La luz de afuera traspasa la ventana e ilumina el pecho de Patricio, lo sé porque mi cabeza está recostada sobre él y dibujo con mi dedo círculos infinitos, en mi mente hago lo mismo, doy vueltas una y otra vez sobre mis pensamientos. Sé que esta cercanía y tranquilidad terminará cuando abra la boca. Siempre es el mismo sentimiento de inestabilidad que me retiene en este círculo vicioso.
—Quiero hablar de la situación de hoy —suelto en un susurro, dejo a la suerte si me ha escuchado o no.
Me mira totalmente confundido y esto es lo que odio al hablar temas que me importan con él.
—Es imposible que Amalia sepa —dice casi riéndose, como si le pareciera ridículo.
Instantáneamente me separo de su torso y quedo arrodillada en frente de él.—No es gracioso. Pasé un momento de mierda, Pato —le explico y se me llenan de lágrimas los ojos, la única manera en la que logro que se tome en serio lo que digo.
—Shh, tranquila —dice acariciando mi rodilla—, me separé hace tiempo, lo sabés. No tenés que preocuparte por ella, Reni.
—No te separaste si siguen viviendo bajo el mismo techo —lanzo la primera bomba, la tengo guardada hace tiempo—. Y si no pasa nada, como vos decís, ¿por qué tenés que solicitar una cita para verme? ¿No te gusto de día?
Lo piensa un momento, con su mano pellizcando el puente de su nariz y luego contesta:
—No es eso, me parece divertido, le da emoción. No lo entiendo... ¿Tan mal está querer apoyarte en tu emprendimiento?
Y ahí está la carta maestra, precisa, en el momento justo. Me siento impotente, una burla, un títere. Estoy de pie de nuevo, tomo el saco y los restos de vestido; no puedo permitir que me manipule de nuevo.
—Escapemos, dejemos todo esto atrás. Y nos vamos lejos. A una playa —dice mientras camina hacia mí—. No tendrías que trabajar más de esto. Ni siquiera es necesario ahora y eso también lo sabés, Reni.
La idea es tentadora por un momento, me gusta imaginar que es un buen plan, pero no es la primera vez que me dice esto.
—Llevamos a los nenes —insiste y sigue diciendo mentiras, como pequeñas dosis de droga para un adicto.
—Suena lindo y hasta convincente, pero estoy cansada. Si quieres hacerlo, hazlo. Sino, déjame dejarte —digo orgullosa, recuperando mi acento. Levanto un muro, lo construyo con fuerza y logro manejar mis emociones.
—Pensalo, por favor.
Saco mi teléfono y atiendo la insoportable llamada, que no deja de interrumpir mis pensamientos y lo que quiero decir. Es que ya no pienso con claridad. ‘‘Buenas noches, le hablo desde Asegura Tu Casa, para informarle que se ha activado la alarma por la apertura de una de las aberturas. ¿Se encuentra usted en el domicilio?
—No… quiero decir, sí, está mi hijo y mi tía… Es decir, mi tía es la titular del servicio.
—Voy a tener que pedirle la palabra clave.
—Octavio.
—Perfecto, señora. ¿Desea que envíe a la policía?
—No, yo me encargo. Muchas gracias —cuelgo el teléfono y lo guardo en mi bolso.
—¿Qué pasa? ¿Quién es?
No le contesto, salgo de la habitación, corro y Patricio trata de seguirme el paso. No pienso, solo hago. Espero el ascensor, impaciente, si hubiera escaleras iría por ellas. Se abren las puertas, entramos y aprieto el botón que indica planta baja. Silencio.
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Cita Paga
ChickLitRenata es madre, y a la vez dama de compañía. Guarda secretos, sentimientos y los disfraza de hipocresía, de soberbia. Deberá dejarse de tonterías, hacerse valer de una vez, por ella y por su hijo.