Día 1. Celestial

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Ser un Dios no era algo mágico como esas leyendas griegas e historias antiguas lo hacen parecer.

No se trataba de tener fuerza infinita, ni de controlar rayos o decidir de quien se enamoraban las personas. Cualquiera que haya inventado esas historias en verdad no sabía las desventajas que resultaba ser uno.

Aún así, para el pequeño dios de estrellas y esmeraldas en el rostro, su trabajo le encantaba; tener que cuidar a todas las personas del pueblo que le rendían tributo con pequeñas flores de todos lo colores que habían en aquel remoto y pintoresco lugar, observar enternecido a los pequeños niños correr en verano y atrapar peces en el río que corría siempre en dirección al viento, escuchar a una linda chica castaña hablar con sus amigas sobre el chico de lentes que le gustaba, y luego ver del otro lado de las nubes como ese mismo peliazul buscaba el ramo de rosas que se parecieran más a el bello tono del que se teñían las mejillas de su mejor amiga cuando sonreía. Definitivamente ese día pintaba para ser uno hermoso debajo de las nubes, sobre las que reposaba con frecuencia, en ese lugar que le gustaba llamar hogar.

Usualmente Izuku era feliz con cuidar y proteger a todos esos habitantes; sin embargo, cuando llegaba la noche y todas las personas iban a casa a dormir seguido de apagar las luces del pueblo, si bien hacía que las estrellas brillaran más fuerte, todo se sentía extrañamente solo y frío. Ya eran muchos años sin un solo amigo con el cual reír ni contar sobre lo interesante que resultó ese día después de ver a un rubio gritándole a su esposo que dejara de llevar más gatos a casa únicamente para terminar aceptando a sus nuevos inquilinos igual que siempre; ¿qué podría decir? En verdad se notaba el amor que se tenían el par de profesores de la escuela local. Y justo eso quería el hermoso dios: alguien con quien compartir sus historias y que también le contara las suyas, un ser con quien pelear y que disfrutara de ver las estrellas tumbado en una esponjosa nube por las noches.

Cuando la mañana nuevamente llegó, no fueron los gritos de los chicos llegando tarde a clase lo que pusieron alerta al defensor del pueblo, sino un aleteo a lo lejos que hicieron que todos sus sentidos despertaran por completo tratando de identificar a quien pertenecían, ya que esas alas no sonaban igual a las del ángel de siempre que transportaba los mensajes de su querido mentor. ¿Quién era el que se acercaba? ¿Traía buenas noticias? Eso esperaba, porque no sería capaz de recibir con una sonrisa a alguien que sea capaz de informarle algo negativo sobre su pueblo. Cuando el aleteo empezó a ser más fuerte indicando que el visitante estaba a punto de llegar los rizos verdes se movieron debido a la cantidad de aire que las alas emitieron, incluso las hojas de los árboles empezaron a danzar al compás de cabello del dios que las creó.

Y entonces, antes que pudiera decir una palabra, escuchó a ese majestuoso ángel, que recién había aterrizado en la nube de un lado, hablarle.

—Buen día, soy el ángel Shoto, mensajero del Dios que vive después de las montañas, vengo a informarle sobre la tormenta próxima en llegar a este lugar. La hemos visto desde nuestro hogar —mencionó el apuesto ángel con un rostro que no parecía demostrar emoción alguna.

—Oh, eso no son malas noticias para mi querido pueblo. Ya hace un par de meses que la sequía empieza a afectar; esa lluvia será favorecedora para los cultivos de aquí. Te doy las gracias por venir hasta aquí de tan lejos solo para darme este mensaje —agradeció con una de sus sonrisas habituales.

—No hay que agradecer, Señor, este es mi trabajo —el pecoso empezaba a creer que las sonrisas no eran usuales para quien estaba frente a él.

—Mi nombre es Izuku, puedes usarlo si gustas.

—Claro, Dios Izuku. Si me disculpa tengo que regresar a ver si tengo más trabajo por hoy.

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⏰ Last updated: Jul 11, 2021 ⏰

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