o si han podido adaptarse con éxito a ese ambiente. El Estado va a investigar un nuevo ataque a tagaeris ocurrido hace unas semanas. También debería investigar si realmente existen los huaoranis gringos, que serían un motivo más para conservar la fragilidad de la vida que transcurre en el Yasuní.