Capítulo 6

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6. Paraíso.


Y no hay remedio para los recuerdos
Como una melodía, no dejará mi cabeza
Tu alma está acechándome y diciéndome
Que todo está bien
Pero desearía estar muerto...

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Brus amó una vez, hace mucho tiempo, a una hermosa doncella de cabello rojo como la sangre y sublime belleza que trajo consigo de una tierra de maravillas, y cuyo nombre no se atrevía a pronunciar por temor a recordar cuanto le dolió haberle arrancado la vida frente a su asustado hijo, a quien, al igual que a su progrenitora, le robó hasta la última gota de sangre, intentando así combatir la tiniebla que lo consumía.

Jamás olvidaría ese día, como tampoco la olvidaría a ella, a su hermosa rosa de primavera, a la que amó más que a nada en el mundo, y aun así puso puso su ambisión sobre ella.

Recuerda, con la misma claridad del ahora, que en el ayer fue un rey, un héroe, que a cinco de las tribus que habitaron la tierra que se hundió en el mar, derrotó, unificó, e hizo nacer un reino, forjando el trono de oro.

Fue bajo su mando que el reino prosperó, haciendo crecer su ego al ser venerado cual si fuera un dios, el salvador de las tribus que, por estar en eterna guerra unas contra otras, estuvieron a punto de morir de hambre y plagas. Soberbia, de eso enfermó, y se negó a ceder el trono a su hijo, pues creía que no podría mantener la corona, llegando así a la errónea conclusión de que el reino estaría mejor si se quedaba en sus manos, lo que le trajó un único obstáculo.

Su mortalidad.

Tarde o temprano perecería en el dulce sueño de la muerte, el tiempo lo debilitaría, marchitaría su cuerpo como lo haría con la belleza de su reina, su poderoso imperio caería, y no lo podía permitir. No lo hizo.

Por eso acudió a un demonio, ofreciéndole las almas de cada primogénito de su reino, a excepción del suyo, a cambio de vivir eternamente, y el ente aceptó, asegurando que cuando a esos primogénitos les llegase la muerte, no irían al paraíso sino a la oscuridad que todo corrompe.

Y le dió vida eterna, y lo convirtió en el primer inmortal de la historia.

Pero el demonio lo engañó. En efecto, lo hizo inmortal, la edad no se lo llevaría, ni envejecería, las armas de los hombres no lograrían jamás herir su piel dura como el acero, ni habría guerrero capaz de superar su fuerza descomunal, nadie sería capaz de rivalizar con él. Sin embargo, al permitir Brus que la oscuridad ultrajara su cuerpo, perdió el alma, y al perder el alma salió de los ciclos de la naturaleza, por lo que las fuerzas más intensas que marcan los ciclos de la naturaleza, como el sol y el fuego, se volvieron letales para él.

No volvió a caminar bajo el astro rey, no podría volver a hacerlo jamás, y lo descubrió al día siguiente de hacer el pacto, cuando, por la mañana, para él no salió el sol. Su reino se sumergió en una oscuridad provocada por nubes tan negras como la noche que se repartieron en el cielo, habiéndolas convocado él inconscientemente para protegerse del sol. Ese día enfrentó por primera vez a la tiniebla, sin alma ni espíritu, era solo un cádaver aún consciente que no sentía física ni emocionalmente, que se sabía incompleto, vacío, pero no sabía lo que le faltaba, y desesperó por llenar ese vacío, por volver a sentir, recuperar su sentido del tacto, perdiendo su primera batalla contra la tiniebla, retorciéndose y gritando de desesperación e impotencia. Después, guiado por un hambre voraz que no pudo saciar con comida humana, clavó sus colmillos en el cuello de su esposa y succionó su sangre hasta secarla, recuperando, en el momento de la succión, los sentidos, las emociones como la tristeza, miedo, pánico, enojo, frustración, y amor, sintiéndose completo al fin.

Vestigios de tu alma [Superbat]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora