Mi nombre no es Ángel

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Mi nombre no es Ángel

-Te envió al mundo para seas feliz- Susurró Dios a mi odio.
De repente, una luz cegadora me asustó tanto que me hizo llorar, sentía una especie de amenaza. Había un tipo vestido de blanco que me alzaba entre sus brazos de una forma brusca, pero todo cambió cuando me puso en unas cálidas manos que me llevaron hasta su pecho…. Ese sonido…. Yo ya conocía ese sonido… ¿Era un corazón?
-Hola Ángel- Me dijo una melodiosa voz- Soy tu mami y te amo mucho- Me acomodé mejor en su pecho dejándola saber que yo también la amaba. Te amo, mami.
Los días pasaron y yo me fui adaptando a la vida. Aunque mami hacía casi todo el trabajo por mí, yo siempre sentía cansancio y hambre. Pero mami me leía la mente, ella sabía cuando yo quería comer y me acunaba entre sus brazos para poder alimentarme, me cambiaba cuando algo raro e incómodo salía de mi cuerpo, los grandes lo llamaban pipí y popo, entonces me puse a pensar… ¿Quién cambiaba a mami?
Papá solo me cargaba unos minutos al día, pero él no era mi lugar favorito, mi lugar favorito era mami, y entonces yo llamaba a mi mami, quien corría hasta mí y me volvía a acurrucar entre sus brazos. Entonces me daba cuenta que Dios tenía razón, yo era feliz.
Al pasar los meses, noté que mami se preocupaba y usaba una palabra repetidamente “Ángel, Ángel” decía una y otra vez. ¿Ya había escuchado eso antes? ¿Qué es Ángel?
La tía Daniela había venido de vista, también era uno de mis lugares favoritos (pero no tanto como mami), porque su olor era muy rico y nuevo, era algo que extraordinario que nunca había percibido antes.
Mi mami le platicó algo, la notaba asustada y entonces comencé a llorar, creí que mami me necesitaba, mami me cargo, pero esa sensación de angustia, yo la seguía percibiendo en ella.
Entonces la tía Daniela saco con su magia un objeto totalmente rojo que captó mi atención desde el primer momento. De repente lo agitó, como mami lo hacía con la tetera ¡y emitió un sonido! Me encantaba. Pero en un primer momento no me dio aquel objeto, sino que lo sonó a mi izquierda y luego a mi derecha. Yo seguí el objeto con mi mirada, y entonces mami suspiró y se tranquilizó. ¡Ese objeto era realmente mágico! ¡Había curado a mami de la angustia!
Por fin la tía Daniela me entregó el objeto ¿Se podía comer? Lucia apetitoso, así que lo lleve a mi boca ¡Qué asco! Esto no se come.
Mami le contó a mi papá lo que había pasado, pero él solo le dijo:
-Te dije que el niño no tenía nada, siempre exageras. Además estoy muy cansado para hablar de eso, sirve la comida-
Días después entendí que era Ángel ¡Era yo!, era el nombre que mami había elegido para mí (dudo que papi ayudara en eso, porque nunca lo hace con nada).
Mis días con mami eran increíbles, me cantaba, me alimentaba y siempre me mantenía limpio. Pero un par de meses después mami se enojaba cuando le decía que tenía hambre, ella quería que yo comiera una especie de masa (aunque también era un poco liquida), pero sabía asquerosa ¿Por qué no me quería dar mi leche? Yo me ponía a llorar hasta que mamá me daba mi tetera de mala gana y me metía una nalgada….ahora era un poco menos feliz.
Los meses pasaban y pasaban y un día papá llegó con una caja, se inclinó frente a mí y me dijo:
-Te traje un regalo- Después estiro su mano hacía mi con el objeto en ella- es un carrito- me aclaró.
Tomé el carrito con un poco de extrañeza, era la primera vez que papá hacía algo por mí. Seguía ahí hincado mirándome, hasta que comencé a examinar el carrito, tenía unas ruedas, que al pasar mi dedo giraban y se sentía bien, también tenía unos triángulos, que al aplastarlos podían escucharse unos sonidos estruendosos o prendían unos foquitos.
Ahora mamá también me observaba, y me sonreía, era maravilloso ver sonreír a mamá.
Entonces, de nuevo me sentí feliz. Y fingí que aquel objeto me parecía interesante.
Paso mucho, mucho tiempo, cuando mis padres decidieron ir de viaje, fuimos en carretera a otra ciudad, fueron largas horas, pero al fin llegamos a la casa de la hermana de mi padre, mi tía Adela. Ella tenía dos hijos, Eduardo y Kenia, quien enseguida me llevó al cuarto de juegos, aunque yo en realidad me moría de hambre.
-Voy a mostrarte mi colección de carritos- me dijo Eduardo, quien se veía realmente emocionado- Este es un carro, mi padre dice que es de los más antiguos- ¿Qué había de emocionante en los carros? Aún no comprendía la lógica de los padres.
Me giré para salir de la habitación e ir con mamá, estaba muriendo de hambre y me urgía dejar de escuchar sobre carros al menos por un día. Entonces escuche un sonido extraño, similar al bebé que lloraba en la iglesia la semana pasada (mamá pronto tendrá uno). Entonces vi a Kenia sostener un bebé.
-¿Te gusta mi muñeco?- Dijo.
-¿Está llorando?- Pregunté con asombro.
-Sí, tiene unas baterías aquí dentro, que cuando le aplasto la pancita llora o dice algo, aunque no es un bebé real-Dijo decepcionada.
-Oh, ya veo-
-¿Quieres jugar? Tengo otra muñeca por aquí-
Kenia me prestó una muñequita de rizos rubios, que también lloraba y decía “mamá”. Jugamos durante unas horas, olvidé por completo que tenía hambre.
De repente, sentí como una mano grande me jalaba de la oreja ¿Sería el monstro de mis pesadillas? No, no lo era, era papá. Estaba tan molesto, fue horrible verlo así.
-Los niños no juegan con muñecas- Decía mientras me golpeaba y pateaba.
-¡MAMI!- Gritó Kenia muy fuerte. La pobrecita estaba muy asustada.
Mi tía llegó rápidamente, y como por arte de magia comprendió todo, aparto a mi papá hacia una esquina del cuarto y le dijo:
-Son solo juguetes- Pero papá no entendía eso.
Yo corrí hasta los brazos de mamá, que enseguida se puso a llorar, mientras me limpiaba desesperadamente la sangre con su blusa.
Mamá y papá entraron a un cuarto y gritaron mucho, tenía mucho miedo que papá le fuera a pegar a mamá como a mí.
La puerta se abrió, y mi papá salió del cuarto mirándome con rabia. Apenas se fue, corrí a ver a mamá, di un suspiro de alivio al ver que ella estaba bien…bueno, un poco.
-¿Por qué lloras?- Le pregunté. Ella solo negó con la cabeza.
-Ángel, por favor, no quiero que vuelvas a jugar con muñecas. Tu primo Eduardo tiene carritos, dinosaurios y espadas con las que seguro puedes jugar- Yo no quería ver triste a mamá de nuevo, así que le prometí que no lo haría más.
Un par de días después, desperté y no estaba ni mamá ni papá, así que salí del cuarto. Había un riquísimo olor.
-Buenos días, Ángel- Me dijo mi tía Adela- te levantaste temprano ¿eh?, tus padres acaban de irse a hacer unas compras. ¿Quieres panques?-
-¿Panques? ¿Qué es eso?- Pues era la cosa más rica que había comido en mi vida.
Kenia y Eduardo despertaron después de un rato y también comieron esas delicias, para después ir al cuarto de juegos.
Eduardo me mostró su colección de coches ¡Eran un montón!, pero a mí no me interesaba. Cada que escuchaba al muñeco de Kenia llorar, quería ir a jugar con ella, pero no quería que mamá se pusiera triste de nuevo por mi culpa.
-¿No te gustan los carros?- Preguntó Eduardo. Me quedé en silencio ¿qué debía decirle?- Ve a jugar con Kenia, yo te aviso si llega mi tío- Eduardo era el mejor primo del mundo, y cumplió con su palabra, me aviso cuando llegó papá y simulamos que todo el tiempo estuvimos jugando a los carritos.
Días después tuvimos que regresar a casa, me ponía triste tener que dejar a mis primos y a mi tía Adela ¡Los quería tanto!
Mamá me explico tiempo después que el bebé que ella tenía en su pancita podía ser niño como Eduardo y como yo o niña como Kenia. Al principio pensé que fuese niño o niña yo sería feliz. Pero cuando vi a mi hermanita por primera vez, supe que no la cambiaría por un niño, por nada del mundo, aunque llorara tanto y no me dejara dormir.
Lucía, mi hermana, creció muy rápido, al igual que yo. Y pronto papá y mamá comenzaron a regalarle muñecas. Mi hermana era tan buena, que siempre me dejó jugar con ellas.
Yo no quería ser como papá, que arreglaba el coche cada fin de semana. Quería ser como mamá, que nos amaba y nos cuidaba. Por eso prefería jugar a las muñecas, quería ser como ella cuando fuera grande.
Mientras papá estaba en casa, yo simulaba que jugaba a los carritos y a las pistolas y que me encantaba. Pero cuando él se iba, podía ser libre y jugar a las muñecas con mi hermana, eso me hacía completamente feliz.
Los años pasaron, tan rápido, papá volvió a golpearme un par de veces, pues decía que había cosas que yo no debía hacer, usar o decir, por ser hombre. Pero la verdad era que en cuanto comencé a comprender el concepto de “hombre y mujer”, me di cuenta que yo no era un hombre, yo no era Ángel, nunca lo fui.
A mis 13 años, pasaba horas desnuda frente al espejo, esa cosa entre mis piernas estaba de sobra, trataba de esconderla, simulando una vagina, como la que estaba en la página 57 de mi libro de biología, pero no se veía así, era algo asqueroso. Además, que yo no tenía pechos como los de las chicas. ¿Entonces era real que yo era un chico? Me sentía tan infeliz.
La primera persona a la que le conté mi gran secreto fue a Lucía, y aunque me dijo que era algo difícil de comprender, me apoyaba incondicionalmente. Le dije que quería verme al espejo y ver a una mujer, entonces ella tuvo una idea.
Me prestó su ropa, aunque me quedaba un poco justa, y al sostén habíamos tenido que llenarlo con papel de baño, estaba tan emocionada, y Lucía estaba igual.
-Bueno, tú eres un poco más grande que yo, así que supongo que ya puedes usar maquillaje- Fue al cuarto de mamá y tomó la bolsa de maquillaje, pasaron unos minutos y finalmente pude verme al espejo.
Al fin me veía como la mujer que realmente era. Aunque mi cuerpo no hubiera cambiado, realmente me veía como mujer. Por fin, sentía que había logrado mi misión de ser feliz.
Pero como aquella vez  que jugaba con las muñecas, papá entro al cuarto, me vio y en seguida comenzó a golpearme y decirme cosas que me lastimaron mucho más. Mamá y Lucía quisieron apartarlo, pero no pudieron, quedé inconsciente.
Cuando abrí los ojos creí haber muerto, todo era silencio, todo era oscuro. Mamá rápidamente me abrazó, mientras Lucía me tomaba de la mano. Tarde un rato en darme cuenta que estaba en el hospital, tenía mucho dolor, mis costillas y mi brazo estaban rotos.
Pasé unos días allí, y mamá me explicó que había llamado a la policía, se habían llevado a papá a la cárcel, pero él ya había salido bajo fianza. Mamá dijo algo más, que me hizo darme cuenta de lo valiente que ella era:
-Le pedí el divorcio y que no se acercara más a nosotros, a ti. Nunca ha sido necesario en nuestras vidas- Y era verdad. Desde entonces, mamá nos sacó adelante completamente sola.
Quisiera decir que extrañaba a papá, pero aparte de haberme lastimado, su ausencia ni siquiera se notaba.
Al salir del hospital, parecía que todo estaba bien, mis heridas habían sanado pero yo me sentía rota.
Estar en casa era un recuerdo de lo que había sucedido con papá, de todo, no solo de la golpiza.
Los vecinos y mis compañeros de escuela se habían enterado de todo, y ahora no dejaban de llamarme “maricón” “joto” “mañoso” y de mil formas más, que solo me lastimaban. Pero Lucía trataba de convencerme de que no les hiciera caso, al final, solo yo sabía quién era en realidad.
Me armé de valor y un sábado decidí salir con mi hermana, fuimos a comer por la tarde y yo me vestí como lo que soy, como lo que me hacía ser feliz, una mujer.
Todo había sido espectacular, pero de regreso a casa, los tipos que me molestaban en la secundaria me esperaban en la esquina de mi cuadra, apenas me bajé del camión y me lanzaron piedras, además de gritarme cosas.
Uno de mis vecinos, que era un señor bastante grande de edad, salió para defenderme, y a aquellos canallas no les quedó de otra, que irse. Le agradecí al anciano y sonreí, pero estaba harta, seguía completamente rota.
Al siguiente día fingí que tenía dolor de cabeza para quedarme sola en casa, ya que mi hermana y mi mamá irían de compras. Tenía que ponerle fin a esto.
Busqué en internet las pastillas más efectivas para terminar con mi vida, y encontré la respuesta en la primera búsqueda, demasiado fácil. Corrí a la caja de medicinas que guardaba mi mamá, allí estaban.
No podía creer que fuera capaz de eso, pero no tenía otra salida.
Me terminé el frasco completo y comencé a sentir mucho sueño, cerré los ojos sin resistirme a la muerte.
No funcionó.
Al abrir los ojos mi hermana me sostenía de la espalda, mientras mentía su mano a mi garganta para hacerme vomitar. Mi mamá estaba llorando, al igual que Lucia, y tenía el teléfono en la mano, pero yo no escuchaba absolutamente nada.
Me volví a dormir y Dios volvió a susurrar a mi oído:
 -Te envié al mundo para que seas feliz-
Hoy, te puedo decir que lo soy.
Después de lo que sucedió, mamá termino por aceptarme por completo, y me llamó Camila, dijo que mientras estuvo embarazada había elegido ese nombre para mí, y que casualmente significaba “de nacimiento libre”.
Comencé con un tratamiento hormonal, para disminuir el vello, para que mi voz no fuera a ser masculina, entre otras cosas. Y finalmente a los 18 años, pude reasignar mi sexo, al que siempre ha sido el verdadero.
Mi nombre no es Ángel, es Camila. Y soy feliz.

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⏰ Última actualización: Jul 22, 2021 ⏰

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