L E Y E N D A

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En el principio de los tiempos el mundo era una vasta extensión sin límites, desordenada y vacía.

Las aguas cubrían la faz de la tierra en toda su extensión y las tinieblas surgían de los abismos bañando con su vómito oscuro todo recoveco.

Los dioses, preocupados por el mundo que acababan de concebir y el consiguiente caos que flotaba sobre los despeñaderos, decidieron ordenarlo.

En un primer momento, ante la eternidad de aquella llanura sin horizonte, movieron los estanques hacia un lado provocando que la tierra emergiera en montañas y las aguas crearan estanques, grandes y pequeños. No contentos con eso, arañaron eriales yermos, formando picos tan altos que desafiaban la negrura que los rodeaba. Así nacieron las planicies y las cordilleras.

Las aguas que fueron separadas, luchaban por encontrarse con sus hermanas, de modo que se les permitió un descanso en su ciclo y, toda esa masa líquida que se agitaba de un lado al otro, se congregó finalmente en un solo lugar y se le bautizó con el nombre de mar.

Sin embargo, sus esfuerzos no parecían verse recompensados ante la densidad de las tinieblas, así que decidieron desbaratarlas, despejando el cielo y provocando una brecha de luz deliciosa a la que llamaron día. Frente a aquello, y a las sombras que se condensaron apenas tuvieron oportunidad, las nombraron noche.

Y así, durante un tiempo, el espíritu de la tierra vagó incierto y sin ataduras sobre el caos aún presente. El espacio era grande y estaba vacío, no existía nadie que pudiera ocuparlo y cuidarlo, lo que pronto lo malograría de nuevo. Así que los dioses formaron criaturas que enseñorearan en su creación y, sobre ellos, divinidades que pudieran proteger y custodiar aquella suerte de Edén.

Fue así como, sin pretenderlo, los dioses forjaron el comienzo de esta leyenda...  

G E N E S I SDonde viven las historias. Descúbrelo ahora