Única parte

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La primera vez que te veo, estás acompañado de tus amigos. Ellos hablan, parlotean. Sus risotadas se escuchan con claridad incluso desde el banquillo donde estoy sentado. Me aterran un tanto, debo admitirlo. Lucen intimidantes, con sus chistes que aparentan ser mediocres e inofensivos.

Vos ni siquiera les prestás atención. Sumergido en tu propio mundo, mirando hacia abajo y jugueteando con el anillado de tu cuaderno. Tiene una tapa muy linda. Me refiero al cuaderno.

Luciré muy observador, o incluso un maniático. Cualquiera de las dos opciones podría asemejarse a mi estado, aunque prefiero elegir la más amena y tranquila. Normalmente, disfruto de escudriñar a la gente. Sin embargo, debes ser a la persona que con más cuidado habré estudiado. Tengo miedo de que algún día me halles, escondido detrás de un libro, y te aterrorices.

Tu voz va más allá de cualquier combinación de acordes melodiosos en el planeta. No sabría describirla a la perfección. Dentro de mi cabeza, cada palabra formada por aquellos finos labios resuena como una canción sin fin. Una canción que jamás fue terminada, y que es un regalo para los afortunados que sabemos escucharla.

Louis. Ese es tu nombre. Me pregunto si te gusta, o si tal vez estarías a gusto con otro diferente. A mí me encanta, personalmente. Pienso que lo llevas con orgullo. Louis; el chico que estudia abogacía y pide un café americano sin azúcar ni edulcorante. ¿No te cuesta pasar las infusiones de esa manera? Esa es otra pregunta que amaría hacerte. Estás lejos de parecer una persona agria. Todo lo contrario, en realidad.

La segunda vez que te veo —gracias a los santos—, te encontrás solo. ¿Tus amigos te plantaron? No lo creo. Todos están en la misma carrera. Y de nuevo, pareceré un investigador, pero toda la facultad los conoce. Son ese grupito que nunca está de más. Sujetos con personalidad y gracia. Carentes de maldad, o eso quiero creer. La verdad es esa; me baso en mis creencias. Nunca cruzamos más de diez palabras, y entonces, ¿por qué te pinto como la persona más amable del planeta?

Otra vez, pedís un café americano. "Sin azúcar ni edulcorante", me recordás. Tengo tantas ganas de gritarte "lo sé". Quedaría tan extraño. Mi buena memoria no sería capaz de excusarme en una situación cómo esta. Quizás, podría justificar mi adoración por tus elecciones con el hecho de que, nuevamente, soy observador. Y además, venís todos los días a la cafetería. Por eso —y únicamente por eso— me acuerdo de cómo te gusta tomar el café. Solo. Sin azúcar ni edulcorante. Un café americano, amargo, sin alegría, para un chico tan dulce.

¿Qué onda el estudio? Es una pregunta disparadora de bastantes tópicos. Yo te escucharía hablar, si eso querés. Hablame de cualquier cosa; del clima o de las corridas que pegás para salir del trabajo y entrar a clase. ¿Qué hay de tus gustos raros? Te vi mojando las medialunas en el café. Café amargo, Louis. Sin azúcar ni edulcorante. ¿Te parece una elección adecuada?

Querido Louis. Mi extraño y desconocido Louis. Mi tan lejana obra de arte. ¿Sabés lo qué pasa la primera vez que hablamos? Sin querer, me olvido de tus medialunas. Ando a los apuros, más que nada durante los mediodías. Y aunque me acuerde de tu orden de todos los días como de mi número de celular, mi memoria se convierte en un río de lava caliente, y en lo único que pienso es en que suene el reloj para tomarme un descanso.

"Harry... disculpame", decís, y te parás para acercarte al mostrador. ¿Estoy soñando? No lo creo. Me pellizco un par de veces la piel de mi pierna por debajo del jean para hacerme entender que esto no es un sueño. Que sabés mi nombre. Que sos real, y que yo, por consiguiente, también lo soy. Que ambos somos reales, y me estás hablando. "Te olvidaste de las medialunas, ¿puede ser?". Quiero pedirte perdón, explicarte que mi mente no viene trabajando con la misma rapidez de siempre. Pero, ¿serviría de algo? Podría conseguir que te rías. Anhelo verte reír. He visto pequeños pedazos, retazos inconclusos de tu sonrisa a la distancia. De lejos, y nunca de cerca.

La pregunta ahora es: ¿te acordás de mi nombre, o lo leíste de la placa en mi uniforme? Ambas opciones tienen las mismas probabilidades de ser correctas. No obstante, amaría que ganase la primera. Porque yo sé cómo te llamás, que carrera estudiás, y cómo te gusta tomar el café. De todas maneras, no pido que esto sea recíproco. Reitero; soy observador, una caja de sorpresas en potencia. Me encanta examinar a la gente, y más a vos.

Louis, ¿y la vez que casi te caes al piso? Fue un poco gracioso. Un rubor gradual se esparció por tu rostro en el momento exacto que los ojos de toda la cafetería de posaron en vos. La próxima, te juro que voy a poner, más o menos, un pasacalles para que no te resbales.

Uno podría decir que tengo todas las veces que interactuamos anotadas en una libreta. Aquello es incorrecto; no existe tal libreta. Llevo un recuento mental, lo que, de nuevo, suena aterrador. Mis amigos me cargan por eso. Dicen que estoy enamorado de una persona que prácticamente no conozco. Y no los culpo; porque en parte lo estoy, pero no del todo. Soy un fiel creyente de que para estar enamorado, los sentimientos deben venir de ambas partes. Sino, uno simplemente se queda con la vista previa de la persona. Y Louis, dejame decirte: no estaré enamorado de vos, aunque voy en camino a eso.

Mi estimado Louis Tomlinson: deseo que sepas que existe alguien en este mundo que te contempla con cariño. Puede no ser tu amigo. Puede no ser más que un conocido. Puede no ser más que el chico que trabaja en la cafetería de la facultad.

Puede que ese chico sea yo.

Existe alguien en este mundo que amaría tenerte en sus brazos. Existe alguien en este mundo, también, que daría hasta lo imposible por invitarte a tomar algo.

Louis, un estudiante de segundo año de abogacía al que le gusta conversar sobre su familia y tomar un café americano (sin azúcar ni edulcorante, obviamente) junto a dos medialunas la mayoría de los mediodías.

¿Saldrías conmigo?

Firma: tu admirador secreto, que ya no será tan secreto, y que te observa por los pasillos con admiración.

— Harry :)


Termina de escribir la carta y deja la lapicera a un lado. Es tarde; más de lo que esperaba. Volcar la realidad sobre simples palabras y frases que riman sin sentido no es una tarea fácil. Estuvo a punto de completar cuatro carillas, poniendo su corazón sobre la mesa y explayando sus sentimientos sobre un simple papel.

Negando con la cabeza, forma una bola con aquella misma carta que tanto le costó, y la tira a la basura sin siquiera pensarlo. El papel, arrugado y maltratado, con la tinta fresca y un corazón ahora roto entre sus renglones, permanece inerte junto a las demás declaraciones fallidas.

No es la primera vez que trata de ser sincero, ni tampoco será la última.

Mañana será un nuevo día. Otro día de servirle un café americano al chico de ojos azules, sin azúcar ni edulcorante.

A warm coffee for a lovely boy (l.s)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora