Pingüino

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Los nervios eran algo que jamás en su vida supo controlar, ni siquiera el haber sido cambiado exactamente cuatro veces de colegios le dio suficiente valor. Podía recordar que el día que dio su primer beso, a los quince; las manos le sudaban y sentía ganas de echarse a correr.


Aun no podía creer que luego de ese beso todo haya llegado tan lejos, a ese punto sentía que se desmayaría en cualquier momento, y no es que fuese imposible, sus nervios ya le habían jugado sucio más de una vez. El día que él le pidió matrimonio, el día de su aniversario número diez, siendo que, su romance se mantenía desde que eran unos púberos, se desmayó y acabó en un video que, según Steve, sería guardado para la posteridad.


Se miró por sexta vez en el espejo intentando encontrar alguna imperfección en su traje. Acomodó el cuello de su camisa perfectamente blanca y alineó bien el lazo del corbatín negro, su chaleco sin gris sin ninguna arruga al igual que sus negros pantalones. Miró sus zapatos cafés sin manchas y luego subió su vista hacia su cara, su piel trigueña –antes sometida a varios tratamientos especiales para ese día por su mejor amiga, Julieth– sin ninguna imperfección y sus cejas tupidas de color castaño claro, nada fuera de lo común. Sus ojos seguían siendo los zafiros de toda la vida y su nariz estaba roja, producto de sus nervios. Su cabello dorado peinado meticulosamente hacia atrás sin dejar caer ningún mechón en su cara.


La puerta sonó distrayéndolo de sí mismo, dejando entrar a un chico castaño de ojos y cabello oscuro que lo miraba con una sonrisa de oreja a oreja.


— Que narcisista nos salió el niño. —Dijo riendo mientras caminaba hacia el novio—. ¿Estás listo para esto?


— Nunca he estado más listo. —se alejó del espejo y miró a través de la ventana del hotel como los autos pasaban en la calle.


— Ah, Kalet, Kalet, mi dulce amigo Kalet. —rió—. El día en que tu nariz no se ponga roja voy a empezar a creerte.


— ¡Bien! Siento que voy a vomitar. — se alejó de la ventana y miró a su amigo resignado.


— No es para tanto, solo vas a casarte.


— Oh, claro, como no lo pensé antes, no es nada, solo voy a casarme, si, —rió con un deje de ironía—. Solo casarme, ¡¿Estás loco?! —Comenzó a caminar rápidamente de un lado a otro con sus manos cubriendo la mitad de su cara.


— Bueno, tal vez si sea "la gran cosa" pero, vamos, deberías estar emocionado, tienes diez años con Dean, ya era hora de que se casaran. —aunque siempre le hacía bromas, se tomó su pequeño momento de seriedad para intentar animarlo, y lo apreciaba.


— Gracias por intentar animarme, aún sigo nervioso, pero igual, gracias. —Rió con nerviosismo y miró su celular, detallando la hora—. Creo que ya es hora. —levantó la mirada encontrándose con la calidez de la sonrisa de su mejor amigo.


— Pues, vamos entonces. Dean debe estar por llegar ya al sitio. —soltó y salió de la habitación.


Kalet tomó su saco negro y se lo puso con cuidado de no arrugarlo. Con delicadeza acomodó las solapas y se miró por última vez en el espejo antes de salir corriendo tras su amigo.

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