Capítulo 28: ¿Confías en mí?

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Narra Ed

A eso de las tres de la mañana mi equipo se divide. Entre despedidas no puedo evitar pensar que quizá sea la última vez que los vea a todos juntos. Perder a Ramírez y Michael aún sigue en mi consciencia. Una herida que costará cerrar. Me motivo a mí mismo el no sentir culpa, porque realmente ellos sabían las consecuencias. Pero siempre será difícil separar las emociones del liderazgo. En el aeropuerto nos recibe un conocido que nos dirige en fila india hasta los grandes hangares no muy alejados de la zona turística. Clara y Stephan mantienen firme a Scooter para que no escape mientras yo voy al frente. La magnitud de los aviones comerciales intimida a Frank y a Recia. Mi amistad con él me ha llevado a saber que jamás han viajado en uno de ellos.
Sus exclamaciones a la hora de ver los aviones retumban por todo el interior del hangar. Me doy la vuelta para callarlos, a pesar de que tengo una sonrisa en el rostro. Los entiendo, tuve la misma expresión la primera vez que vine. El hombre frente a mí recibe su pago al entregarme los pasaportes falsificados.

—Mi primo los estará esperando cuando el avión aterrice, págale y él los llevará al estacionamiento como acordamos

Asiento en respuesta. Todo esto era parte del plan inicial o Plan A, como le dice Tom. Nos indica el momento exacto en que debemos colarnos en una fila que se sube a un bus en dirección al avión que nos corresponde. Recia se agarra de una de las barras en el techo entre valijas de mano y muchas personas. Más allá, no muy lejos, puedo ver a Frank y Etta tomados de las manos. Golpeo levemente el brazo de Recia con mi codo y bajando mis gafas, le ruedo mis ojos ante el hecho de que ya no lo ocultan. Ella al verlos ríe, supongo que ahora me cree.

En la fila para subir las escaleras al avión, tomamos la precaución de dividirnos, Frank, Etta y Stephan entran por la escalinata trasera y el resto por la frontal. Craig no evita soltar algunos comentarios al respecto.

—¿Quién diría que mi sobrino podría organizar todo este desfile habiendo sido criado por mí?— Recia que no se ha despegado de su lado, ríe.

—Desgraciadamente varias cosas las aprendí de Scooter

—Y seguirás aprendiendo— me advierte el Filimer que se encuentra entre nosotros dos. Le aprieto mis manos en sus hombros para que no vuelva a hablar.

A pesar de que Tom se mantiene con sus auriculares puestos con el volumen al máximo, a mi lado, me dirige una mirada cómplice, como si de alguna forma escuchase el último comentario. Desgraciadamente con Scooter no puedo bajar la guardia, podría saltar en cualquier momento con un para caídas. Ninguna azafata nos pregunta por nuestros asientos, como si todos estuviesen involucrados. Quitamos nuestras mochilas, que poseen las armas, la muda de ropa y los chalecos antibalas, para luego ponerlas en los compartimientos a la vista de nuestros ojos. Scooter es sentado entre Clara y yo en los espacios para cuatro personas, sin embargo, Recia y el Tío Tanner, deben sentarse en asientos mucho más apartados de los nuestros. Supongo que les dará la chance de conocerse más. El hecho de que el hombre que me crió se haya llevado tan bien con ella, me da una alegría inmensa de la que no fui consciente durante todo este tiempo.

Tomo la decisión de vigilar a Scooter, no por temor de que a Stephan o a Tom se les escape, sino porque sé lo mucho que les afecta su presencia. Clara, por el contrario, siempre se ha mantenido distante a él. Aún así, Tom se sienta a mi lado con su libro en las manos y sólo se quita sus auriculares cuando la azafata se lo pide. Las catorce horas de vuelo hasta Viena, se vuelven eternas. De vez en cuando nos turnamos para vigilarlo, estirar las piernas o ir al baño. El sonido ensordecedor del avión relaja a Tom permitiéndole prestarme sus auriculares para escuchar música. Comemos lo que nos ofrecen y nos distraemos con la pantalla. Sin embargo, a diferencia de Scooter, Clara y mi amigo, yo no duermo, no puedo bajar la guardia. Tres películas después, el piloto informa que estamos descendiendo.
Esperamos últimos en los asientos a que todo el mundo baje. Como se indicaba en el primer plan, debíamos ser pacientes para que nos retiren del aeropuerto. Cuando descendemos la escalerilla, el viento helado me asalta de imprevisto. Tom ha sido precavido y se ha puesto una campera. No abordamos el bus que lleva al aeropuerto. Un pequeño carro con dos trailers llenos de valijas, nos recoge. Los rostros de mis amigos se ven relajados, pero mis sentidos están a flor de punta. Estamos demasiado cerca como para que todo se arruine. Una vez en el estacionamiento, le pago al conductor del carro, primo del primer hombre que nos ayudó en el aeropuerto de Estados Unidos y este me entrega la llave de una camioneta de alquiler.
—¿Cómo conoces a tantas personas?

¿Confías en mí? (Ed y Recia)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora