Prólogo.

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Era de noche, la luna brillaba, no había un alma en la calle, estaba sola.
O eso creía yo.
Llegaba tarde, ya pasaba de media noche, necesitaba llegar a casa, allí estaría a salvo, no pueden tocarme.
Sentí el cuerpo frío. El viento nocturno acariciaba mi melena pelirroja. Tenía miedo.
Corrí, corrí lo máximo que mis débiles piernas me lo permitieron.
Llegué a casa, para encontrarme lo peor.
Entré en la cocina, con el corazón en un puño.
-Mamá...? -sentí que me abandonaba la voz
Y allí estaba, su cuerpo inerte sobre un charco de sangre roja. Estaba pálida y me miraba con unos ojos sin vida.
Quería correr, pero solo salieron lágrimas de mí.
Subí a mi habitación y allí estaba.
Tenía el corto cabello rubio descuidado, sus facciones eran duras pero atractivas.
Hermoso.
Me temblaron las piernas y solo pude caerme de rodillas al ver que sacaba un puñal.
Se acercó lentamente a mí; estaba segura. No sobreviviría a esa noche.
Acercó el puñal a mi cabeza y cerré los ojos.
Nada.
Escuché un débil corte y abrí de nuevo los ojos.
Mi cabello caía al suelo, notaba una ligera mata de pelo junto a la barbilla.
Me había cortado el pelo.
No a mí. A mi pelo.
Sentí que se me caía el alma a los pies.
Por qué no me mataba?
Había asesinado a sangre fría a mi madre, por qué no hacía lo mismo conmigo...?
Me miró con unos ojos azules tan profundos que podía nadar en ellos.
Me levantó la barbilla y besó mis labios despacio, casi con ternura.
Estaba confundida y noté como deslizaba su puñal por mi cadera, sin rozarme.
Describía las formas de mi cuerpo lenta y suavemente.
Entonces deslizó su mano por mi vientre y comenzó a besarlo.
Era eso? Solo quería usarme?
Qué equivocada estaba.
Acarició mi espalda y sentí comí me derretía con cada caricia, sintiendo su aliento en mi cuello.
-Alice...-susurró mi nombre con cuidado, como si temiera que me fuera a romper.
Me miró y yo hice otro tanto
Me hundí en su profunda mirada y dejé que me llevara.
Besó todo mi cuerpo y me desnudó sin siquiera darme cuenta de lo que estaba haciendo.
Byron... -no sé de donde saqué ese nombre, pero parecía satisfecho con mi comentario.
Acarició la cueva de mis senos como quien maneja porcelana fina.
Sentí cómo se fundía con mi cuerpo.
Parecía que nos estuviésemos llamando. Nuestros cuerpos encajaban a la perfección
No sentí dolor. Todo lo que me habían dicho parecía una cruel mentira para hacerme sentir insegura.
Fue suave y me pregunté con cuantas chicas habría hecho lo mismo que conmigo.
Por qué dejaba que me hiciera todo eso? En ese momento no lo sabía.
Desconocía el por qué, pero sabía que mi corazón le pertenecía.
Diréis, pero si no le conocías. Mató a tu madre.
Es cierto, pero os estaréis equivocando.
Nos conocíamos, aunque yo aún no lo sabía.

El Yo del espejoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora