39.4°C. Esa era la temperatura que marcaba el termómetro desde el día anterior. Nasha había salido el viernes a unas marchas. Musoke la había venido a buscar en la mañana temprano, no había ni salido el sol y ya la otra cambambera estaba tocando la puerta. Nasha rara vez se levanta temprano pero ese día estaba en píe desde las 5 de la mañana. Yo nada más que oía el corre que corre en el cuarto: el escaparate cerrándose y abriéndose, el sonido del cepillo pasando por su pelo, la corredera del bolso cerrándose y Nasha saliendo a la sala justo cuando Musoke tocó la puerta. Yo nada más verle los moños por la ventana supe que era ella. Musoke es una muchacha simpática, si se hiciera el tratamiento de keratina que tanto le he recomendado tendría ese pelo licesito y largo, pero ella sigue haciéndose esas trenzas y poniéndose esas pañoletas en la cabeza, ¿Dónde cree que vivimos? Ya no estamos allá, estamos aquí. Bueno, la cosa es que Nasha abrió la puerta, todavía con el bigote que le dejó el jugo se mango que se había empinado a la carrera. Iban para unas marchas, según entendí, los estudiantes estaban en paro, exigían mejoras en la educación. Yo no entendía por qué Nasha iba a esas marchas, ella no era ninguna estudiante, había perdido el examen de ingreso la primera vez por ir recién salida de la varicela, allá le dio el yeyo y no pudo completar la prueba, la segunda vez no nos alcanzó para pagarle el pin y la tercera lo pasó raspando, pero quedó en lista de espera, supongo que fue porque lo hizo a mitad de año y habían más pelaos que en enero queriendo entrar a la universidad.
Nasha aplicó para entrar como afro, pa' llenar la plaza de estudiantes negros que necesitan todas las universidades, pero parece que no es lo suficientemente negra, no tiene el pelo lo suficientemente rizado, ni tiene el culo lo suficientemente parado. La cosa es que dejé salir a Nasha con Musoke ese día viernes, hacía un solazo tremendo que encandeló a Nasha y la dejó como un camarón. Llegó a la casa pasadas las cinco de la tarde porque había almorzado donde Musoke, se bañó y se acostó porque le dolía la cabeza. El sábado se levantó con 39 de temperatura y así ha estado hasta hoy.
"Rataplán rataplán" el sonido de los tambores retumbaba en mis oídos. "¡Yalodde Yeyé Kari! ¡Yeyeo! ¡Omoriyeyeo!" lo repetían una y otra vez unas voces inentendibles. "¡Yalodde Yeyé Kari! ¡Yeyeo! ¡Omoriyeyeo!" "Rataplán rataplán" todo se vuelve amarillo "¡Yalodde Yeyé Kari! ¡Yeyeo! ¡Omoriyeyeo!" huele a petricor "¡Yalodde Yeyé Kari! ¡Yeyeo! ¡Omoriyeyeo!" "clank clank clanck" alguien con brazaletes baila. Me siento mareada, siento calor.
"¡OCHÚN! ¡NO PUEDES ESTAR AQUÍ!" Oshoshi no paraba de gritarme. Desde que había puesto un pie en la tierra, Ogún, Orunmila y Oshoshi nos habían dejado en claro a Yemayá, Obba, Naná Burukú, Yewá y a mí que no teníamos lugar en las reuniones. Cuando nosotros, los orishas, llegamos aquí vimos el caos en el estaba sumido Aprica. Llegamos aquí porque nos llamaron, porque los rezos no bastan para solucionar y sanar las heridas de un pueblo azotado por la maldad. Ogún y los demás organizaron reuniones donde las mujeres no éramos admitidas. Nos hicieron de lado, "somos muy cálidas" dicen. Ellos se creen muy fríos, de mente fría, de palabra fría de accionar frío, pero si son tan fríos ¿Qué hacen en la tierra donde siempre es soleado, donde siempre hace calor? ¡Aborrezco a los hombres que creen que su frialdad es todopoderosa!
"Rataplán rataplán" hace frío y calor, siento todo al mismo tiempo. Bailo (¡Nasha, Nasha!) bailo, doy vueltas, acaricio caras barbadas, bailo y los encanto.
Me molesta. Las demás me piden que deje las cosas quietas, pero repito "los rezos y las suplicas ya no bastan". A fin de cuentas, los hombres no se resisten a las mujeres elegantes y seductoras. Esperé la noche y bailé para los hombres y las mujeres de la tierra. Baile y canté, los envolvía en mis cabellos, en mis brazos, los acogí a todos por igual. Y estaban conmigo, bailaban conmigo, reían conmigo. Pronto ya no solo eran los apricanos los que me buscaban, también los euroamericanos me buscaban, y gritaban en distintas lenguas mi nombre. Soy santa, soy bruja, soy puta. Soy blanca, soy negra, soy mulata. Soy Ochún. Los orishas querían apartar a las niñas de mí, creían que las podía inseminar con una semilla mala, ¿Cuál semilla mala? ¿Qué semilla les puedo meter yo si ellas ya tienen una propia? Esas semillas-pestilos que cargan bajo sus ombligos están ahí desde el momento en que nacen, yo no puedo interferir mucho ahí, son ellas las que las descubren poco a poco por su propia cuenta, son ellas las que son conscientes de su néctar y bailan conmigo, y seducen conmigo. Soy Ochún y ninguna frialdad avara congelará mi calentura y la de las demás.
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ochún: de fiebres, alucinaciones y oshiras
Fantasy¡Yalodde Yeyé Kari! ¡Yeyeo! ¡Omoriyeyeo! Cuando los Orishas llegaron a la tierra, organizaron reuniones donde las mujeres no eran admitidas. Ochun se sintió aborrecida por ser puesta de lado y no poder participar de todas las deliberaciones. Por tal...