Luna llena

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Se despertó súbitamente. Sangre carmesí cubría el suelo de madera del viejo granero por completo. Se veía pálido, horrorizado, mientras se ponía lentamente de pie y meticulosamente revisaba cada parte de su cuerpo desnudo buscando heridas. Sus brazos eran enormes y musculosos. Sus hombros eran amplios y su cabello largo y oscuro. De repente, escuchó a alguien tocando la puerta. Rápidamente se retrajo hacia una de las esquinas. Las puertas se sacudieron pero permanecieron fuertemente cerradas. Un candado en la parte de adentro las mantenía aseguradas.

Hubo silencio.

Se acercó y echó un vistazo tras la rendija entre las puertas corredizas del granero. Fuera hacía un día tranquilo y soleado en lo que el atardecer se acercaba inevitablemente.

Estaba solo.

Abrió el candado, por suerte la llave aún se encontraba dentro, y deslizó las puertas del granero de par en par.

Una suave brisa proveniente de los campos de maíz más adelante corrió por su cuerpo. Se apresuró a salir del granero y entrar a los campos de maíz. Escondido entre los arbustos se hizo camino a través del follaje hasta un pequeño lago de aguas cristalinas donde decidió hacer una pausa y tomar un baño.

—Mis disculpas, señorita. No fue mi intención asustarla —le dijo a una joven que lo miraba deslizarse dentro del agua desde la orilla.

—No me has asustado del todo —dijo la joven tendida en la hierba.

Él empezó a nadar hacia ella para poder admirar mejor su hermoso vestido de verano, su dorado cabello y su perfecta piel.

—¿Te encuentras bien? —preguntó ella—. Parece que has olvidado tu ropa.

—La perdí —dijo él—. ¿Tú estás bien?

Ella le sonreía sin prestar verdaderamente atención a sus palabras.

—¿Señorita, pregunté si está bien?

—¿Yo? Sí, por supuesto —dijo finalmente—. Entonces... ¿Necesitas ayuda...? Para encontrar tu ropa quiero decir. Podría traerte algo de ropa del rancho para que tengas algo que ponerte por mientras.

—Sí, por favor —dijo él—. Eres muy amable.

La joven soltó una risilla y se quedó observándolo fijamente por un tiempo, admirando sus profundos ojos negros.

Él se aclaró la garganta.

—¿Ah, quieres decir ya? —dijo ella.

—Sí, no quiero que caiga la noche.

—Claro —dijo ella con una sonrisa.

No le tomó mucho tiempo, pero ya estaba oscuro cuando la joven volvió. Las estrellas brillaban en el cielo cuando ella se acostó junto a él sobre la hierba junto al lago. Ambos perdieron rastro del tiempo observando el cielo nocturno lado a lado sin decirse una sola palabra por horas.

—¡Mira la luna, qué hermosa! —dijo ella señalando un rincón del firmamento. Él se levantó inmediatamente y miró en todas direcciones. La blanca orbe verdaderamente se cernía sobre ellos.

—Debo irme ya.

—Pero espera, ni siquiera sé tu nombre —dijo ella.

—No puedo... no es seguro.

—¿Tienes siquiera un lugar donde pasar la noche?

—En serio debo irme...

—Ven conmigo, puedo conseguirte un lugar por esta noche.

El hombre la siguió renuentemente hasta un granero cercano.

* * *

—¿Estás seguro que estarás bien aquí? —preguntó ella mientras él descansaba sobre una pila de heno suave en el segundo piso del granero.

—Estaré bien, lo prometo. En serio agradezco tu amabilidad.

—Muy bien. Entonces ha llegado el momento de decir adiós.

—Hasta luego —dijo él.

La mujer bajó por la escalera suavemente y caminó hacia la puerta del granero. Pero cuando llegó frente a ella, no hizo otra cosa que asegurarla con un candado y tirar la llave en una pila de heno cercana. La luz de la luna entraba por la ventana. Una suave neblina ingresaba por las rendijas de la puerta. Al darse la vuelta, vio que el hombre estaba de pie a escasos metros de ella.

—¡Te despertaste temprano! —dijo ella nerviosamente— ¿No pudiste esperar?

—Ya deja de resistirte —dijo él—. Sé que lo has estado postergando.

—¿A qué te refieres?

—Sabes exactamente a lo que me refiero. Deja de luchar —dijo él mientras se movía más y más cerca de ella.

Ella no pudo resistirlo más. Sus ojos se desviaron hacia la luna llena visible desde la ventana del granero. La orbe era cautivante, imponente. Ya estaba sucediendo. Lo podía sentir en su cuerpo. Su piel se estaba estirando, el cabello crecía en todo su cuerpo, su boca se alargaba, sus orejas se levantaban, sus manos se transformaban en garras, sus ojos se tornaban rojos como la sangre. Ya no era humana.

El hombre metió su mano dentro de su propio cabello largo y sacó un pequeño cuchillo de plata. En un instante, la criatura que era semejante a un lobo se abalanzó sobre él. Lo embistió con sus afiladas garras pero él las esquivó justo a tiempo con incomparable habilidad. La criatura no era rival para él y lo sabía. Ella echó un paso hacia atrás para darse cuenta de que ya estaba sangrando. La hoja plateada que el hombre blandía ya había perforado la panza de la bestia. La monstruosidad se tambaleó hacia la puerta e intentó escapar solo para recordar, alarmada, que estaba encerrada con un demente.

—Hemos terminado —dice el hombre mientras sostiene su cuchillo en lo alto y lo lanza infaliblemente hacia el pecho de la criatura.

Mientras la bestia yacía sin vida sobre el piso de madera en medio de un charco de sangre, el hombre limpó gentilmente su cuchillo y lo ató con una pequeña soga detrás de su oscuro cabello largo.

Cada vez que la faena estaba terminada su alma se inundaba de agonía. Se sentó en un rincón a la vez que una lágrima solitaria se arrastró por su mejilla. De repente, escuchó otro golpeteo en la puerta.

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