Prólogo.

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Sus pasos resonaron en la habitación

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Sus pasos resonaron en la habitación. Estaba de espalda, ni siquiera había necesidad de voltear para ver quien era porque desde qué llegó supe quien era. Aprete mi arma y con la otra mano me termine de tomar el coñac que quedaba en mi vaso. Se quedo en silencio esperando en la oscuridad, mientras los recuerdos vuelven una y otra vez a mi mente.

Diciembre, en familia donde uno creería que todo fuera normal compartiendo con tus seres mas queridos, pero no.

De un momento a otro nos rodearon y la lluvia de tiros no tardo en llegar.

Sangre gritos. Mamá, papá...

Cierro los ojos olvidando esa terrible pesadilla y recordando el porque estoy aca.

—Mañana es el gran día, ¿Estás segura de esto? —pronuncian tras de mi con ese acento italiano que me hace recordar a mi infancia —. ragazza assassina.

La forma que desconfía de mi hace que me genere disgusto. Aprieto con más fuerza el arma, dejando salir mi rabia disparando a los objetivos señalados soltando un grito en el proceso por la impotencia qué me genera la idea de de no haber podido hacer nada.

—Llego tú momento, Antonella —Agrega al notar mi silencio—. Tienes que acabar con esa guerra interna que tienes, terminar con todo esto de una vez por todas; antes de qué terminen contigo primero.

—Acabaré con ellos y encontraré a mi hermano. —contesté mientras continuó con los disparos.

—¿Sabes realmente quienes son ellos mio caro? —Insistió a modo de advertencia mientras recargaba el arma de nuevo. Si, sabia quienes eran ellos, los mismos que acabaron con lo mas sagrado para mi aquel diciembre.

—Mis próximas victimas.  —Digo sirviendo otro trago de coñac.

Su sonrisa no se hizo esperar a comparacion de mi seriedad en ese momento.

—Tu belleza solo es un imán  para la obsesión. Pareces una chica noble y buena mostrando frialdad ante todo, pero eres una perra. Una pequeña perra en busca de poder.

Hice silencio.

—Crees que tienes el poder ante todos, pero con ellos no. Te harán creer que caen en tus jueguitos, pero ellos siempre llevaran la delantera —agrega y de inmediato volteo para notar su rostro en medio de la oscuridad. Nuestras miradas se cruzan—. ¿Eres consciente de que tú misma estás yendo a la jaula de leopardos?

Alzó la mirada y sonrió sin duda alguna.

  —Tú más qué nadie debería de saber que ni el mismo demonio podrá impedir que lleve acabo mis planes.

Me trago el coñac de un solo sorbo mientras veo como se acerca poco a poco.

—Cuida tus ojos de los suyos, tus labios de los suyos, tús pliegues de su entrepierna. Porque una vez que se prenda de tú increíble y bastardo cuerpo de diosa, no podrá parar —me deja un beso en la frente y se acerca a mi oído a susurrar—. Y recuerda qué hasta las mentes más fuertes pueden caer bajo la tentación de una belleza. Tú no eres cualquier mujer, eres una leyenda.

Soy una leyenda.

                       Una leyenda.

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