Capítulo 1.

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El olor a pintura impregnaba el lugar, botes llenos de pinceles, lienzos en blanco, gouaches, acuarelas, sin duda mi lugar favorito. Desde muy pequeño, las artes son lo que más me apasiona. Siempre había sido el niño más energético de mi clase y mis profesores me reconocían por ello.

Caminaba por mi taller, tocando las paredes lisas manchadas de pintura de diversos colores. Llegué hasta la mesa donde se encontraba una escultura y me senté en un banco, es lo que más detesto hacer, pero si quiero obtener reconocimiento, tengo que hacer de todo.

Hacía ya más de dos meses que me mudé a París, pues uno de mis mayores sueños es que una de mis obras esté en un museo. Extrañaba Canadá, sí, pero no dejaría mis metas atrás.

Pasaron las horas hasta que finalmente pude terminar esa estúpida estatua que me tenía hasta la coronilla. Estiré mis brazos y fui hacia el umbral de la puerta para observar que había comenzado a llover. Después de un rato, vi como un chico de cabello oscuro caminaba por la calle y me impresioné al ver el mal estado en el que se encontraba.

-Oye tú, ¿estás bien? - grité mientras sacudía la mano de derecha a izquierda. El chico parecía un zombie sacado de una película de terror. Él comenzó a caminar hacia mí hasta llegar a la puerta del taller donde se desmayó.

Asustado, traté de llevarlo hacia el sillón que tenía en mi despacho, pues era lo único que había en ese lugar. Al llegar, lo posicioné ahí y un olor a alcohol sucumbió mis fosas nasales.

-¿Está ebrio? - pensé, mientras trataba de ponerle un chaleco encima.

-Disculpe, despierte, se va a resfriar si sigue así. – moví su cuerpo un poco y soltó un quejido.

-Gabriel, ¿eres tú? - hizo un movimiento y despertó. - ¡No me dejaste, ven aquí!

Y sin previo aviso, el extraño se acercó a mí y me besó.

No sabía qué hacer, estaba aterrado. Después de unos segundos, reaccioné y aparté al de cabello oscuro. Salí corriendo del despacho y dejé al que previamente me había robado un beso ahí. Mi corazón latía a mil por hora, ¿qué había pasado? Simplemente trataba de ayudar. Pensaba qué podía hacer, no podía dejar a un loco en el taller e irme a mi hogar por lo que decidí que me quedaría esa noche.

Habían pasado más de cuatro horas desde aquel incidente y no podía dejar de pensar en ello. Sin querer, me llevé una mano hacia mi boca y la acaricié suavemente. Sacudí la cabeza, ¿qué estaba haciendo?

-Debería distraerme con algo, quizá me ayude. - Caminé por el pasillo de madera hacia la rueda de cerámica y puse algo de barro en ella. Comencé a moldear delicadamente, pero mi mente estaba centrada en ese beso.

Comenzaba a frustrarme, es decir, había besado a hombres antes pero no sabía por qué me sentía de esta manera.

Decidí que plasmaría mis sentimientos en un lienzo, siempre me funcionaba. Me acerqué hacia el caballete y tomé acrílicos junto a mis pinceles. No tenía en claro que pintaría, así que solo me dejé llevar. Rojo, azul, rosa, blanco, eran los colores que predominaban en esa obra. Y sin quererlo, parecían dos figuras humanas a punto de besarse. Estaba sorprendido, esta pintura era como ninguna otra que había hecho. Retrocedí unos pasos para admirarla más y estaba orgulloso. Sentí que mis ojos brillaban, pues era la primera vez que tenía fe en que, quizá, mi pintura pudiera ser mostrada a los demás.

Miré por el ventanal y noté que el sol estaba saliendo, por lo que pensé que sería buena idea ir a revisar al inquilino. Atravesé el pasillo hasta llegar al despacho y lentamente abrí la puerta. Di un respingo al ver al chico frente a mí.

-Señor Felix, un gusto. Perdón por la pregunta, pero, ¿qué hago aquí? – La voz grave lo hacía ver mucho mayor que cuando recién lo había visto.

-Primero que nada, ¿cómo sabe mi nombre? – respondí temeroso.

-Tiene una placa aquí, por eso lo sé. – Me sentí estúpido, ¿lo había olvidado?

-Sí, perdone. – Estaba muriendo de vergüenza, pero sentí una mirada penetrante así que volteé hacia arriba y ahí estaban, dos ojos color verde, parecían esmeraldas muy hermosas. Sentí como el calor subía por mis mejillas.

-Eh, está aquí porque anoche se desmayó en mi puerta, señor... - hice una mueca de desconcierto, pues no sabía su nombre aún.

-Jean, Jean Moreau. – me tendió la mano.

-Felix Clark, aunque ya lo sabe. – solté una risa nerviosa mientras sostenía la mano del pelinegro.

-¿Extranjero, cierto? Hace tiempo no me relacionaba con uno. Y disculpe las molestias, no puedo creer que me desmayé e hice que un extraño me ayudase.

-No se preocupe, no iba a dejarlo tirado ahí.

Lo llevaba hacia la salida, pues así me lo había pedido Jean, pero mientras nos acercábamos, el pelinegro se detuvo en la pintura que recién había terminado.

-¿Usted lo pintó? - dijo el de ojos esmeraldas mientras observaba asombrado la obra que tenía delante.

-No es necesario que me trate de usted. – comenté, mientras me ponía al lado del que era más alto. –Y sí, lo pinté yo. Desde pequeño me han gustado las artes.

-Es increíble, es una obra maestra, ¡merece estar en un museo! – quizá era mi imaginación, pero él parecía estar enamorado de la pintura.

- No es para tanto, pero me gustaría que estuviera en uno. –agaché la cabeza, desde hace dos años que me había mudado y ninguna de mis creaciones podía ser mostrada al público.

-¿Qué te parece si me convierto en tu ayudante? Así será más fácil para ti, prometo hacer un buen trabajo. – el chico hizo una pose que me causó gracia.

-No sé si debas...- realmente no quería un ayudante.

-¡Vamos, si te ayudo podrás cumplir tu sueño!- lo pensé un momento.

-Está bien, serás mi ayudante.

Lienzo de AmorWhere stories live. Discover now