"goldilocks"

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"Jaemin había apodado "Ricitos de
Oro" al chico de sus sueños"
— jaemren —

Jaemin está tumbado en el pasto bajo el cielo estrellado, ni siquiera tiene tiempo de preguntarse cuál es su propósito allí cuando los dedos del ángel de hebras doradas acarician por sobre su pómulo dejando una franja de calor tibio que lo hace ja...

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Jaemin está tumbado en el pasto bajo el cielo estrellado, ni siquiera tiene tiempo de preguntarse cuál es su propósito allí cuando los dedos del ángel de hebras doradas acarician por sobre su pómulo dejando una franja de calor tibio que lo hace jadear. No tiene que poseer un nivel de inteligencia extraordinario para descifrar que sigue en el mullido colchón de su cama ordinaria, adhiriéndose a sus pensamientos; fantaseando dormido mientras se sume en un estado de delirio ambivalente. Es extraño, porque aún siendo aquella una ilusión de medianoche, es capaz de ver, sentir, oír y embriagarse con el dulce aroma a florecillas de primavera que embalsaman el solemne instante.

Jaemin otea la oscuridad con perseverancia hasta que sus ojos se topan con aquellos resplandecientes luceros en los que brillan constelaciones más hermosas que las que puede observar en el cielo nocturno. Las manos del azabache se ciñen a la cintura del cuerpo delante de él y acarician por sobre la fina tela de la camisa blanca que siempre porta su acompañante de las noches, una única prenda larga hasta las rodillas que le da un aspecto adorable y envuelve de forma holgada su frágil cuerpo que pide a gritos ser abrigado.

Y prisionero de la belleza infinita, sin un solo ápice de autoridad sobre su propio cuerpo, no tarda más de un par de segundos en atraerlo hacia sí y estrechar la curvilínea anatomía contraria entre sus brazos como tanto ansía, extasiándose en una sensación paradisíaca que lo eleva hasta los confines del universo.

—¿Quién eres? —murmura en su oído, erizando su piel.

Y ahí está, la melodía favorita de Jaemin. La dulce voz que se asemeja al sonoro canto de las sirenas, aquel que tiene un poder seductor inmensamente engañoso que te atrapa entre sus redes. Así lo tiene el chico de sus sueños, completamente hechizado, hipnotizado. El joven de piel de porcelana que su cabeza inventó alguna vez lo tiene a su merced y no planea hacer nada para eludir tal suceso, cuya extrañeza lo enfrasca al punto de no querer salir jamás de la fantasía cercana a lo celestial en la que se sumerge apaciblemente al caer en el sueño profundo todas las noches.

La rareza del momento no le importa mientras los labios del que había apodado Ricitos de Oro sigan trazando caminos eternos de jarabe de miel sobre su piel. Aquel ser de luz de aura bondadosa cuya mirada profunda cautivó a su ser desde que comenzó a tener aquellas imaginaciones remotas a la realidad, había flechado su corazón.

Jaemin cierra los ojos y cuando quiere regresar, ya no está. El muchacho de cabellos dorados ha desaparecido y el paisaje se ha esfumado por completo. Sus ojos miran al frente fijamente, clavándose en la madera del armario de su habitación y de sus labios escurre un suspiro pesado. Se lleva la mano al cuello y puede sentir el húmedo camino de besos que viaja desde su mandíbula hasta su pecho.

Se siente sofocado con el aura aún presente de su chico imaginario y se lleva las manos al rostro. Se obliga a sí mismo regresar a la realidad; debe ir a trabajar. Tras haber despejado su mente por completo se viste con el uniforme de barman verde chillón que siempre ha considerado poco estético y desagradable a la vista. Emprende su camino diario hasta el establecimiento y saluda a los empleados con una sonrisa amistosa. El día está transcurriendo normal; no hay clientes por la mañana y... Oh, de hecho, sí los hay. Y por la puerta se asoma el que rompe lo usual de sus días laborales.

Es un chico de estatura media, viste una camisa blanca holgada y Jaemin no puede evitar sentirse embelesado cuando el recuerdo del chico de sus sueños se pasea por su mente. Jaemin frunce el ceño al comprender el gran parecido entre ambos muchachos, más aún al notar la suave ondulación que hacen sus dorados cabellos; como su pequeño Ricitos de Oro. Su posición cabizbaja obstruye el repentino deseo de poder contemplar su rostro y su ritmo cardíaco se acelera en oír los tranquilos pasos del rubio acercarse paulatinamente.

—¿Ricitos de oro? —murmura inconscientemente.

El joven levanta la mirada y el corazón de Jaemin da un terrible vuelco.

Es él.

El chico de rostro delgado y mejillas sonrosadas; de piel tan esmeradamente cuidada que creía utópica; de mandíbula con semblante afilado, pero inefablemente suave al mismo tiempo; de tiernos labios con aspecto delicado que siempre despiertan un fogoso deseo en su interior, es real. Y está frente a él.

Y Jaemin está completamente absorto, pero los constantes sollozos de Ricitos de Oro lo sacan de sus pensamientos. La mano de Jaemin viaja hasta la mejilla de su chico, sintiendo la suavidad de su piel con sus dedos.

—¿Príncipe de miel? —Ricitos lo mira con lágrimas en las mejillas.

Jaemin se sume en la máxima ternura cuando escucha el apodo que su pequeño había escogido para él. Ambos hacen contacto visual y sienten la fuerte conexión que los une, Ricitos sonríe seguido de su príncipe, entendiéndose ambos sin la necesidad de palabras.

Jaemin no se había enamorado de una ilusión; Jaemin se había enamorado de su compañero de sueño.

—Me llamo Renjun—solloza el chico.

—Jaemin, pequeño.

El azabache entierra su nariz en los cabellos de Renjun, embriagándose del característico olor que desprende. Jaemin no sabe qué clase de fenómeno ha conectado sus sueños con los de Ricitos y no entiende por qué se sienten tan reales, tan físicos.

Pero no le importa.

Porque Ricitos de Oro es un chico real que se llama Renjun y el destino ha decidido unirlos más allá del estado de sueño.

— FIN —

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