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«Megumi, te amo»

El eco de simples palabras retumbaban en su cabeza día tras día, noche tras noche, incapaz de salir de las pesadillas. Atrapado en momentos que las llamas no lograron incinerar.

Se sentó sobre su cama sudando y las mejillas empapadas de lágrimas. Pasó sus manos por su rostro intentando recuperar la cordura. Quería verle, necesitaba hacerlo. Pero tenía miedo que el retrato de su amado hubiera escapado del reflejo del espejo. A paso lento se acercó al espejo junto a la ventana, por la que la luz de la luna entraba sin pedir permiso irrumpiendo en los pensamientos del chico, y plasmándolo en ilusiones difíciles de identificar si eran reales o falsas.

Pero cuando cruzó sus piernas y dejó su cuerpo caer al piso no se vio a él. Lo vio a él. Con su cabello desordenado, su uniforme, su radiante sonrisa y una mano saludando. Megumi largo un suspiro y sonrió desolado, con perlas llenando sus ojos anunciando oleadas en el océano de sus ojos. Acercó su propia mano esperando traspasar el espejo, pero no sintió más que frío y una barrera que le impedía entrelazar sus dedos con Yuuji. Quien solo le sonrió tratando de decir: "está bien".

—No, no esta bien—susurro mas para si mismo, formo un puño con su mano en la barrera y golpeó suavemente—te extraño tanto, te. . .—frunció los labios con rabia—dónde puedo encontrar tus besos de miel, o unas manos que encajen tan bien con las mías como lo hacían las tuyas. Todo mi cuerpo te extraña, no lo soporto más. La falta de tu amor y de tu voz me mata lentamente.

Las lágrimas comenzaron a emerger con sollozos ahogados. Las fotos que sacaron, siempre lo hicieron pensando en que algún día ya no estarían más juntos y que debían encontrar la forma de poder tener algo del otro. Pero uno de ellos se llevó algo que los momentos capturados no serían suficientes para completar. Una parte su alma. En su pecho el dolor martillaba amenazando romper su piel y lo que le quedaba de vida, casi apoderándose de todo el.

Sabía que no estaba solo, Nobara siempre lo visitaba y pasaba tiempo con él, pero no le daba el peso de no tener a su mitad. Y aunque Gojo lo apoyaba como podía, compartía el dolor de perder a Itadori, y simpatizaba con el dolor de perder a tu único, no encontraba las palabras para ayudar. Estaba en el ojo del huracán, donde todo arrasaba con él, y aunque no debió hacerlo, aunque lo supo de un comienzo, sabía que no debía de enamorarse de Itadori, confió su vida y daría por el todo por un momento más a su lado. Tantos momentos donde el miedo de ser separados los inundara, momentos en los que Fushiguro se largaba a llorar e Itadori lo abrazaba repartiendo besos por su rostro diciéndole tiernamente que era su mundo entero, que no se podía derrumbar, secaba sus lágrimas, tomaba su teléfono, y sacaba una foto.

«Mientras esté contigo, congelaremos en el tiempo estos momentos, porque nadie nos los puede arrebatar.»

¿Qué hacer si tu medicina del día a día también se convierte en el veneno mortal que dolerá cada vez más a largo plazo?

Cada día tomaba esos momentos felices, intentando evitar el cómo vio al amor de su vida morir frente a sus ojos sin poder hacer algo. Megumi soltó un grito de dolor, miro al espejo.

—¿¡Dónde estás?! ¡¿Por qué no vuelves?! ¡Me estás torturando!— el dolor de cada bendita lágrima, quemaba su piel con el mismo fuego que vio consumir al chico. Estaba agitado, con la respiración intermitente, y con ganas de reunirse con el. Se apretó la cabeza con fuerza—me estoy volviendo completamente loco—eso último salió en un hilo de voz, y reía con sarcasmo—tu no estas detrás de ese espejo. Tu. No. ..—Itadori tenía la cabeza gacha y con una solitaria perla cayendo. Megumi se tiró el cabello hacia atrás frustrado.

Y con todo el coraje que reunió, con dolor retenido en la garganta e impulsividad recorriendo sus venas, golpeó con toda la fuerza que pudo el espejo. Pero tras él no había nada, y todo se derrumbó. Otra vez.

Las manos le sangraban, se puso de rodillas y tomó los fragmentos de vidrios rotos, y en un acto de desesperación intentó hacerlos encajar. Para luego tirarlos y apoyar la cabeza en la cama.

«Fushiguro, me gustas, mucho»

«¿Podemos tener nuestra primera cita en un parque de diversiones?»

«Mira, te propongo que hagamos un balance, adoptamos dos perros, dos hámster y un gato feliz, porque tu eres el otro gato, pero gruñón. . . No ya perdón era broma, no me pegues»

«Hace frío, invitemos a Kugisaki y dormimos los tres»

Tuvo un golpe de realidad. En el que Itadori se mostraba fuerte porque no quería morir llorando y dejar un mal recuerdo a los demás. Prometió que no guardaría rencor a nadie, y que tampoco al profesor Gojo por ser quien estuviera encargado de ejecutarlo. Dijo que enviará saludos a Nanami de parte de todos.

El chico era un maldito sol radiante que merecía iluminar la vida de todos por muchísimo más tiempo. Puso en riesgo su vida en un montón de ocasiones y aun así lo trataron como el "recipiente de Sukuna", y no por lo que era como persona, y mucho menos pensaron en todos los que lo rodean.

—Todo lo que queda de los dos, son, ecos de amor—soltó en un lastimero grito ahogado. Escuchaba unos lejanos golpes en la puerta y como repetían su nombre una y otra vez. Sus ojos se fueron cerrando, se sentían pesados.

Quizás sintió como lo sacudían de los hombros, pero no estaba seguro, porque sentía que estaba botando su piel como si fuera un grueso abrigo. Y no supo si fue una ilusión más creada por su perturbada cabeza, pero creyó ver que quien lo movía, no era Kugisaki, o Gojo, si no que el mismo Itadori intentando salvarlo, aunque no sabía de qué. 



N/A: No se que hice, en algun momento quizas lo arregle. No me juzguen no dormi, y me la pase escribiendo, y salio esto. 

Ecos de amor|ItafushiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora