3. Moribundo

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Yoongi bosteza por, tal vez, quinta vez en la mañana. Su manager hablando le resulta bastante aburrido. Que si ahora debería bailar para mejorar su presencia en el escenario... Yoongi no lo cree, él de verdad odia bailar. No está siendo rebelde, es solo que siente que una coreografía no combinaría con su estilo.

—Olvídalo, mierda, no voy a dar vueltitas como un idiota. De seguro perderé un diente.

—Agust-

—Ya, me voy.

—¡Espera! ¡Hay una persona que quería presentarte!...

Pero Yoongi ya se había marchado. El hombre observa su cabello rubio desaparecer a lo lejos, y seguidamente aparece por la puerta una figura alta y delgada enfundada en ropas anchas.

—¿Era Agust D?

—Sí... —suspira y resopla, frustrado—. ¿Qué tal, J-Hope?

—Bieeeeen, manager hyung —sonríe el muchacho, en las partes superiores de sus labios se formaron hoyuelos—. Y... ¿Cuándo empezaré con mi entrenamiento?

Agradece mentalmente que Jung Hoseok —o J-Hope— no tenga el mismo comportamiento del otro artista bajo su cuidado. Tal vez debería hacerlos amigos para corregir a Yoongi tan solo un poco.

~

Duerme toda la tarde. Su dormitorio es pequeño. Como Yoongi no pasa mucho tiempo allí, difícilmente ocupa otros muebles a parte de su cama. No tiene ningún compañero, y es algo que realmente adora, porque no tendría que preocuparse por mantener una boca callada. Yoongi es alguien dedicado a su carrera, pero no puede eludir la parte de su ser que anhela la sensación de euforia.

Es por eso que continúa yendo a batallas de rap en las que se baña en elogios. Soportar las llamadas de atención de su manager es un precio bajo que debe pagar por fumar, rapear y pasarla bien en general.

La noche es fría. Sube el cierre de su chaqueta deportiva y busca con la mirada su viejo auto veloz. Había pertenecido a su padre, quien se lo terminó regalando luego de que Yoongi le ayudara a comprar uno nuevo. No es extraordinario, al contrario, pero le resulta fácil de manejar. Su hyung se lo trajo a Seúl por su cumpleaños número veinte.

Su reflejo lo saluda a través del espejo retrovisor, así que se acomoda el cabello rubio que pintó justamente el día anterior. Subió un par de selcas a internet, aunque no se quedó a leer las opiniones de sus fanáticas.

El camino hacia el Pentágono lo conduce en automático. Son solamente las diez de la noche, no hay prisa por llegar. Tiene ganas de sentarse a esperar una persona guapa que le acompañe a tomar un copa; no está interesado en relaciones a corto ni largo plazo, pero a veces se siente solo. Como en ese momento.

Tal vez compartir unos besos mojados con alguien al azar, no compromiso de por medio. O simplemente conversar. Una voz en su cabeza le grita, pero él mismo no es capaz de escuchar. ¿Quiere decir que necesita una presencia ajena que descifre su mierda?

Saluda a Namjoon con un movimiento de mentón. Segundos después, el moreno vuelve al beso profundo que comparte con su novio.

Yoongi se descubre pensándose a sí mismo en una relación así. Sería curioso. Su comportamiento, la intensidad de la conexión...

Toma asiento en la barra y pide un par de botellas de soju. Termina ensimismado en los dibujos obscenos que alguien hizo en la superficie de madera precaria. De alguna forma le recuerda a Daegu, su ciudad natal. Calles repletas de grafitis con jóvenes intentando luchar con sus adversidades, que casi siempre tienen que ver con el abandono estatal.

No sabe por qué, pero alza la vista. Sus ojos se fijan en el cuerpo curvado del chico de hacía unas noches atrás (¿Era Jungkook?), quien tiene una mano apoyada en su costado. La mueca de dolor acarrea su atención, por lo que no le da tiempo para hacer bromas sinsentido.

Camina hacia él olvidando en el proceso el alcohol que había pedido al barman. Jungkook frunce el ceño en su dirección, pero no se niega cuando Yoongi lo agarra del hombro, evitando que se cayera al suelo.

—Mierda... —murmura el muchacho.

Yoongi se asusta al ver el morado en las partes inferiores de sus ojos negros. Orbes que lucen cansados y sin brillos, desorientados, como si no tuviera fuerzas para enfocar.

—Déjame ayudarte —dice Yoongi y elude el contacto visual. Sin marihuana en el panorama, no es más que un introvertido del común, pero por alguna razón está intentando auxiliar al moribundo adolescente—. Vamos, ayúdame que pesas como un elefante.

Jungkook se pone de pie, y Yoongi ubica su brazo derecho encima de sus estrechos hombros. El chico ni siquiera está apoyándose completamente en su cuerpo, pero su peso es considerablemente difícil de cargar.

No sabe qué está haciendo. Lo lleva a su auto omitiendo a los cuerpos regados aquí y allá. Jungkook se deja ubicar en el copiloto, levanta su camisa y descubre una herida abierta y sonrosada en las orillas. Yoongi siente ganas de vomitar mientras se ubica en el puesto del piloto.

—Duele como la mierda...

—Deberíamos ir a urgencias. —sugiere Yoongi, aunque se quedó sin palabras.

—No es la gran cosa. He recibido peores —el rubio se abstiene a preguntar—. Te pintaste el pelo... —murmura, suspirando fuertemente.

Yoongi se ríe y abre un compartimiento de su auto. Una pipa con hierba adentro le recibe. Jungkook levanta una ceja en su dirección, y él relaja sus facciones.

—No quieres ir a un hospital, a mí tampoco me conviene llegar contigo en ese estado, pero si estás seguro de que no morirás, podemos quemar...

Jungkook tiene los labios resecos y blancos, luce cual fantasma de lo pálido que se ve. Yoongi evita decir un comentario sobre su aspecto, sabe que puede ser imprudente sin propósito. A él tampoco le agrada cuando opinan sobre su peculiar color de piel, casi rozando el albinismo.

—¿Ti-Tienes con qué encender?

Yoongi asiente y saca su yesquero. Le concede a Jungkook el honor de utilizar de primero la pipa, y el muchacho le agradece con una mirada. No sabe por qué supo identificarla, solo lo hizo.

—¿Quién te hizo eso? —cuestiona Yoongi con delicadeza. Piensa que, con relajamiento en su sistema, la repuesta naturalmente saldría más propensa a la calma.

Jungkook abre la ventana de su lado y el bullicio lejano de El Pentágono les llega a los oídos.

—Mi padre.

Yoongi se carcajea, pasándole la pipa a Jungkook luego de utilizarla.

—Wooh, no lo esperaba.

—No estoy en las peleas. Soy grande para mi edad, RM me dijo que mi contextura me dejaría coger masa muscular rápidamente —Yoongi alarga sus manos con dedos huesudos y aprieta alrededor de los bíceps de Jungkook, quien se sobresalta—. ¿Qué estás haciendo? —susurra.

Yoongi se muerde el labio inferior y da una calada especialmente profunda. El auto hiede a marihuana, pero sus narices no son capaces de captarlo, es por eso que yacen concentrados en el olor ajeno: Yoongi, a desodorante caro; mientras que Jungkook a la marca de jabón comúnmente vendida en las tiendas de convivencia.

—Eres... Te ves diferente de cerca... —susurra Yoongi perdido en los ojos tristes de Jungkook; al mismo tiempo, esparció el humo directo a la boca del otro.

—Tú te ves más guapo, ¿eres modelo?

Yoongi no ha fumado lo suficiente para estar fuera de sí, por lo que no puede culpar a una planta por su arrebato de valentía.

Se inclina hacia delante y arremata sus labios en contra de los del joven moribundo.

So Far Away | YoonKookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora