LA SIRENA DEL VACÍO

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Al igual que las olas del mar chocan contra la cálida arena de la costa, un océano de dudas y temores inunda la noche, cubierto por un manto estrellado y una infinita oscuridad que devora todo a su paso.

Bajo una fría noche en algún lugar del océano se halla un pequeño barco pesquero. Apenas reconocible debido a su pobre iluminación, pero fácilmente destacable gracias al reflejo de la luna sobre el amplio y cristalino agua de dicho desierto azul. Por fuera, un invento humano capaz de flotar sobre el agua; por dentro, el pequeño hogar de un buen hombre.
El barco, desgastado por su antigüedad pero igualmente funcional, se compone de una capa metálica exterior que lo protege de las salvajes olas marinas, albergando tras esta la estructura básica del mismo, siendo una composición de madera barnizada y acero oscuro. El suelo, tanto interior como exterior, de madera, y las demás estructuras, metálicas.
Se trata de una pequeña embarcación rodeada, en su mayoría, por una barandilla a modo de seguridad personal. En la proa, una leve inclinación hacia arriba, característica de embarcaciones pesqueras, y una gran llanura donde multitud de redes y cajas abundan por doquier. Por el contrario, en la popa, se halla lo que parece ser el generador de la enorme máquina marina junto con un par de barriles oxidados y alguna que otra herramienta suelta. Tanto a babor como estribor, numerosos flotadores de emergencia y redes adornan los laterales exteriores. Un gran y alargado mástil metálico se alza en el centro de la parte delantera del barco, actuando como sostén de otro inclinado y más pequeño, y de alguna que otra cuerda.
Numerosos focos adornan los bordes de la cabina, situada entre el generador y cierta distancia del mástil. Una puerta metálica da acceso al interior de la misma, habiendo en su interior un pequeño receptáculo adornado con dos ventanillas y una encantadora gotera en la esquina inferior derecha. Bajo dicho flujo irregular de agua, una red que se sostiene entre ambas paredes laterales y que posee una manta sobre la misma con el aparente fin de hacer su uso más cómodo. Enfrente del intento de cama y separado por la pared de la proa, un escritorio con numerosas hojas de papel y algunas herramientas se encuentra acompañado por un pequeño taburete de madera al cual le falta una pata. En la pared derecha, al lado de la puerta, una palanca y, en la pared izquierda, las dos pequeñas ventanas ya mencionadas anteriormente.

Todo el barco se halla en un profundo silencio, manteniendo la luz de los focos a un nivel muy bajo, casi nulo. La única luz que verdaderamente hace acto de presencia es la procedente de la cabina. En su interior, sobre el taburete se halla sentado un hombre, de unos casi cuarenta años podría decirse. Su complexión física, oculta bajo un pantalón vaquero con peto y una camisa de cuadrados granates y negros, presume de ser la propia de alguien que pasa más tiempo en alta mar que en tierra firme. Sus pies, a salvo del moho y la humedad gracias a un par de altas botas con un buen recubrimiento interior de calcetines. Arremangado, presenta vello corporal en sus brazos, dejando ver, también, sus grandes y sucias manos; manos que presumen de experiencia y trabajo duro de años atrás. Su pelo, oscuro, aunque con una breve presencia de canas en la parte frontal, y corto. Su cara, recta y firme, con una buena mandíbula marcada y una gran nariz, dos mejillas ligeramente sonrojadas y una levemente arrugada frente que se alza sobre sus grandes y verdosos ojos.
Este sujeto de no más de 187 centímetros, se halla revisando algunos de los folios sobre el escritorio, mientras que con su pierna izquierda mantiene un movimiento repetitivo y constante, como si algo lo estresase pero liberara dicho estrés a través de su extremidad inferior. En su cara, frustración y ansia dibujan un rostro preocupado, como si la respuesta al mayor problema de la humanidad estuviese en esas hojas pero no lograra encontrarla.
Cansado de leer y releer esos documentos, se levanta y, dejando escuchar como sus articulaciones crujen al flexionarse, se dirige hacia la palanca de al lado de la puerta. La toma y la hace descender hasta que los focos del exterior se apagan por completo. Una vez todo a oscuras fuera de la cabina, el hombre extiende el brazo hacia el techo y tira de una pequeña cuerda, apagando la lámpara colgante y recostándose sobre la pequeña cama colgante. A medida que sus pupilas se dilatan debido a la abrumadora oscuridad, este comienza a cerrar los ojos hasta caer en el más de los profundos sueños.

La sirena del vacíoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora