Napoleón Bonaparte

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Los primeros rayos de Sol se hacían paso a través de la ventana entreabierta.
La agradable brisa irrumpía en la habitación, moviendo a su paso las elegantes cortinas de gasa.

Poco a poco empezabas a despertarte.
Sentías una sensación cálida detrás de ti. Ibas a girarte para comprobar qué o quién era, cuando unos fuertes brazos te rodearon para, seguidamente, darte la vuelta con la mayor de las delicadezas.
Era Napoleón.

Una leve sonrisa acompañó a tus sonrojadas mejillas. Era la segunda vez que dormíais juntos, pero parecía que llevábais toda una vida juntos.
Vagaste en tus ensoñaciones, recordando la primera vez que os encontrásteis.

Te perdiste en unos de los supuestos pasillos del Louvre, mientras seguías la ruta que había cogido Le Comte. Al entrar en aquella mansión, el primero que se dispuso a ayudarte a salir de allí fue Napoleón. Incluso sin conocerte de nada, te guiaba hacia la salida, cubriéndote de los demás residentes trás de sí. Ese acto valeroso fue lo que te llamó la atención de él, fuera a parte de sus bellos ojos y cabello mitad azul, mitad perlado.

Querías seguir ensimismada, recordando como te enamoraste de él nada más conocerle, pero un leve gruñido por su parte te sacó de las nubes.
Creyendo que pronto se despertaría, empezaste a peinar tu pelo con los dedos.

Aunque ya hubiérais decidido pasar el resto de la eternidad juntos, seguías pensando que amor sería lo último que sentiría si despertase al lado de Bella la Durmiente y su pelo Vello el Alborotado.
Lo que no sabías era que tus prisas por intentar arreglarte el cabello, despertaron por completo a Napoleón.

Ahí estaban esos dos hermosos orbes azules, mirándote como si fueras el paisaje más bello que jamás hubiese avistado.
Sin dudarlo dos veces, te acercó hacia él y, gentilmente, te dió un pequeño aunque cálido beso.
Ese pequeño acto formaba parte activa de vuestra rutina, no sólo matutina.
Nada más besarte, reforzó el abrazo, atrayéndote aún más a su cuerpo, si es que eso era posible.
Sus manos te acariciaban ligeramente la espalda mientras te murmuraba aún medio dormido en el oído.

-Napoleón: Mmmm....¿Qué haces despierta a estas horas? Vamos, vuelve a dormirte.

-(T/N): Espera, Napoleón -repusiste aún algo sonrojada por tu cabello revuelto- Si me abrazas tan fuerte no voy a poder peinarme.-
Intentaste zafarte de su letal abrazo amoroso mañanero, fracasando estrepitosamente en ello, claramente.

-Napoleón: ¿Peinarte?- volvió a abrir sus ojos, colocando su penetrante mirada sobre ti- ¿Para qué quieres peinarte?

-(T/N): No quiero peinarme, TENGO que peinarme.- dijiste aún más apurada si cabe.

-Napoleón: -rodó los ojos, con una expresión divertida y una leve sonrisa adornando sus finos labios- A ver, ¿por qué te urge tanto peinarte? Es que... ¿A caso has quedado con alguien?- su ligera sonrisa desapareció para dar paso a una más enorme y vibrante. En un instante, sus brazos dejaron de rodear tu figura, y sus manos pasaron a la acción, haciéndote cosquillas por todo tu cuerpo.
No podías hacer más que llorar de la risa y suplicar por piedad.

Al cabo de unos minutos llenos de risas por parte de ambos, y súplicas vacías de aire de tu parte, el sorpresivo ataque de cosquillas cesó.

Napoleón te volvió a rodear con ambas extremidades, esta vez más delicadamente, y posó sus celestes ojos sobre los tuyos.

-Napoleón: ¿Sigues teniendo la impetuosa necesidad de peinarte?- te acarició la cabeza con dulzura.

Desviaste la mirada con un tenue rubor en tus mejillas. Empezabas a darte cuenta de que, quizás, habías hecho una montaña de un grano de arena. Conociendo a Napoleón, poco le importaría lo desmelenada que pudieras estar.

Ikemen Vampire [One Shot Lemon +18] En EspañolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora