4: ¿Hay alguien más?

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Gabe cogió de la mano a su novia y empezaron a correr en dirección contraria a sus amigos. Los lobos comenzaron a aullar y a correr detrás de ellos.

—¡Tengo miedo! —gritó Sarah al borde de las lágrimas.

—¡Allí hay una caseta! —señaló hacia su izquierda y siguieron corriendo hasta llegar allí.

Pararon frente a la puerta de madera. Mientras Gabe intentaba abrirla, Sarah miraba a su alrededor asustada

—¡Viene un lobo! —gritó desencajada.

El lobo se iba acercando y Sarah sentía que estaba a punto de desmayarse del miedo. Su corazón palpitaba con fuerza, como si fuera a desprenderse de su cuerpo para salir por su boca.

—¡Corre, entra! —la atrajo hacia él para entrar en la caseta, pero el lobo la alcanzó y le arañó con sus garras afiladas en la pierna.

—¡Ay!

El mortífero lobo no parecía estar satisfecho, así que fue a morderle en la pierna. Gabe le pegó una patada haciendo que este retrocediera un poco, al menos lo suficiente para que Gabe ayudara a su novia a entrar en la caseta.

Una vez dentro, Sarah se dejó caer en el suelo adolorida.

—Necesito poner algo en la puerta para que no puedan abrir —explicó Gabe nervioso mirando el interior de aquel pequeño lugar.

—Mueve ese... mueble... —dijo como pudo.

La rubia miró su pierna; el pantalón estaba roto y la herida manaba bastante sangre, cubriendo toda la parte inferior del pantalón. Cuando Gabe terminó de bloquear la puerta, corrió hacia ella.

—Cariño... Déjame ver la herida —pidió agarrando su mano.

Se limpió las lágrimas del dolor que estaba sintiendo y con su ayuda, consiguieron quitarle el pantalón lentamente.

—Creo que no es profunda. No entiendo mucho de esto, cariño...

—No te preocupes, Gabe. No es nada —musitó con voz temblorosa.

Estaba mintiendo, estaba claro. Nunca había sabido aguantar el dolor y a la mínima sentía que se iba a morir, aspectos que no aportaban nada bueno a esa situación. De fondo, se escuchaban los arañazos de un lobo en la puerta.

—Deberíamos limpiar la herida. ¿Nos queda agua? —supuso su novio mirando la mochila que ella llevaba puesta.

—Sí. Menos mal que hemos traído dos mochilas...

Zayed y Jane tenían una mochila y la pareja tenía otra. Sacó una botella de agua y la vertió sobre su pierna. Cuando terminó, se sentó a su lado.

—Gabe... —le llamó con la voz apagada—. ¿Crees que estarán bien?

—Zayed y Jane son fuertes, seguro que han encontrado otro refugio.

—Espero que sea verdad —susurró tiritando. Tenía mucho frío.

—Sarah, estás congelada. Necesitas entrar en calor rápido —aseguró desesperado.

Entre las provisiones, se les ocurrió meter mantas. Y ahora lo agradecían más que nunca. Gabe no tardó en sacar una de las dos mantas y envolver a la rubia en ella.

Cuando los aullidos y los arañazos cesaron, Gabe vio una oportunidad.

—Tenemos que salir y hacer una hoguera. Estás muy débil, parece que te va a dar una hipotermia.

—¿Sabes hacer hogueras? —preguntó extrañada—. Además, no sé si te has dado cuenta, pero hay unos malditos lobos que quieren matarnos.

—Yo te protegeré, Sarah. Te prometo que esos lobos no van a volver a acercarse a ti —aseguró mirándola directamente a sus azulados ojos.

Atrapados en DelmirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora