En la torre...

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Cuando él la vio entrar pudo percibir en su rostro un frágil velo de melancolía. Sus manos inquietas jugaban con el collar de estrella marina que le había regalado la primera noche que pisaron una playa terrícola. Los plateados rayos del plenilunio se deslizaban como una lluvia luminiscente a través de la buhardilla de la torre y le bañaban sus facciones cefalópodas y purpúreas que a él siempre le habían parecido tan bellas.

-       ¿Qué te dijeron? – preguntó él.

Ella, que tenía la vista fija en las tablas del suelo, levantó el rostro y entonces ambas miradas chocaron dulcemente entre sí. Una sonrisa se esbozó en los labios de la chica.

-       Dijeron que o nos entregábamos voluntariamente o nos asesinaban por la fuerza

-       ¿Y tú que les dijiste?

-       Les dije que nos permitieran pasar una última noche juntos.

Xark le devolvió la sonrisa. “Se ve tan linda bajo la luz de la luna” – pensó. Echó un vistazo por la buhardilla. No hacía tanto viento como la noche anterior y esta vez el lienzo celeste estaba  desprovisto de espesas nubes de tal modo que uno podía contemplar el millar de lentejuelas brillantes que engalanaban el firmamento. El joven dejó que sus pensamientos se perdieran un instante en aquel mar de estrellas.

Káradell levantó la vista y lo halló contemplando el cielo con nostalgia. Suspiró. Pensó lo mucho que lo quería. Pensó en las bonitas noches que habían pasado juntos. Los paseos sobre el mar en la Aero-goleta. La cena de grupkims en el frondoso corazón de la alameda. Las canciones en saturnexum antiguo que él le escribía y tocaba con el violín de hidroneón. Suspiró. ¡Cuánto lo quería! Pensó en lo que acababa de decirle, su mente dio un vuelo hacia atrás…

Una multitud de rostros chisporroteando saña. Miríadas de manos trémulas cargando hoces de picos metálicos que esperaban mancharse con sangre. Un centenar de teas latiendo frente a la torre como corazones de fuego. Ella permanecía allí parada bajo el cielo estrellado; bajo las miradas pletóricas de espanto y desdén. La joven voltio a mirar hacia la buhardilla.

-       Tengo una último deseo… nos entregaremos a la salida del sol

La multitud protestó. Improperios de rechazo se elevaron de entre la turba armada. El alcalde y las autoridades tuvieron que intervenir para calmar a las personas. Cuando todos se sumieron en mutismo, el alcalde  tomó palabra:

-       Muy bien, pero al amanecer tendrán que salir por las buenas o por las malas, estaremos montando guardia por si se les ocurre escapar.

Ella asintió con la cabeza y después desapareció por el pórtico de la inmensa torre.

Su mente voló nuevamente al presente. Encontró a Xark mirándola fijamente con ese aire de enamorado.

-       Habrá que aprovechar nuestra última noche - le dijo él.

Ella se le acercó al sillón y usó el pecho de Xark como una almohada, Los finos y delicados tentáculos azules se le ensortijaban desde su sombrero de seta. Xark acarició suavemente con su gran mano de tres dedos aquella simulación de cabello. Luego bordeó su cintura con dos de sus cuádruples brazos, mientras con los otros dos palpaba el rostro de Káradell. La tocaba como si ella fuese de seda, como si ella fuese un delicado violín de hidroneón. La faz de la joven se volvió diáfana como el cristal llenándose de pequeños puntitos amarillos y luminosos. Era la manera como su especie se ruborizaba. Káradell se apretó aún más contra el pecho, ya casi fundiéndose en un abrazo.

Guardaron silencio. Allá en lo alto del firmamento, el broche plateado derramaba sus rayos lunares sobre las dos formas extrañas. La tenue vibración de un beso aureolo el cuarto con la calidez de una hoguera. Las tres falanges de Xark entrelazadas a la manito palmeada de Káradall. Las ternezas cual cristalinas palomas revoloteando de un cuerpo a otro.  Abrió sus puertas el ritual del amor y a ambos les pareció que el tiempo había perdido sus pies y que a su alrededor empezaba a crecer el paraíso… Avanzó la noche.

Rayos de sol salpicaron el horizonte, la aurora estaba despuntando. Una horda bélica ingresó rauda por el pórtico de la torre. Miríadas de manos portando hoces de picos metálicos, jiferos y rastrillos, escopetas y teas que flagraban como corazones de fuego.  Pero al llegar a la buhardilla no hallaron más que un inmenso y extraño capullo.

-       Es una crisálida – replicó de pronto el profesor Benson.

-       ¡Como sea, destrúyanla! – ordenó el alcalde con saña.

Algunos dieron pasos indecisos y levantaron con cautela el arsenal, no fuera que las monstruosas criaturas se despertaran con enojo. La crisálida emitió un crujido y comenzó a vibrar, resquebrajándose. Todos dieron un paso atrás llenos de espanto.

Una vez se hubo roto la crisálida, surgió de ella, no dos figuras torvas como la multitud había supuesto, sino un ser venusto y alado que no era del todo hombre ni del todo mujer.

-       Un ángel – dijo un  viejo con voz trémula.

Aquella criatura celestial batió sus alas y en cuestión de un parpadeo, salió volando por  la inmensa ventana de la torre. La muchedumbre bajo su arsenal. Un manto de silencio, confusión y asombro cubrió la habitación.

De repente todos comenzaron a abandonar la torre en pequeños grupos hasta que al final quedó el alcalde solo, preguntándose si aquellos dos monstruos se habían transformado en un único ser hermoso, o si siempre habían sido un único ser hermoso y los dos monstruos que existían eran los ojos humanos que ven malicia donde solo existe luz.

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⏰ Última actualización: Mar 10, 2015 ⏰

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