3. Una espía entre nosotras.

13 2 8
                                        

Cuanto más hablaban de la casa prohibida, más se entusiasmaban Daniela, Sofía y Angelique. Cada día, en los pasillos de la escuela, en los descansos e incluso por mensajes cuando no estaban juntas, planeaban cómo y cuándo irían.

—Si logramos colarnos sin que nadie nos vea, podríamos explorar con calma —susurró Angelique mientras caminaban por el patio.

—No creo que sea tan difícil —dijo Sofía—. Lo más complicado es asegurarnos de que nadie nos siga.

—Exacto —coincidió Daniela—. No queremos problemas.

Pero lo que no sabían era que ya había alguien escuchándolas.

A unos metros de distancia, Melisa las observaba con atención. Desde hacía días, había notado que siempre estaban cuchicheando en los rincones, actuando como si tramaran algo secreto. Al principio, no le prestó mucha atención, pero cuando las escuchó mencionar palabras como prohibido, secreto y nadie puede saberlo, su curiosidad fue más fuerte que ella.

Así que, en cuanto tuvo la oportunidad, decidió enfrentarlas.

—¿Qué están tramando? —preguntó de repente, apareciendo detrás de ellas.

Las tres se sobresaltaron. Daniela fue la primera en reaccionar, girándose lentamente para ver a la chica que las miraba con una ceja levantada y los brazos cruzados.

—¿Perdón? —preguntó Sofía, tratando de sonar despreocupada.

—Las he visto hablando en secreto todo el tiempo. Algo están planeando —insistió Melisa—. Y quiero saber qué es.

Angelique la estudió con curiosidad.

—¿Y qué tal si no te lo decimos?

Melisa no se inmutó.

—Entonces le diré a la directora que están tramando algo sospechoso.

Sofía y Daniela se miraron, sintiendo que la situación se les estaba saliendo de control. Sin embargo, Angelique sonrió.

—Está bien, nos atrapaste. Pero si te lo decimos, tendrás que prometer que no lo contarás.

—Lo prometo —respondió Melisa sin dudarlo.

Daniela suspiró. No estaban seguras de si podían confiar en ella, pero tampoco tenían muchas opciones.

—Queremos explorar la casa abandonada en Copacabana —confesó.

Los ojos de Melisa se iluminaron con sorpresa y emoción.

—¿En serio?

—Sí —asintió Sofía—. Pero nadie puede saberlo.

Melisa sonrió de lado.

—Entonces me tienen que incluir.

—¿Qué? —preguntó Daniela, sin esperarlo.

—Ya lo saben —dijo Melisa encogiéndose de hombros—. Si no me llevan, podría decirle a alguien…

Angelique rió.

—Nos estás extorsionando, básicamente.

Melisa le guiñó un ojo.

—Llámenlo como quieran, pero ahora soy parte de esto.

Daniela suspiró nuevamente, pero al final, asintió.

—Está bien. Bienvenida al equipo.

Lo que ninguna de ellas sabía era que, cuanto más creciera el grupo, más se acercaban a algo que ninguna de ellas podía imaginar.

Y que la casa prohibida las estaba esperando.

Ahora que Melisa era oficialmente parte del grupo, las cuatro pasaban más tiempo juntas, emocionadas con la idea de la expedición. Cuanto más hablaban del tema, más real parecía la idea de ir a la casa prohibida. Sin embargo, mientras Daniela, Sofía y Angelique fantaseaban con lo que podrían encontrar, Melisa, con su sentido práctico, hizo la pregunta más importante de todas.

—Bueno, chicas, todo suena muy emocionante, pero… ¿ya pensaron en lo más importante?

Las otras tres la miraron con curiosidad.

—¿A qué te refieres? —preguntó Sofía.

Melisa se cruzó de brazos.

—Para empezar, ¿cómo piensan llegar hasta allá? La casa no está en el centro del pueblo, queda retirada.

Daniela parpadeó. No había pensado en eso.

—Eh… caminando.

Melisa bufó.

—Ajá, claro. Porque caminar hasta un lugar prohibido en medio de la nada suena muy inteligente.

—Técnicamente no es en medio de la nada —intervino Angelique—. Pero, sí… está algo lejos.

—Y si la iglesia prohíbe que la gente entre, probablemente el acceso sea difícil —añadió Melisa—. ¿Ya pensaron en eso?

Daniela, Sofía y Angelique intercambiaron miradas. No, no lo habían pensado.

—Está bien, admitimos que no hemos resuelto el tema del transporte —dijo Sofía—, pero podemos conseguir la forma.

—Ok, digamos que consiguen cómo llegar —continuó Melisa—. ¿Ya le pidieron permiso a sus mamás?

Las tres se quedaron en silencio.

—No podemos pedir permiso para algo prohibido —respondió Angelique con obviedad.

—Exacto, sería como decir "Mamá, ¿me das permiso para meterme a un sitio peligroso?" —dijo Daniela con ironía.

—Entonces… —Melisa las miró fijamente—, ¿cómo piensan salirse con la suya?

Silencio absoluto.

Sofía se removió incómoda en su asiento.

—Supongo que diremos que vamos a otro lado…

—Eso se llama mentir, querida amiga —dijo Melisa con una sonrisa.

—No me siento orgullosa, pero bueno… —Sofía suspiró.

Melisa se rió y luego se puso más seria.

—Y lo más importante. ¿Ya pensaron en la comida? No es como que podamos explorar con el estómago vacío.

Daniela suspiró.

—No hemos pensado en nada de eso, ¿verdad?

—Definitivamente no —admitió Angelique.

Melisa sonrió triunfante.

—Entonces, antes de emocionarnos demasiado, tenemos que planear bien todo esto.

Por primera vez, las cuatro se dieron cuenta de que, si realmente querían hacerlo, necesitaban más que emoción y teorías. Melisa tenía razón: sin transporte, sin permiso y sin comida, la idea de ir a la casa prohibida era solo un sueño.

—Bien, entonces… —Sofía apoyó los codos sobre la mesa—, ¿cómo resolvemos esto?

Melisa sonrió.

—Dejen eso en mis manos.

Daniela sintió un escalofrío de emoción y nerviosismo. Por primera vez, la aventura comenzaba a sentirse real.

¿Si les gusta? Voten, aunque me da pena decirles (⁠ ⁠◜⁠‿⁠◝⁠ ⁠)⁠♡

Lugares ProhibidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora