Capítulo 3

7 0 0
                                    

14 de agosto de 2021

Abro mi ojo derecho al escuchar la alarma de mi móvil. Lo vuelvo a cerrar. Cuando la alarma para, pasan cinco minutos hasta que vuelve a sonar. Gruño y salgo de mi saco de dormir.

Cuando me siento en el suelo para estirar me doy cuenta de que tengo los músculos agarrotados y me duele la espalda.

— No vuelvo a dormir en el suelo, ni aunque tenga que colgar una hamaca de la pared.

Empiezo a caminar hacia el baño, tropezándome con la ropa que llevaba el día anterior (por la noche estaba demasiado cansada para fijarme en algo).

Después de enterarme de que el imbécil que me había quitado mi sitio esa misma tarde era mi nuevo vecino y que tenía la habitación de alado cerré el libro de golpe y enfurruñada entré dentro. Después del encontronazo me pasé toda la cena de morros, mis padres intentaron averiguar que me pasaba, pero yo les dije que estaba cansada y que me iría a dormir temprano.

En verdad sí que estaba cansada, durante la mañana tuvimos que subir las cajas al camión, después terminar de limpiar la casa y finalmente estuvimos casi una hora dando vueltas con el coche porque mi padre se perdió de camino a la nueva casa.

Así que subí a mi cuarto, me cambié la ropa por mi pijama, saqué el saco de dormir de la maleta, me duché y aseé, y finalmente me fui a dormir.

Ahora mirándome al espejo, puedo ver, a través de los tirantes de mi pijama, una marca roja amoratada del golpe que me di contra el cuerpo de mi vecino cuando me levantó del árbol.

El muy imbécil había sido igual de delicado que un hipopótamo, ahora tendría que explicar como me había hecho ese moretón a mis padres.

— ¡Buenos días, padres míos! Tranquilos tengo una explicación razonable para lo que tengo en el hombro.

Es cuando acabo de bajar las escaleras y termino la frase que me doy cuenta de que no hay nadie en la sala de estar. ¿Dónde están? Voy a buscarlos a la cocina, pero nada, subo a su habitación y tampoco los encuentro. Vuelvo a mi cuarto para coger mi móvil y llamo a mi padre.

Tarda unos segundos en responder.

— Preciosa, ¿Qué pasa? ¿Te has hecho daño?

— No, papá ¿Dónde estáis? Os he buscado por toda la casa y no tenéis que ir a trabajar hoy así que no entiendo.

Escucho unas risas al otro lado de la línea.

— Hija, estamos en casa de los vecinos, ¿No has leído la nota de la nevera? 

Mi cabeza gira como la chica del exorcista en dirección a la cocina y me acerco a paso apresurado.

«Cariño, Viola nos ha invitado a desayunar, cuando despiertes ven tan rápido como puedas»

— Vale papá, voy enseguida.

Aún no he terminado de colgar que ya estoy saliendo por la puerta, en dirección a los vecinos.

Llamo al timbre mientras me paso unos mechones detrás de mis orejas. La puerta se abre. Mis ojos denotan asco, estoy segura. Su sonrisa, burla. 

— Bonito pijama ¿Tienes seis años?

Miro hacia abajo, encontrándome directamente con mi pijama de las Supernenas, noto el calor ascender hacia mis mejillas y una risa nerviosa brota de mis labios.

— Teo, hijo, no te burles de nuestra invitada.

Un hombre sale por la puerta, quedándose a un lado de Teo.

Lo que calla el bosqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora