—¿Crees que podrías quedarte unos días en Barcelona?— preguntaba Xavi a Iker, ambos sentados en los sofás de la recepción del hotel, sin decidirse realmente a subir o no a la habitación del portero.
Iker se pasó las manos por la cara, magulladas, por la tensión que había supuesto encerrarlas en los guantes durante el partido. Le gustaban los clásicos; por él, por el equipo, y por el fútbol, pero tuviera el resultado que tuviera, Iker no acababa nunca tranquilo. Si ganaba el Barça, el peso del madridismo caía sobre él como hecho de plomo, con todas las ilusiones y sueños quebrados sobre los hombros del portero, que sentía tener la última decisión sobre todos y cada uno de los goles rivales. Por otro lado, disfrutar del vestuario tras una victoria blanca era siempre un placer, más cuando la derrota, era una derrota culé, pero, aun así, el sabor no terminaba de ser dulce, no si su victoria implicaba que aquel chico que tenía delante, despeinado y con la mirada expectante, esperando su respuesta, sintiera la punzada de dolor que era ver a tu equipo derrotado, sufriendo en silencio y con la mirada perdida.
—Tal vez podría pedirme unos días— resolvió Iker con una sonrisa ladeada —pero no sé si al míster le hará mucha gracia—.
A Xavi se le escapó un gesto indescifrable, que consiguió arrancar una mueca divertida del rostro de Casillas.
—¿Qué ha sido eso, Pelopo?— rio, inclinándose hacia delante y apoyando los brazos sobre las piernas.
—No me mires así, ya sabías que me parece un gilipollas— se encogió de hombros, manteniéndose tan franco como siempre —ni Mourinho ni Florentino le van a traer nada bueno al Madrid—.
—Te gusta más el Barça de Guardiola, ¿no?— rio Iker entre dientes, volviendo a recostarse en el sillón, casi sin saber qué posición elegir.
—Siempre me va a gustar más el Barça que el Madrid, Iker, ya lo sabes— suspiró —pero... no somos el Barça de nadie, el club siempre tiene que quedar por encima de todo—.
—El Barça es de los culés, Xavi— sonrió —no pienses que no lo sé—.
—¿Tanto imponía oírlos en la grada?
—¿A ti no te pasa con el Bernabéu?
—Depende— rio el catalán, llevando la vista detrás de Iker.
—¿Depende de qué?— preguntó confuso.
—Hay un Bernabéu que me impone, y otro que no— sonrió Xavi.
—Yo soy el que sí— dijo una voz detrás del portero, colocándose después de pie entre ellos.
—No sé si eres el que sí, Geri, pero desde luego eres el Bernabéu que prefiero de los dos— asintió el del Barça divertido.
Iker arrugó un poco la nariz al ver la complicidad entre los dos compañeros, pero se esforzó por borrar esa sensación de su mente.
—Bernabéu no sé— dijo el portero —pero ya habéis visto lo que pasa cuando venimos al Camp Nou—.
Xavi tragó saliva esperando, viendo cómo se desarrollaba aquella conversación antes de decidirse a intervenir. Gerard sonrió de lado con un deje de amargura que rápidamente se convirtió en un gesto divertido.
—Eso lo dices por la manita del año pasado, ¿no?— sonrió el tres del Barça —llevas razón, ya sé lo que pasa cuando venís al Camp Nou— se humedeció los labios con la lengua —no serán aquellos los únicos cinco goles que os metamos en nuestra casa, Iker, recuerda lo que digo— rio y miró a Xavi buscando un gesto de aprobación.
—¿Querías algo Geri?
Iker se sorprendió con la respuesta cortante del catalán.
—Sí que parece que interrumpo— se quejó el defensa —sí, quería algo— se metió las manos en los bolsillos —¿cuál es la habitación de Sergio?— miró al del Madrid.