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Cada día, especialmente en los que hay clase de gimnasia, los dormitorios del ala sur de la universidad metropolitana de Tokio se ven hechos un verdadero caos gracias a un albino de gran altura que no para de correr de un pasillo al otro con tal de recabar los instrumentos ideales para la tarea más especial que él mismo se había asignado: concentir la cabellera de Suguru Geto.



—¡Shoko! ¡Joder! ¡¿Dónde rayos estabas?!









Satoru Gojo era su nombre y era uno de los chicos más aclamados por las muchachas. Tanto por su presencia —sobre todo porque atinaba a ser muy coqueto— y su belleza incomparable.

Sin embargo, cuando esté empezó a tener cierto apego emocional hacia su "mejor amigo", los rumores de que su sexualidad no era como se pensaba en la conciencia colectiva no tardaron en esparcirse como agua en los pasillos, salones y hasta salas de reuniones de maestros; dónde entre donas y café recalentado se discutía de manera estúpida sobre su aprovechamiento y su extraña fama de rompecorazones.


Él lo sabía muy bien, y en lo absoluto le carcomía la conciencia quien o qué se hablaba de él.






—¡Ugh, aquí está! Toma y vete, que hoy me quedé de ver con mi nuevo novio y tú me los espantas a todos.





Una de sus cómplices –y amigas– era Shoko Ieri, una chica de largas ojeras, la cuál de alguna manera fungió en rascarle la cabeza al albino sobre sus sentimientos hacia Suguru, porque este mismo no se atrevía a dar el siguiente paso.

Aunque había bastantes días en los que la castaña se arrepentía de ser su pequeño cupido. Sobre todo cuando era la única que tenía y "quería" prestarle un cepillo para cabello a Gojo.





—¡Gracias! —Y esté ya con su objetivo cumplido se disponía a salir corriendo hacia la habitación de Yuuji, pero no quiso perder las tradiciones familiares con la chica:
—¡Y suerte con el nuevo juguete!






Ella solo atinó a gruñir por lo bajo lanzándole todos los insultos que tenía en la punta de la lengua desde que se levantó; hasta estuvo a punto de lanzarle una de sus zapatillas al pesado de Satoru.









Pero el hijo de perra era muy rápido.










Guardando el dichoso cepillo en uno de los bolsillos de su capucha, fijándose en su reloj que marcaba las cuatro con diez, intentó recuperar la compostura y firme tocó la puerta de uno de sus mejores amigos: Yuuji Itadori, otro de sus cómplices.



—¡E-en un mom-mento!





El albino sonrió pícaro por pensar en que tal vez, –como venía siendo costumbre desde que se enteró– estaba besuqueándose de nuevo con el hijo del maestro de gimnasia, el cual por cierto, por alguna extraña razón o circunstancia lo odiaba.




Aunque en sí, era un muy lindo común acuerdo.



Ya recordaba perfectamente como más de una vez el malnacido del profe Toji les dejaba hacer abdominales de más por las mañanas solo porque un día él y Suguru lo vieron bastante juntito con el conserje Naoya.





—¡Yuuji, por Dios! ¿Otra vez metiéndole la lengua hasta la garganta a Megumi? ¡Pero es que debería darte vergüenza! —:Gritó sarcástico a carcajadas del otro lado de la puerta, escuchándose un alboroto dentro de la misma habitación.
—¡Anda! ¡No le diré a nadie si me prestas tu acondicionador!


∆ 𝙷𝚊𝚒𝚛 ∆Donde viven las historias. Descúbrelo ahora